Déjenme comenzar este post haciendo un poco de recapitulación, para poner en contexto este artículo.
Estamos a principios de 2017. El peak oil, que es uno de los eventos clave de la Historia de la Humanidad y la razón de ser principal de este blog, probablemente se ha producido ya, y no ahora mismo sino que podría datar de hace unos dos años. En beneficio de algún lector que llegue a estas orillas sin saber dónde está, recordemos una vez más qué es el peak oil y qué es lo que significa.
El peak oil es el momento en el que la producción de petróleo llega a su máximo alcanzable y a partir de ahí comienza a declinar. La razón por la cual la producción de petróleo tiene un máximo histórico es fundamentalmente física y geológica, pero también económica: a medida que se han ido agotando los yacimientos fáciles y que contenían el petróleo de mayor calidad, hemos tenido que ir recurriendo a yacimientos donde la extracción es más difícil y lo que se produce, que no siempre es exactamente petróleo, es de peor calidad y requiere más coste (y más energía) para convertirlo en los combustibles que consumimos hoy en día.
Mientras la cosa fue bien, la industria petrolera fue aumentando rápidamente la producción de petróleo, pues para que la economía pudiese crecer más rápido se necesitaba más energía y en particular más petróleo; pero al crecer la producción crecía la industria de todo tipo, y al crecer la industria crecía la demanda, y al crecer la demanda se requería cada vez un mayor esfuerzo para mantener la producción a un nivel que la pudiera satisfacer.
Y así fuimos inflando el globo, hasta que llegamos a unos niveles de producción tan elevados que costaba un grandísimo esfuerzo simplemente mantenerse en ellos, sobre todo porque muchos yacimientos se hacían viejos y ya no rendían tanto, y costaba mucho encontrar nuevos yacimientos que los reemplazaran. Se aguantó lo que se pudo hasta que la cosa empezó a no dar más de sí.
Los primeros signos de alarma comenzaron con el siglo XXI, cuando el precio del petróleo empezó a subir paulatinamente después de décadas de estabilidad. Aproximadamente hacia 2005 el petróleo crudo convencional (el petróleo de verdad, que se extrae como siempre se extrajo) llegó a su máximo y comenzó un lento declinar, decadencia que últimamente se está acelerando. Para hacer frente a la caída del crudo convencional se comenzó a introducir a gran escala todo tipo de sucedáneos, con limitado éxito: primero los biocombustibles, después los petróleos extrapesados y por último el petróleo ligero de roca compacta explotado mediante el fracking. Todas estas alternativas eran bastante mediocres y tampoco tenían mucho rendimiento; de hecho, a pesar de haber llevado el precio del petróleo a valores históricamente elevados durante varios años las compañías que los explotaban perdieron dinero a mansalva. Y ahora, desde finales de 2014 vivimos una tregua en el precio del petróleo motivada por una relativa caída de demanda, en un ciclo más del proceso de destrucción de oferta - destrucción de demanda que aquí denominamos "la espiral", mientras las compañías petrolíferas reducen sus gastos en exploración y desarrollo de nuevos yacimientos de manera drástica y nos abocan a estrellarnos contra un nuevo pico de precios en poco tiempo. Pero no les queda más remedio, es una cuestión de supervivencia, pues las pérdidas en el sector son enormes, y ya lo eran incluso antes de 2014, cuando el precio del petróleo era históricamente elevado; sirva de botón de muestra la siguiente gráfica, tomada del recomendable artículo de SRSroccoreport sobre el colapso de la industria petrolera.
La gráfica representa la evolución durante los últimos años del balance financiero (flujo libre de caja o free cash flow menos dividendos) de las tres mayores compañías petrolíferas estadounidenses, Exxon Mobil, Conocco Philips y Chevron.
Que la producción de petróleo haya llegado a su máximo y comience su progresivo declive implica que los graves trastornos económicos en los que estamos inmersos y de los que no acabamos de escapar simplemente no puedan acabar. De hecho, esta crisis no acabará nunca.
Y sin embargo, en el momento en el que más falta haría reaccionar, delante de un problema tan serio y tan grave, en el momento en el que se imponía la más serena reflexión y la meditada toma de decisiones clave, la sociedad occidental continúa ajena a todo esto. Hay un serio problema de comunicación, que hace años que dura y no tiene visos de solucionarse, ni siquiera estando cada vez más cerca de la parte tumultuosa del descenso energético
Una parte de este desdén informativo delante de éste y otros problemas fundamentales viene de cómo chocan con las necesidades del sistema económico imperante (a fin de cuentas, el fin de energía abundante y barata es el fin del BAU). Así, delante de un problema tan serio y adulto se le contrapone toda una contrapropaganda, pensando quizá, de manera infantil, que si no lo miramos el problema desaparecerá por sí solo.
