A los economistas les preocupa, y mucho, la deflación. Muchos argumentan que los consumidores posponen sus decisiones de compra porque piensan que el producto va a estar más barato en el futuro, lo que provoca que no se realicen compras en el momento actual y, por tanto, que las empresas pierdan mucho dinero.
Se trata de un argumento tan ingenioso como débil, porque este comportamiento, en la realidad no se da; nadie puede posponer la compra de productos de primera necesidad y, con respecto al resto de productos, la decisión de posponer su compra obedece a la evolución concreta de un determinado producto, y no a la bajada generalizada de todos los precios de una economía.
No obstante, lo que sí es cierto es que la deflación puede provocar problemas serios en la deuda, ya que la encarece de forma relativa. Como el valor del dinero es menor, pero el volumen de la deuda es el mismo, nos costará más trabajo devolver los préstamos o créditos que hayamos adquirido.
¿Qué ocurre con los ahorros?
La deflación puede verse desde dos ópticas diferentes: como una reducción generalizada del nivel de precios de un país o región o bien como el aumento del poder adquisitivo de una determinada moneda. Al fin y al cabo, ambas afirmaciones representan la misma idea: poder comprar más productos y servicios con menos dinero.
Si vemos la deflación desde esta óptica, quizá no sea un fenómeno tan negativo. Acumular ahorros ahora implica que nuestro dinero valdrá más en el futuro, incluso aunque no obtengamos ninguna rentabilidad por ellos.
Es decir si, por ejemplo, tenemos 1.000 euros y la inflación es del -1%, el año que viene esos 1.000 euros pasarían a valer 1.010 euros. Es decir, al rédito obtenido por la inversión en un producto financiero hay que sumarle el aumento de poder adquisitivo de la moneda. Si lo guardamos en efectivo y, por tanto, nuestra rentabilidad es cero, el dinero valdrá un 1% más el año que viene.
En realidad, la deflación es un juego de suma cero, al igual que la inflación. Lo que gana el prestamista lo pierde el prestatario, al contrario de lo que ocurre con la subida generalizada de los precios.
¿Dónde invierto en períodos de deflación?
Después de todo lo comentado, podríamos pensar que la deflación es un fenómeno positivo para los ahorradores. En realidad, aunque nuestros ahorros se revaloricen de forma automática por el efecto moneda, la rentabilidad de los activos en épocas de deflación no pueden decir lo mismo.
Una bajada continuada de los precios afecta de manera negativa a los balances empresariales. Para el mismo nivel de producción, ven reducidos sus márgenes, lo que les obliga en muchos casos a recortar en inversión productiva e, incluso, en empleos. Al final, las acciones se verán resentidas y los accionistas serán los más perjudicados.
Pero, además, los bancos centrales, en su lucha por frenar la deflación, llevarán a cabo políticas monetarias expansivas, dejando los tipos de interés en niveles cercanos a cero y atrapando a la economía en la trampa de la liquidez. Ante esta situación, los activos de renta fija dejarán de ofrecer rentabilidades atractivas para los inversores, lo que hará que las decisiones se desplacen hacia la renta variable, aunque a costa de asumir un mayor riesgo.
Dicho de otro modo, lo que los ahorradores ganan por un lado lo pierden por el otro. Esto es precisamente lo que ocurre en la realidad en España. Es cierto que los ahorradores ganan con la deflación porque su dinero vale más ahora que antes; sin embargo, el esfuerzo del Banco Central Europeo por frenar este fenómeno está provocando una reducción de la rentabilidad de los activos, en especial los de renta fija.
En definitiva, la deflación es un fenómeno negativo para la economía, en especial en circunstancias de recuperación económica como la que nos encontramos. A pesar de que, a priori, pudiese parecer que beneficia a los ahorradores, en última instancia también se verán perjudicados.