Una de las campañas de propaganda más eficaces de los últimos años ha sido ésa de proclamar a los cuatro vientos que el PP subió el “IVA cultural”. No porque el PP no subiera el IVA de la inmensa mayoría de productos —que evidentemente lo hizo y con especial saña— sino porque la categoría de “IVA cultural” simple y llanamente no existe. La clasificación de los bienes y servicios que son gravados a los distintos tipos de IVA —superreducido, reducido o general— no depende en absoluto del contenido cultural específico que exhiban esos productos, sino de la tipología del bien o servicio.
O dicho de otra manera, a la hora de determinar si un producto es gravado al 4%, al 10% o al 21% no se toma en consideración si ese producto posee un contenido cultural o no: se tiene en cuenta si ese producto es un libro, una revista, una entrada de cine, una entrada de teatro, una entrada de concierto, un CD o un DVD. En este sentido, el IVA de libros y revistas unifica dentro de una misma categoría las obras que recogen la literatura del Siglo de Oro español y los libros de autoayuda o las revistas pornográficas: subir o bajar el IVA de libros y revistas es subir y bajar el IVA a todos estos productos con contenidos tan heterogéneos. Asimismo, bajar el IVA de las entradas de espectáculos públicos y en directo es bajárselo a toda entrada a un espectáculo público y en directo: teatro, conciertos y también corridas de toros.
De ahí que sea incorrecto afirmar que en 2012 se subió el IVA a la cultura: el IVA se incrementó a algunos productos —como las entradas de ciertos espectáculos o los DVDs— que pueden ser utilizados —o no—como vehículo para transmitir cultura; y, a su vez, no se incrementó el IVA de otros productos —como los libros o revistas— que también puede ser utilizados —o no— como vehículo para transmitir cultura.
La razón de fondo de por qué el IVA debe gravar la tipología de los bienes y no la valoración personal que efectuemos sobre esos bienes es que no debería corresponderle al Gobierno la misión de determinar qué es cultura y qué no: para algunos, los conciertos de heavy metal no serán cultura, sino un mero divertimento análogo a acudir a una discoteca; para otros, en cambio, serán una parte fundamental de la cultura occidental. ¿Debería el Gobierno discriminar entre qué estilos de música, qué contenidos literarios o qué películas de cine son cultura, aplicándoles un tipo de IVA reducido, y cuáles no, aplicándoles un tipo de IVA general? Evidentemente no debería, pues entonces estaría imponiendo un estándar cultural determinado a la población. De hecho, y ampliando el foco de la problemática, el Gobierno tampoco debería diferenciar tampoco entre arbitrarias tipologías de productos agraciadas o penalizadas con tipos distintos de IVA, pues así sólo está repartiendo caprichosamente palos y zanahorias entre aquellos empresarios díscolos o afines al poder.
Sin embargo, la estrategia pergeñada por los diversos lobbys industriales afectados por la subida del IVA (como la industria musical o la industria cinematográfica) creyó conveniente propalar la existencia de un IVA cultural que debía ser rebajado, confiando así en agrupar a la población en contra de una fiscalidad extraordinaria sobre la cultura (cuando no era más que una fiscalidad que gravaba el consumo en sus negocios particulares). Y ahora el Gobierno ha aprovechado el terreno abonado por toda la demagogia previa para meterles un gol por la escuadra: no sólo no ha cedido a las pretensiones del lobby del cine sino que les ha refregado por la cara su mejor entendimiento con el lobby taurino. No en vano, el movimiento del Ejecutivo ha sido doble: por un lado, extractar una nueva categoría de espectáculos —públicos y en directo— para poder rebajarles el IVA sin hacer lo propio con el de las salas de cine; por otro, incluir a las corridas de toros dentro de esa nueva categoría de espectáculos para así poder reducirles el IVA. ¿No se defendía la rebaja de un inexistente IVA cultural? Pues el Gobierno ha aprovechado para disminuir el IVA de alguno de esos formatos que se asociaban simplistamente con la cultura para, a su vez, beneficiar también a las corridas de toros (un espectáculo público y en directo que la mayor parte del autodenominado “mundo de la cultura” se niega a calificar como cultura).
Si desde un comienzo se hubiera sido honesto y se hubiera hablado del IVA del cine, del IVA del teatro, del IVA de los conciertos o del IVA de los DVDs —en lugar de meterlos interesadamente todos dentro del inventado saco del “IVA cultural”— ahora el Gobierno no podría sacar pecho diciendo que le está bajando el IVA “a la cultura” (conciertos o teatro) cuando, en realidad, se lo está rebajando a espectáculos muy específicos que podrán exhibir un contenido cultural o no hacerlo en absoluto (según, normalmente, quién opine sobre ello). Y, de nuevo, esperemos que esta artimaña contribuya a entender mejor la lógica del tipo único: evitar que los políticos metan sus manazas en la configuración del impuesto atendiendo a sus personales filias y fobias con los distintos sectores afectados. Pero como a todos los lobbies les interesa que existan esos tipos especiales dentro del IVA para intentar acogerse a ellos, el debate se desvía de la necesidad de bajar todo el IVA, para concentrarlo en qué industrias deberían ser las privilegiadas y cuáles las perjudicadas por una posible reforma del IVA. Sucede que de vez en cuando algunos de los lobbies que promueven ese debate artificial y tramposo no obtienen las prebendas ambicionadas y entonces no les queda otro recurso que el pataleo.