Hay, sin embargo, otra parte de la la dificultad comunicativa en la que la responsabilidad de la comunidad experta en recursos energéticos (entendida en un sentido amplio) tiene una gran responsabilidad. La cuestión es que no se está transmitiendo un mensaje sólido y creíble, sino muchos mensajes contradictorios y a veces dudosos. Ese difuso dominio donde la sociedad sitúa a los expertos en energía, donde espera encontrar consejo en ese tema, está formada por una amalgama de estudiosos y empresas, de gente honrada y de gente oportunista, en un tótum revolútum en el que los ciudadanos de a pie no pueden distinguir las diferencias, aunque éstas sean más que de matiz, y al final las llamadas a ir en direcciones opuestas a lo único que mueven es al inmovilismo. En este post he intentado sintetizar algunas de las principales especies de este zoológico que de un modo u otro pretenden arrimar el ascua a su sardina, sin importarle las consecuencias a largo plazo (excluyo deliberadamente de esta lista los fanáticos de la teoría de la conspiración y de la magia de cualquier tipo, incluyendo la negación de la Termodinámica).
- Los puramente negacionistas: Forman un grupo relativamente compacto en cuanto a sus argumentos, que suelen ser los mismos independientemente de la extracción política del sujeto. Algunos de sus argumentos preferidos son la falta de conocimiento preciso de las reservas de petróleo (como si el conocimiento incompleto fuera igual que el desconocimiento, y como si por no conocer la cantidad de algo significara que hay tanto como queramos), la presunta maléfica manipulación que hace la OPEP del mercado (cosa que pasó en tiempos pero no ahora; es la ilusión del control, que ya comentamos), que el precio del petróleo se mantiene bajo contradiciendo cualquier hipótesis de su escasez (endosando al bando peakoiler una predicción sobre el precio que en realidad es suya, de los economistas clásicos, ya que aquí lo habitual es hablar de precios oscilantes causados por la espiral - miren el quinto post de este blog, que data de hace 7 años) o que el fracking ha cambiado las reglas del juego (cuando se sabía desde el principio que era una burbuja porque no es rentable, y cuando a estas alturas la producción cae en picado, e incluso la productividad por pozo cae, último clavo ardiendo al que se agarraban). Creo interesante destacar, en el caso del fracking, un par de gráficas significativas. La primera es sobre la actual producción en Bakken y Dakota del Norte, extraída de un artículo muy interesante de Peak Oil Barrel:
La otra gráfica la publiqué en el post "La ilógica financiera", y nos muestra el gran desfase entre gastos e ingresos de las 127 compañías de petróleo y gas más grandes del mundo. Lo interesante es que este desfase (de más de 110.000 millones de dólares anuales) se produce de 2011 a 2014, es decir, con valores históricamente elevados del precio del petróleo, y es consecuencia de la nula rentabilidad de los petróleos no convencionales (arenas bituminosas y fracking entre ellos).
Lo terrible del asunto es que, a pesar de la abrumadora evidencia, los autodenominados expertos en energía siguen enfrascados en una idea equivocada, contradicha por la experiencia y los datos. Para todos ellos, como siempre, con todo mi cariño les recomiendo nuestra guía.
- El coche eléctrico como fetiche: Parece mentira que, cuando se habla de luchar contra las consecuencias del cambio climático o de atenuar las dificultades que conllevará el descenso energético, el primer foco de preocupación para mucha gente sea el mantenimiento del vehículo privado como fórmula fundamental de movilidad, cuando que siga habiendo coches o no es un problema terriblemente menor. El máximo exponente de la fijación pequeño burguesa en el coche-fetiche es la obsesión por el coche eléctrico (que por ejemplo llevó recientemente al parlamento catalán a aprobar una absurda moción para la promoción de puntos de recarga que nunca se usarán a escala significativa), y es lo que le ha reportado a la empresa automovilística Tesla Motors una inmerecida atención no sólo mediática sino de los expertos. Expertos en cuyo punto ciego caen los evidentes desbalances e insostenibilidades de Tesla, una operación especulativa sin ningún tipo de fundamente. El hecho de que en sus 7 años de historia Tesla Motors sólo haya tenido beneficios un trimestre, que pierda al menos 1.000 dólares por cada coche que ensamblan, que sus activos estén completamente sobrevalorados y que sólo se puedan mantener recurriendo a un endeudamiento espiralmente creciente, que su modelo de negocio se basa en que las otras compañías le compren sus bonos de emisión de CO2 y sobre todo gracias a la regulación de California, y muchos más datos negativos sobre la compañía, no hace que una legión de expertos diga y repita que Tesla es el futuro (cuando recientemente estuve en el Congreso del Futuro de Chile, tuve que soportar ver, más asqueado que estupefacto, cómo los otros ponentes de mi panel alababan las virtudes de Tesla). Sobre la inviabilidad del coche eléctrico como solución de movilidad a gran escala no me voy a extender más aquí; este blog contiene una comprensiva colección de artículos que lo analizan con gran profundidad. En todo caso, ése no es el problema y esto no es una solución.
