El valor de mercado de Amazon supera ampliamente los 400.000 millones de dólares, casi tanto como todas las empresas del Ibex 35 juntas. Para algunos, se trata de un caso claro de burbuja financiera: ¿cómo cabe entender el extraordinario valor de esta compañía por muy popular que resulte en internet? Acaso un reciente dato nos ayude a comprenderlo mejor: el 52% de las familias estadounidenses tiene contratado el servicio de Amazon Prime (una suscripción mensual o anual que da derecho a recibir dos compras diarias exentas de gastos de envío y que, a su vez, proporciona acceso a un amplio catálogo online de contenido audiovisual). Este porcentaje —el 52% de familias con Amazon Prime— supera al de familias que asisten al menos una vez al mes a la iglesia (51%) o al de familias que cuentan con una línea de telefonía fija (49%). Dicho de otra manera: dentro de la sociedad estadounidense, los productos de Amazon ya son más populares que los servicios eclesiásticos o que el antaño omnipresente monopolio natural de la telefonía fija.
Jeff Bezos, fundador de Amazon, ha conseguido convertir una startup tecnológica, que a duras penas fue capaz de sobrevivir al pinchazo de la burbuja puntocom en los albores del siglo XXI, en una infraestructura global cada vez más utilizada, demandada y deseada por los ciudadanos. Y sus logros presentes sólo constituyen un aperitivo de lo que podría llegar a ofrecer en el futuro conforme esta infraestructura siga desarrollándose y adaptándose a las necesidades de sus clientes. Cualquier negocio actualmente exitoso dedicado a distribuir bienes o contenidos digitales, desde Inditex a Mercadona pasando por la propia Telefónica, debería prestar suma atención a las continuadas innovaciones que está introduciendo su rival online y debería esforzarse por mejorarlas o por resignarse a ir perdiendo su fiel clientela ante el empuje de Amazon. No en vano, merced a este empuje a la hora de satisfacer a sus clientes, el propio Bezos se ha convertido en uno de los hombres más ricos del planeta, llegando a superar al propio Amancio Ortega. Son las ventajas de la libre competencia: ni siquiera aquellos que han llegado a lo más alto en la actualidad pueden quedarse dormidos en los laureles, pues otros vendrán que lo desplazarán en la escala de preferencias del consumidor. Incluyendo, claro, a la propia Amazon: sus triunfos presentes no serán eternos y otros llegarán que, en algún momento, terminarán por superarla.