Durante los últimos años hemos venido escuchando que las altas tasas de desempleo que hemos experimentado últimamente dentro de Occidente responden, en el fondo, a una tendencia mucho más de largo plazo: el denominado ‘paro tecnológico’. Según esta explicación, la mecanización de los procesos productivos está destruyendo puestos de trabajo sin que, en paralelo, aparezcan otros nuevos que permitan reabsorber a los nuevos desempleados: de ahí que se inste a los Estados a que aumenten la redistribución de la renta con el objetivo de proporcionar un sustento a los parados estructurales. El problema de esta narrativa es que, al menos hasta la fecha, es falsa.
De acuerdo con los datos que acaba de publicar la OCDE, la tasa de empleo en el club de los países más ricos del mundo ha alcanzado el 67,4%, su nivel más elevado desde 2005 (la organización no recoge registros anteriores): es decir, en ningún otro momento de la base de datos de la OCDE ha habido un porcentaje más elevado de personas entre 15 y 64 años que tuvieran una ocupación. Si los robots nos están quitando el empleo, de momento lo están haciendo bastante mal, dado que cada vez más gente cuenta con un puesto de trabajo dentro de los países desarrollados. Desde luego no se trata de negar que la incorporación de robots en los procesos de producción de las empresas pueda destruir en el corto plazo empleos netos: más bien, lo que cabe rechazar es que esa tendencia haya sido verdaderamente relevante a la hora de explicar el masivo incremento del paro que hemos presenciado durante la última década. En realidad, esa gigantesca destrucción de empleos se debió, sobre todo, al hundimiento de la actividad económica propio de la crisis: cuando el aparato productivo de la mayoría de economías occidentales se vino abajo como resultado de la acumulación previa de malas inversiones, muchos ciudadanos se vieron abocados al paro. Ha sido la progresiva reconstrucción de ese tejido productivo (abandonando los sectores burbujísticos y creando nuevos sectores competitivos) lo que ha permitido que las ocupaciones que desaparecieron entonces vuelvan a aparecer ahora en otras industrias.
Tal vez la robotización sea un reto de futuro para nuestras sociedades, pero ciertamente no ha sido el factor clave para explicar las causas del fiasco laboral experimentado desde 2008. A día de hoy, las oportunidades para crear nuevos empleos siguen siendo superabundantes: sólo necesitamos de más libertad económica.