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Populismo y crisis

por Laissez Faire Hace 8 años
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Las depresiones económicas son periodos propicios para el auge de los partidos populistas: los ingresos de la población se hunden y todo el mundo trata de minimizar su empobrecimiento a costa de los demás. En este contexto, el populismo nos promete la redención de todas nuestras penas apenas combatiendo lo que ello consideran el origen de todos los males. Así, para el populismo de derechas, el origen de tales males son los extranjeros: la inmigración o la importación de productos baratos están arruinando a los asalariados nacionales; casos paradigmáticos de este populismo nacionalista y de derechas es Donald Trump en EEUU o Marine Le Pen en Francia. A su vez, el populismo de izquierdas coloca en su punto de mira a los ricos: son ellos los que están acaparando más y más recursos al expoliar a las clases populares; casos paradigmáticos de populismo de izquierdas es Syriza en Grecia, Podemos en España, Jeremy Corbyn en Reino Unido o Bernie Sanders en EEUU. A la hora de la verdad, sin embargo, no es infrecuente que ambos tipos de populismo se entremezclen: por ejemplo, cuando se argumenta que los ricos están medrando gracias a la globalización y a la explotación de la mano de obra barata en el extranjero. Tan es así que, verbigracia, la mitad del apoyo que obtuvo Bernie Sanders en las últimas primarias de Virgina Occidental declararon estar dispuestos a votar a Donald Trump frente a Hillary Clinton en las presidenciales de noviembre.

El propósito último de todos estos relatos populistas es el de alcanzar el poder transformando la frustración ciudadana en apoyos electorales hacia sus plataformas políticas. El problema, claro, es que tanto el diagnóstico como el recetario del populismo son erróneos aun cuando puedan contener alguna pizca de verdad: en este sentido, que los partidos tradicionales se hayan terminado convirtiendo en una inamovible casta turnista que copa e instrumenta las instituciones en su propio beneficio no significa que tales instituciones deban entregarse en bandeja de plata a quienes aspiran a consolidarse en ellas a modo de neocasta intrusiva y liberticida. Al contrario, la respuesta a la crisis institucional y económica debería consistir en una enérgica reducción del intrusismo del Estado —y del intrusismo de su casta y neocasta— sobre nuestras vidas: sólo así aceleraremos la superación de la crisis económica que da alas al populismo y sólo así nos blindaremos frente a la injerencia extractiva de los demagogos y oligarcas de todo signo ideológico.


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