Suele afirmarse que la globalización ha fracasado estrepitosamente porque la pobreza y las desigualdades no han dejado de crecer a lo largo de las últimas décadas en el conjunto del planeta. Presuntamente, este fiasco sería el que justificaría el auge del populismo nacionalista que estamos experimentando en Occidente, desde Trump a May pasando por Le Pen. El populismo nacionalista se erigiría, pues, como una necesaria reacción al librecambismo pauperizador que ha marcado el reciente curso de la economía mundial. Sin embargo, la realidad es más bien la opuesta: los últimos 25 años han sido el período de la historia en los que más se ha reducido la pobreza —y también la desigualdad— a lo largo y ancho del orbe: en particular, más de mil millones de personas han escapado de la extrema necesidad. Jamás tantos individuos habían salido tan rápido de la miseria y habían comenzado a incorporarse al tren del desarrollo.
El fenómeno es particularmente notable en el Tercer Mundo, donde evidentemente sí reconocen los grandiosos frutos que ha arrojado la globalización. Sin ir más lejos, el recién electo presidente de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, reivindicó hace unos días ante el mayor foro empresarial de Chile la necesidad de combatir el inquietante resurgimiento del proteccionismo comercial: “Lo que estamos viendo es una nube gris que se acerca llamada proteccionismo, que estaba escondida y ahora reapareció. Empezó a reaparecer con el ‘Brexit' y ahora apareció en pleno cielo con la elección en Estados Unidos”. Sin duda, la mayoría de peruanos son bien conscientes de cómo la apertura económica y comercial han cambiado a mejor sus vidas: en dos décadas, su renta per cápita se ha triplicado y el porcentaje de población que sobrevivía con menos de tres dólares diarios se ha reducido desde el 14% a menos del 3%. Para muchos de ellos, es literalmente un asunto de vida o muerte que la globalización no se vea interrumpida por el espectro neomercantilista que nos amenaza a todos.
Y en Occidente también deberíamos ser muy claros al respecto: la globalización no es un fenómeno a erradicar sino a abrazar con convicción. Lejos de resistirnos a uno de los cambios más trascendentales de la humanidad, deberíamos devenir lo suficientemente flexibles como para adaptarnos a él con las menores fricciones posibles. Lo contrario sólo inauguraría un negro período histórico del que inicialmente saldrían perjudicados los más pobres del globo pero que, a medio plazo, nos castigaría a todos.