Este pasado 23 de marzo se cumplieron 25 años de la muerte de uno de los científicos sociales más importantes del siglo XX: Friedrich Hayek. Las contribuciones de quien llegara a recibir el Premio Nobel de Economía en 1974 son notables en disciplinas tan diversas como la sociología del derecho, la metodología de la ciencia o la teoría de las fluctuaciones cíclicas. Pero probablemente el legado más importante que nos dejó el austriaco de cara a la defensa de las sociedades libres sea su escepticismo hacia los procesos de ingeniería social ejecutados por una autoridad centralizada y coercitiva. Hayek siempre puso de manifiesto la insuperable dificultad de que una sola persona —el autócrata de turno— concentrara en su sola cabeza todo el inconmensurable conocimiento disperso existente en una sociedad: y precisamente porque nadie puede saberlo todo de todo, máxime en entornos cada vez más complejos, especializados y dinámicos, nadie debería encargarse de planificar coactivamente a toda una sociedad. Más bien al contrario: la piedra angular de una comunidad no puede ser el ordeno y mando de los políticos, sino el respeto a la libertad de cada individuo para coordinarse cooperativamente con el resto de personas a través de instituciones sociales como el lenguaje, los mercados o los usos jurídicos.
Para Hayek, el orden no era un estado que se lograra mediante el control de los ciudadanos desde la cúspide de la burocracia estatal, sino un fenómeno emergente que se alcanzaba de manera espontánea cuando cada ciudadano perseguía su interés personal respetando la libertad de los demás y haciendo uso de esas instituciones sociales coordinadoras. El socialismo, al implicar un cercenamiento de la iniciativa empresarial y una supresión radical de las instituciones tradicionales a través de las que se coordinaban centenares de millones de individuos, sólo podía degenerar en un completo fiasco económico ante la insalvable incapacidad de los planificadores estatales para adquirir y procesar toda la información necesaria para ello; y a resultas de este inexorable fiasco económico perpetrado por la coacción generalizada y sistematizada sobre la sociedad, por necesidad el socialismo debía terminar estructurándose en un régimen político totalitario que eliminara el resto de esas libertades básicas que habilitan a cada persona a perseguir sus propios fines vitales. En suma, Hayek nos advirtió a lo largo de toda su carrera contra los peligros del intervencionismo estatal más extremo: un cuarto de siglo después de su muerte, mantengamos vivas sus principales enseñanzas.