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Le Pen no es hija del liberalismo

por Laissez Faire Hace 7 años
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A la postre, el discurso de la extrema izquierda internacional —y también española— ha girado en torno a la idea de que el neoliberalismo es el origen de todos los males: de la pobreza, de la explotación, de la desigualdad, de la corrupción, del paro, de la crisis, de la contaminación, del repunte de los suicidios o de las guerras. Y si, como también se nos ha dicho, Macron pertenece a esa devastadora corriente “neoliberal” que está asolando el planeta, ¿cómo expresar ahora un apoyo, siquiera velado, a la malísima plaga neoliberal de Macron aun cuando sea para hacer frente a la extrema derecha de Le Pen?

De ahí que el discurso de la extrema izquierda española haya girado en torno a las vinculaciones que existen entre el neoliberalismo macroniano y el neofascismo lepenista. Por ejemplo, el líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón, mostró rápidamente su equidistancia entre ambos políticos al vincular genéticamente ambas corrientes ideológicas: el fascismo es hijo del liberalismo. Lo mismo da, pues, votar al padre para que siga alimentando a su prole que directamente apoyar al hijo ya emancipado.

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La tesis de Garzón no es nueva: hace meses ya diagnosticó, metiendo la pata hasta el corvejón, que la extrema derecha era hija de la globalización. Ahora bien, que en esta ocasión repita su equivocada hipótesis para el caso de Francia es algo que ya resulta absolutamente disparatado. No en vano, Francia es el país europeo con mayor gasto público, con mayor gasto social y con una de las mayores regulaciones laborales: esto es, Francia es el país europeo que más se ajusta el modelo de Estado que defienden partidos como Podemos o Izquierda Unida.

Así las cosas, el gasto público de Francia ascendió en 2015 al nivel más elevado de su historia y del conjunto del continente europeo: el 57% del PIB. Si excluimos el pago de intereses de la deuda, el gasto público continuaba ubicándose en máximos: el 55% de su PIB. Recordemos que Unidos Podemos proponía en su programa elevar el gasto público de España hasta el 43% del PIB: por tanto, Francia cuenta con un Estado mucho más grande que incluso aquel ambicionado (al menos en el corto plazo) por la extrema izquierda española.

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Acaso se replique que la mayor parte de ese gasto público no tiene un propósito social y que, por tanto, de nada nos sirve este indicador para medir cuán protector de los “derechos sociales” es el Estado francés. Pero semejante contestación sería incorrecta: Francia también es el país europeo que destina un mayor porcentaje de su PIB el gasto social; en concreto, más del 34% de su PIB en 2014 (último dato disponible). Y sí, merece la pena recalcar que el gasto social de Francia es superior al de las socialdemocracias nórdicas como Dinamarca, Finlandia, Suecia, Noruega o Islandia. ¿No decía Unidos Podemos que éstos eran los países a los que querían imitar? Pues el gasto social de Francia todavía es más elevado que el de todos ellos.

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Pero tal vez se me reproche que Francia, pese a tener un sector público gigantesco, se trata de una economía absolutamente desregulada que deja a la intemperie al estrato más débil de la sociedad, a saber, sus trabajadores. Mas tampoco sucede nada de esto: según el indicador sintético de la OCDE sobre el grado de protección regulatoria de los trabajadores frente al despido, Francia es el quinto país de la OCDE con una mayor intervención laboral, tanto para amparar a los empleados fijos como a los temporales.

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Asimismo, Francia también es el país europeo con un mayor salario mínimo (1.466 euros mensuales) en relación con el salario mediano del país.

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En definitiva, Francia carga con un Estado gigantesco y con unas regulaciones laborales draconianas. ¿Qué sentido tiene, como hace Garzón, calificar a Francia de Estado neoliberal fallido cuyo colapso ha dado alas al fascismo? Una de dos: o Garzón defiende un sistema económico socialista similar al cubano, al norcoreano o al venezolano —a cuyo caso, claro, Francia es una potencia ultraliberal— o está recurriendo a la propaganda confianza en la desinformación de sus lectores. En cualquiera de ambos casos, su mensaje es completamente falaz: el éxito electoral de la extrema derecha liberticida de Le Pen podrá tener múltiples causas —económicas y no económicas—, pero entre ellas no se encuentra la de que Francia haya apostado por políticas liberales dirigidas a desmantelar su sector público. Más bien ha sucedido al contrario: a pesar de que tanto Le Pen como Mélenchon defendían entusiasmadamente seguir incrementando el tamaño de su Leviatán, Francia ya posee el Estado más grande, intervencionista y socialdemócrata de toda Europa. No, Francia no es liberalismo: es el Edén que Unidos Podemos nos prometía en las últimas elecciones generales.


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