- Los apóstoles de la transición renovable: Que dada la situación en la que estamos se necesita hacer una transición a un modelo energético 100% renovable es algo que no tiene discusión alguna. En lo que no hay de acuerdo es en todo lo demás. En particular, nadie puede garantizar que tal transición sea algo sencillo, y más bien parece que no lo es. Uno de los problemas para tal transición es que la caída del aporte energético de las no renovables, que será relativamente rápida (unas pocas décadas) puede crear disrupciones incapacitantes en sistemas críticos para el funcionamiento de todo (incluido los sistemas necesarios para el despliegue del 100% renovable) sin que haya habido tiempo para sustituirlos. Puede haber problemas de escasez de materiales críticos, que a día de hoy se extraen, transportan y procesan usando grandes cantidades de combustibles fósiles. El rendimiento energético de los sistemas de captación de energía renovable llamados a sustituir a los actuales combustibles fósiles y el uranio es también un tema controvertido, y sin un rendimiento energético suficiente no habrá un rendimiento económico adecuado y será difícil conseguir que se invierta en tales sistemas. Además, los modernos sistemas de producción renovable están orientados a la producción de electricidad, pero ésta es poco más del 20% de la energía final consumida en los países occidentales, y conseguir electrificar el otro 80% es un desafío de primera magnitud. Y al final, sea como sea, habrá límites a la capacidad máxima de producción renovable, posiblemente muy inferiores a los considerados normalmente, y eso significa el fin del crecimiento y un cambio que va mucho más allá de la simple sustitución de la matriz energética. Todos estos temas han sido discutidos en gran detalle en este blog, donde incluso hubo hace poco más de un año un debate muy prolijo sobre la cuestión. Por eso, resulta extraordinariamente frustrante que intelectuales como Naomí Klein o personajes muy mediáticos como Leonardo di Caprio digan públicamente, en libros y documentales, que la transición renovable es algo fácil, asequible y hasta un buen negocio. Pues no, no lo es; es algo que, si es posible, se conseguirá mediante un gran esfuerzo de coordinación y salvando enormes dificultades, y en modo alguno se conseguirá sin hacer cambios sustanciales en nuestro modo de vida. Y lo malo ya no es sólo estos personajes de gran proyección que confunden al gran público, sino algunas organizaciones serias que de buena fe han analizado la transición renovable fijándose sólo en una parte del problema y que considerando inmutables parámetros clave (disponibilidad de materiales, precio, eficiencia, productividad) llegan a conclusiones muy optimistas que sólo se sustentan sobre el papel; después, cuando se intenta llevar esa transición a la práctica uno se encuentra con escollos que antes no se habían ni mencionado, y eso a la larga puede perjudicar la causa que se pretende, por más noble y necesaria que sea. En particular, si la tan cacareada Energiewende alemana al final hace aguas, será muy difícil volver al punto de partida y explicar, entonces, que en realidad el proceso de cambio es duro y tortuoso, pero que sigue siendo muy necesario, incluso más de lo que se anticipaba.
