Durante muchos años, el PP logró rodearse del aura de ser el partido que baja impuestos. Se trataba de un aura más propagandística que basada en hechos: esto es, un aura construida a partir de promesas mitineras y no tanto en reducciones efectivas de la fiscalidad. Baste señalar a este respecto que el ministro de Hacienda de la segunda legislatura de Aznar, el encargado de orquestar el radical ajuste tributario durante la omnipotente mayoría absoluta del aznarismo, fue Cristóbal Montoro. Sí, el ministro de Hacienda que, durante los últimos cuatro años, ha aprobado la mayor subida de impuestos de toda nuestra historia. Visto así, no resultará difícil entender la escasa convicción de fondo con la que el PP, el de antes y el de ahora, ha afrontado siempre las rebajas de impuestos.
Sin embargo, y como decía, es verdad que antes se preocupaban por guardar al menos las formas: siempre que los dirigentes del PP tomaban la palabra, prometían en un futuro alivios impositivos incondicionales. “Bajaremos los impuestos”. Sin más. No se prometían bajadas de impuestos subordinadas a que la economía creciera, a que cumpliéramos con el déficit o a que tuviéramos un año soleado. No, se prometía bajar impuestos para crecer y aun cuando hubiera que recortar el gasto. Ésa era una (electoralista) seña de identidad deliberada. Ahora ya no. El PP ahora sólo reduce impuestos si las circunstancia externas acompañan: es decir, minorar los tributos ha dejado de venderse como un resultado que deba alcanzarse mediante una acción política encaminada a tal efecto, y apenas consiste en una declaración aséptica y abstracta de buenas intenciones. “Si nos sobra el dinero, devolveremos algo a los ciudadanos”.
Tomemos, por ejemplo, el reciente caso de Rajoy en el Financial Times: “Si los ingresos continúan creciendo como hasta ahora, plantearemos otra rebaja de impuestos”. O cojamos las recientes declaraciones de Cristina Cifuentes: “Mi compromiso es no subir los impuestos (…) a mí me gustaría incluso poder bajarlos y espero que la situación económica lo permita. Pero lo que no voy a hacer es subirlos”. A saber: si las lluvias acompañan, abriremos un poco el grifo. Como si recortar los tributos no fuera una decisión que dependiera exclusivamente de quienes elaboran los presupuestos, esto es, de los políticos: una decisión tan simple como aceptar renunciar a una pequeña porción del enorme botín que hoy arrebatan a los ciudadanos.
Cuestión distinta, claro, es que la prioridad del PP no sea bajar impuestos, sino mantener el actual volumen de gasto público. En tal caso sí: si la recaudación no aumenta, entonces no hay margen para bajar los impuestos. Pero, dentro de ese escenario, tengamos bien claras cuáles son las auténticas preferencias de los populares: primero, apuntalar la burbuja estatal; después, si acaso, repartir algún aguinaldo fiscal entre los ciudadanos (idealmente, antes de las elecciones). Ésa y no otra es la política tributaria del PP: amagar con una zanahoria mientras nos azota inmisericordemente con el palo montoriano. Al menos, ahora ya no lo ocultan como antes.