Me preocupa que algunos liberales justifiquen la actitud de Trump de negar el turno de pregunta a la CNN. No porque crea que la CNN tiene un derecho a preguntar (que desde luego no lo tiene) sino porque el argumento que ofrece Trump para denegárselo es tremendamente peligroso: la CNN no tiene el turno de palabra porque ha publicado noticias falsas sobre Trump.
Y es verdad que el último informe anti-Trump al que la CNN ha dado cierta credibilidad no debería haber sido publicado jamás por un medio serio, por cuanto el informe está lleno de inexactitudes y ni siquiera se halla verificado. Pero eso no justifica que Trump se erija como juez y parte para condenar a la CNN y denegarle la palabra. Justificará, como mucho, que los ciudadanos comenzamos a desconfiar de la CNN y dejemos de utilizarla como portal de referencia: no que un político adquiera la potestad de zafarse de las preguntas de un periodista alegando que miente.
Los medios de comunicación no son ángeles: tienen sus sesgos, su ideología, sus intereses y sus agendas. Pero los políticos no están para controlar, poner coto y marginar a los medios de comunicación que les resulten desagradables o incómodos: están para ser controlados (entre otros) por esos medios de comunicación imperfectos y, en muchas ocasiones, criticables. Que un político (cualquier político) utilice alguna excusa para vetar a aquellos medios de comunicación que le molestan constituye un precedente, como poco, inquietante.
Trump, y cualquier político, tiene la obligación de someterse a la fiscalización de la ciudadanía, de la prensa, de los tribunales, de la oposición política, de Wikileaks, etc. Los políticos deben estar tan maniatados y supervisados como sea posible. Son ellos los que renuncian al derecho a no ser supervisados una vez entran en política.
Si en España nos llevábamos las manos a la cabeza cuando Podemos proponía vigilar desde los tribunales a aquellos medios de comunicación que mentían, si incluso nos preocupa que una empresa privada como Facebook pueda implementar algún protocolo que filtre y censure "noticias falsas", no deberíamos jalear que el presidente electo de EEUU se arrogue la potestad de mandar callar a un periodista porque, en su personalísima opinión, miente. Aunque mienta, él no es quien para evitar que le formule preguntas que no le gusten: su cargo exige que le sean formuladas para tratar de poner coto al enorme poder que detenta.