- Los colapsistas ventajistas: Este término lo acuñó mi compañero y amigo Jordi Solé para hacer referencia, sobre todo, a cierto economista muy mediático y muy amigo de proponer recetas mágicas con las que solucionar los problemas del país. Se da la circunstancia de que este mismo economista publicó en 2008 un artículo en el que explicaba el peak oil y se veía claramente que comprendía el concepto; pero desde entonces ha renegado de tal explicación y se ha dedicado a ir navegando y sacar provecho de su gran habilidad para manipular estadísticas y hacerles escupir la verdad que más le interesa a él y a quienes le pagan. El colapsista ventajista es, por tanto, un individuo bien formado, que comprende qué es el peak oil e incluso va más allá: comprende que, sin una adaptación que es muy difícil de orquestar, el destino inevitable de nuestra sociedad es el colapso. Y en vez de esforzarse por informar, por intentar evitar el colapso o, como mínimo, ayudar a amortiguar sus consecuencias, este individuo pretende tan sólo sacar un provecho personal, arrogándose por tanto una superioridad moral sobre el resto del mundo al que está dispuesto mirar hundirse en el fango con tal de poder estar él un poco más por encima.
El colapsista ventajista es una especie relativamente nueva, debido a que hasta hace poco la idea de un colapso era completamente extraterrestre para el común de las sociedades occidentales. Sin embargo, la idea del colapso va cogiendo fuerza en la psique colectiva progresivamente, con los estragos que está causando en la clase media esta crisis económica que ya dura casi diez años, y con el temor fundado en los medios económicos y financieros a que la nueva oleada recesiva que se está gestando sea aún peor que la de 2008 (y las repetidas intervenciones de los bancos centrales, más que conjurar este peligro, únicamente lo están postergando pero al tiempo están aumentando el impacto potencial que tendrá). Que alguien diga que tiene un mapa que cartografía el colapso y que lo ofrece al mejor postor, y le lloverán ofertas, de los más incautos e incluso de algunos no tan incautos.
No tengo suficientes elementos de juicio para saber si el misterioso informe del Hills Group en el que se introducía el denostado modelo Etp respondía a una estrategia de interés económico puro y duro, pero está claro que los que han promovido ese modelo (del que tontamente yo mismo me hice eco en su día) son colapsistas, son gente que sabe de lo crítico de la situación actual y la comprenden correctamente, y que sin pudor han desarrollado un modelo que saben perfectamente que es conceptualmente aberrante pero que, adornado con palabras esotéricas como "exergía" y "entropía" y un modelo abstruso para una mayoría lega en física y matemáticas, podía ganar un campo adepto y al tiempo presentarse como una opción respetable. Cuando, con el tiempo, toda la aberración del modelo Etp quede completamente expuesta, será complicado explicar al público general que aunque el modelo sea técnicamente deplorable, las conclusiones a "las que llega" (en realidad, estaban definidas a priori) son correctas; y el fracaso del modelo Etp retrasará aún más la tarea urgente y necesaria de hacer saber a esta sociedad infantilizada y autista que hay que hacer cambios radicales.
No hablo de manera abstracta aquí: cuando el lunes de la semana pasada asistí a la reunión de la FUHEM para hablar del problema del declive energético, vi una preocupación generalizada, interesada y legítima, y un interés en llevar este problema a la primera línea de la discusión política en España. Después de mi presentación, y las intervenciones de Carlos de Castro, Xavier García Casals y Antonio Serrano, en las que quedó expuesto lo burdo, errado y grosero del modelo Etp, resultaba muy difícil volver a conducir la discusión al punto central del debate: el declive energético es algo cierto y urgente, aunque el modelo Etp sea una filfa. Carlos de Castro lo apuntó brevemente, Pedro Prieto hizo una muy buena y muy centrada intervención poniendo el foco en el problema real, pero el daño ya estaba hecho: en la sala flotaba el desencanto de saber que el motivo principal que se quería analizar en esa reunión era, ni más ni menos, un bulo, sino una estafa. Si el modelo Etp hubiera sido correcto, en muy pocos meses hubiéramos podido ver cómo el problema del rápido declive de la energía neta aparecería recurrentemente en las discusiones políticas españolas, incluso en el Congreso de los Diputados; después del fiasco del otro día, dudo que el tema llegue a emerger en varios años, y en todo caso no hasta que la próxima oleada recesiva nos sacuda. Y eso en España; no quiero ni imaginar qué efecto tendrá ultramar. Justo en el peor momento posible.
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De acuerdo con la mitología griega, los barcos que atravesaban ciertas aguas especialmente peligrosas debían tener cuidado con el canto melódico y atrayente de las sirenas, que hacía que los hombres que las oyeran saltaran al agua, cautivados, para perecer ahogados. Es el canto de estas sirenas del colapso el que nos puede llevar a perecer, atrapados por ese colapso que quizá aún puede ser evitado o como mínimo domesticado. Nuestra única arma contra ellas no es ponernos cera en los oídos, sino armarnos de conocimiento. Y de paciencia, de mucha paciencia.