El auténtico propósito de las políticas monetarias emprendidas por todos los bancos centrales a partir de 2009 siempre fue el mismo: inducir a los ahorradores a que adoptaron mayores riesgos. La perversa lógica operaba así: si reducimos artificialmente las rentabilidades de aquellos activos con menor riesgo (deuda pública, deuda corporativa de alta calidad, depósitos a plazo, etc.), los ahorradores se verán empujados a invertir en aquellos otros activos con mayor riesgo (como la bolsa o los bonos basura) para tratar de estabilizar sus retornos. De ahí que los bancos centrales procedieran a adquirir todo tipo de títulos financieros mediante sus “flexibilizaciones cuantitativas”: con ello, lograba matar la rentabilidad de tales títulos, induciendo a los ahorradores a buscar ingresos en otros rincones.
De momento, sin embargo, los resultados de esta política no han sido completos: si bien una parte de los ahorradores sí han abrazo activos más arriesgados ante el clima de represión financiera global, otros han preferido refugiarse en activos que no ofrecen ninguna rentabilidad pero que, al menos, son más líquidos (por ejemplo, las cuentas corrientes). Por ello, algunos bancos centrales (como el banco central de Japón o nuestro Banco Central Europeo) han optado por una inquietante vuelta de tuerca: establecer tipos de interés negativos sobre las reservas bancarias. El objetivo es que las entidades financieras terminen trasladando esos gravámenes a sus clientes (vía comisiones o tasas negativas) para que éstos, finalmente, se lancen definitivamente en tropel a activos más arriesgados.
Mas sería una equivocación pensar que el riesgo por el riesgo contribuirá en nada al crecimiento económico sostenible. Al contrario, en la medida en que conduzca a los agentes económicos a adoptar demasiado riesgo, avanzaremos hacia una economía mucho más frágil y debilitada. Parece que los bancos centrales se niegan a aprender de sus errores pasados: después de generar la burbuja inmobiliaria cuyas secuelas todavía estamos padeciendo, se lanzan ahora a gestar una nueva burbuja que reemplace a la anterior. Lejos de promover el crecimiento sano, equilibrado y basado en el ahorro, parece que apuestan por regresar al pelotazo crediticio. Lo llevan en su naturaleza.