Por segunda ocasión en su corta historia de vida, Bitcoin vuelve a superar la cota de los 1.000 dólares. La anterior vez fue a finales de 2013, poco antes de que su precio iniciara una senda descendente que lo llevó a caer un 75% en poco más de un año. Muchos partidarios de Bitcoin observan este hito como una demostración de que la criptomoneda está triunfando y de que, en consecuencia, ellos estaban en lo cierto acerca de sus buenas perspectivas de futuro; simétrico razonamiento que el de quienes argumentaban que el sonoro desplome posterior a 2013 acreditaba el rotundo fiasco de la divisa.
Ciertamente, es habitual utilizar el nivel de precios como un termómetro del éxito de una moneda. Cuando, por ejemplo, la cotización del oro frente al dólar se dispara, los goldbugs exclaman enfervorizados que ello demuestra la superioridad del metal precioso frente al billete verde; a su vez, cuando la cotización del oro se hunde frente al dólar, muchos críticos del patrón oro creen haber encontrado una prueba incontrovertida de que el oro es un fracaso. Sin embargo, este tipo de razonamientos son incorrectos para ambas partes: la calidad del dinero no viene determinada por el nivel de su precio, sino por la estabilidad de ese precio.
El dinero es la reserva última de liquidez frente a la incertidumbre: aquello en lo que nos refugiamos cuando todo lo demás falla. Si no me fío de ninguna inversión productiva o si deseo retener la disponibilidad sobre mis ahorros para ser capaz de gastarlos en cualquier momento, el dinero es el activo al que recurrir. Y para que esa función de cobertura última frente a la incertidumbre general pueda desarrollarse adecuadamente, es imprescindible que el precio del dinero no fluctúe de un modo superlativo: en caso contrario, el riesgo de tener que liquidarlo en malas condiciones será muy alto y, por tanto, ese posible dinero no constituirá un buen activo en el que refugiarse.
Por consiguiente, para atestiguar si Bitcoin está convirtiéndose poco a poco en mejor dinero no debemos fijarnos en la gráfica que nos muestra el nivel de su precio frente a otras divisas, sino en la que representa su volatilidad frente a ellas. Y, si lo hacemos, comprobaremos que el valor de Bitcoin se ha ido volviendo progresivamente más estable conforme han pasado los años: mientras que hace un lustro era habitual que el precio de Bitcoin fluctuara cada día de un modo muy considerable frente al dólar (era frecuente que cada día la fluctuación del precio se ubicara entre un 5% y un 15% por arriba o por debajo respecto a la fluctuación media de los últimos 30 días anteriores), hoy esa variabilidad ha caído hasta niveles muy inferiores (entre el 1,5% y el 3%). Efectivamente, y a tenor del gráfico, Bitcoin sigue siendo más volátil frente al dólar que otras divisas como el euro (cuya desviación diaria frente a la fluctuación media de los 30 días anteriores se ubica normalmente por debajo del 1% e incluso por debajo del 0,5%) o el oro (cuya desviación cae entre el 0,75% y el 1%). Pero, en cambio, su volatilidad durante los últimos meses ya no se diferencia tanto de la de otras divisas estatales como el rand sudafricano (cuya desviación ha superado habitualmente durante el último año el 1%).
Que Bitcoin sobrepase la marca de 1.000 dólares podrá servir para rellenar titulares de prensa y para atraer la atención de profanos, pero no, desde luego, para discernir si esta criptodivisa se está consolidando como dinero o apenas como un foco más de pelotazos especulativos. Para responder a esta pregunta, como decimos, es imprescindible atender al indicador de su volatilidad y, según hemos visto, éste sí nos está informando de que el proyecto monetario de Bitcoin se está poco a poco asentando. De hecho, la anterior vez que esta moneda superó el precio de 1.000 dólares lo hizo en medio de una de las mayores volatilidades de su historia; en cambio, ahora ha sobrepasado los 1.000 dólares con una de las menores volatilidades de su historia. Lo primero indicaba un recalentón que hacía temer un drástico pinchazo; lo segundo, al menos hasta el momento, parece indicar la entrada de nuevos inversores que entienden y valoran Bitcoin como divisa y no como instrumento de especulación.
Y éste es, de hecho, el único significado relevante que acaso posea la reciente escalada de precios: que al estar produciéndose en un contexto de baja volatilidad podría estar indicando que el público objetivo de Bitcoin se está expandiendo; a saber, que gracias a la estabilización de su valor, quienes ya tenían Bitcoin están dispuestos a invertir más y que quienes no se habían planteado adquirirla están comenzando a incorporarla a su patrimonio. A la postre, cuanta mayor sea la demanda final de Bitcoin, mayor tenderá a ser su precio: pero la clave para apuntalar la sostenibilidad de ese mayor precio es que esos nuevos usuarios finales reputen Bitcoin como lo que es —una reserva de liquidez— y no como lo que no debería ser —una patata caliente especulativa—.
Si cada vez más gente se da cuenta de las buenas propiedades de Bitcoin para convertirse en reserva de liquidez y, además, es consciente de que los demás usuarios también se han dado cuenta recíprocamente de ello, entonces Bitcoin se irá monetizando —su precio subirá y su volatilidad bajará—; si, en cambio, los nuevos compradores de Bitcoin ni entienden qué es ni son conscientes de que el resto de compradores la está utilizando como reserva de liquidez, entonces apenas será un bulbo de especulaciones —volátiles subidas y bajadas de precios—. Por suerte para todos, parece que Bitcoin está siguiendo sostenidamente el primero de estos caminos.