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La amenaza económica del populismo nacionalista

por Laissez Faire Hace 7 años
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La Unión Europea constituye el germen de un megaEstado continental: un nuevo nivel administrativo conducente a cartelizar a los actuales gobiernos nacionales para articular una política económica de carácter intervencionista aún más intrusiva que la actual. Cuanto más avance la UE, más sencillo les resultará a las administraciones europeas coordinar las subidas de impuestos, centralizar la planificación del sector educativo, perseguir a grandes empresas por el mero hecho de ser grandes o armonizar las regulaciones laborales y mercantiles impidiendo el descuelgue liberalizador unilateral de algún país miembro. La centralización burocratizadora de la UE constituye, por consiguiente, un grave peligro para las libertades y la prosperidad de las distintas sociedades que componen Europa.

Pero el auge del populismo nacionalista que se está gestando en el Viejo Continente no es la respuesta a estas inquietantes tendencias centralizadoras de Bruselas. Si algo tiene de positivo la UE es el haber derribado las barreras migratorias y comerciales entre sociedades que hace poco más de medio siglo guerreaban y se mataban entre sí. Tal gesta histórica ha permitido un grado de integración económica jamás disfrutado hasta el momento: la famosa división del trabajo de la que hablaba Adam Smith no queda contingentada dentro de las estrechas fronteras nacionales, sino que se extiende hoy a todo el Continente. A saber, la cadena de valor de cualquier empresa española integra multitud de elementos fabricados en otras partes de Europa (y, también, de fuera de Europa); proceso simétrico al que se da con las empresas alemanas, francesas o italianas.

Tan intensa ha sido esta integración empresarial europea que incluso ha ido acompañada de una integración monetaria y parcialmente financiera. Economías con estructuras productivas dispares que comparten una unidad monetaria y que, ante un shock de primer nivel como una crisis económica, se recoordinan sin necesidad de devaluar como antaño sus respectivas divisas nacionales: simplemente, los cambios en las empresas de un país van de la mano de otros cambios empresariales en otros países. Interdependencia: en lugar de bloques económicos nacionales enfrentados, se está tejiendo una red económica europea.

El proceso, por supuesto, dista de estar desarrollándose sin obstáculos, pero a pesar de todo Europa está económica y socialmente cada vez más integrada merced a la libertad de movimientos de personas, capitales, mercancías y servicios. Es aquí, justamente, donde resulta más peligroso el populismo nacionalista que está rebrotando en Francia, Reino Unido, Italia, Alemania o Austria: en el riesgo de que los distintos movimientos populistas impongan un cambio de régimen económico que regrese al pauperizador proteccionismo de antaño sin de facto solventar los problemas de centralización que sí padece la UE.

Sin ir más lejos, el Instituto Juan de Mariana publicó esta pasada semana un ilustrativo informe sobre la estrategia política del populismo redactado por el profesor de la Universidad Francisco Marroquín, Eduardo Fernández Luiña. Según el profesor Fernández Luiña, el populismo se fundamenta en el aprovechamiento maniqueo y polarizador de una crisis con el propósito de acaparar apoyos en torno a un líder carismático (caudillo) que aspira a representar la voluntad de las masas como paso previo a transformar las instituciones en la dirección de centralizar el poder en su figura.

Es evidente que el populismo nacionalista europeo está siguiendo esa misma estrategia tramposa: instrumentar la actual crisis económica para alterar la arquitectura institucional europea. Mas no para alterarla en una dirección liberalizadora (acabar con la eurocracia de la UE), sino para destruir los pilares básicos sobre los que se ha construido la integración social de las últimas décadas al tiempo que centralizada el poder en sus manos: barreras arancelarias, controles migratorios y regreso a las divisas nacionales inflacionistas. Un cóctel peligroso que nos sumiría en una crisis mucho mayor que la que estamos atravesando. La alternativa a la UE no debe ser el populismo nacionalista, sino una genuina descentralización liberal que abrace el librecambismo con el resto de ciudadanos europeos.


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