El indicador más habitualmente utilizado en España y en Europa para medir la pobreza es la “tasa de riesgo de pobreza o exclusión social” (tasa AROPE). Se dice que un hogar se halla en “riesgo de pobreza o exclusión social” cuando sufre alguna de estas tres condiciones:
Ingresos inferiores al “umbral de riesgo de pobreza”: El “umbral de riesgo de pobreza” se define como aquel volumen de ingresos equivalente al 60% de la renta mediana de los hogares españoles (en realidad, de los ingresos por unidad de consumo: pero la diferencia ahora mismo es poco relevante). En 2016, el umbral de riesgo de pobreza en España para hogares compuestos por una sola persona era de 8.209 euros anuales y para los hogares compuestos por dos adultos y dos menores, de 17.238. Estos umbrales de pobreza fueron un un 2,4% superiores a los del año anterior porque la renta mediana de las familias españolas se ha ido incrementando (esto es, las familias “de clase media” ganan más).
Carencia material severa: Un hogar sufre de carencia material severa cuando declara no poder permitirse cuatro de los siguientes bienes y servicios: 1. Vacaciones de al menos una semana por año; 2. Comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días; 3. Temperatura adecuada en la vivienda; 4. Hacer frente a gastos imprevistos (por valor de 650 euros); 5. Atender con puntualidad los gastos relacionados con la vivienda principal (hipoteca o alquiler, comunidad, suministros…); 6. Automóvil; 7. Teléfono; 8. Televisor; 9. Lavadora. Por consiguiente, si una familia española no puede permitirse ni las vacaciones, ni un automóvil, ni un teléfono móvil, ni hacer frente a imprevistos, entonces sería categorizada como “hogar que padece carencia material severa”.
Baja densidad en el empleo: Hogares cuyos miembros en edad de trabajar han estado empleados menos del 20% de las horas en que podrían haber estado empleados. Por tanto, si una familia española está compuesta por tres adultos (un matrimonio y un hijo mayor de 16 años) y sólo uno de ellos trabaja a media jornada, ese hogar exhibirá baja densidad en el empleo.
Hace unos días, el INE publicó su estimación de la tasa AROPE de España para el año 2016, y los resultados indican que el porcentaje de familias en riesgo de pobreza o exclusión social bajó hasta el 27,9%... su nivel más bajo desde 2013.
Sin embargo, y a la luz de nuestras definiciones anteriores, debería ser evidente que la tasa AROPE mide la pobreza de una manera bastante imperfecta debido a que no tiene en cuenta un componente fundamental: el ahorro. Contar con bajos ingresos o haberse quedado desempleado un año no significa necesariamente que se estén padeciendo grandes privaciones materiales, dado que la persona parada o con bajos ingresos tal vez disponga de un colchón de ahorro que le permita capear el temporal hasta que sus ingresos vuelvan a aumentar o hasta que encuentre empleo. Evidentemente, si una persona se mantiene desempleada o con bajos ingresos durante largos períodos de tiempo, su ahorro se consumirá y, por tanto, experimentará desde entonces importantes privaciones materiales: pero no todas las personas se mantienen indefinidamente en el paro o con bajos ingresos (por eso, por cierto, la tasa AROPE es una tasa que mide el riesgo de pobreza, pero no la pobreza estrictamente definida).
Ahora bien, a partir de la tasa AROPE sí podemos llegar a una definición más estricta de pobreza: el número de hogares que padecen de carencia material severa, esto es, que no pueden permitirse adquirir ciertos bienes y servicios esenciales para la buena vida. Como ya explicamos, la tasa AROPE considera que un hogar padece de carencia material severa cuando no puede permitirse al menos cuatro de los nueve conceptos anteriormente reseñados (1. Vacaciones de al menos una semana por año; 2. Comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días; 3. Temperatura adecuada en la vivienda; 4. Hacer frente a gastos imprevistos (por valor de 650 euros); 5. Atender con puntualidad los gastos relacionados con la vivienda principal (hipoteca o alquiler, comunidad, suministros…); 6. Automóvil; 7. Teléfono; 8. Televisor; 9. Lavadora). Así las cosas, el porcentaje de familias con carencia material severa cayó en 2016 del 6,1% al 5,5%. Esta tendencia a la baja no se modifica por mucho que ampliemos la definición de “carencia material severa” para incluir a aquellas familias que no puede permitirse adquirir al menos dos o al menos tres de los nueve bienes anteriores.
De hecho, entre los hogares que padecen de carencia material severa, existe un subgrupo que resulta especialmente preocupante: aquellos que, teniendo un empleo, no logran ingresos suficientes como para atender sus necesidades básicas (quienes no las cubren por carecer de un empleo, probablemente levanten cabeza cuando encuentren uno). Esta última es una categoría que nos aproximaría a la definición de “trabajadores pobres”: personas estancadas en un empleo mal pagado e incapaz de proporcionarles una vida mínimamente decente. Pues bien, este grupo de hogares también disminuyó en 2016: desde el 3,8% al 3,4%... su nivel más reducido desde 2011.
En definitiva, en contra de las proclamas de los agoreros, la recuperación sí se está dejando sentir en todos los estratos de la sociedad: cae el porcentaje de hogares en riesgo de pobreza o exclusión social, cae el porcentaje de hogares con carencia material severa, y cae el porcentaje de hogares con carencia material severa pese a contar con un empleo. De hecho, y en puridad, las cifras son todavía mejores de lo que aparentan, pues todas ellas fueron estimadas por el INE durante la primavera de 2016 y a partir de las cifras de empleo de 2015: esto es, la bonanza experimentada durante la segunda mitad de 2016 (durante el cual se crearon más de 200.000 empleos) ni siquiera aparece aquí recogida.
Es verdad que todavía estamos lejos de haber regresado a valores de pobreza previos a la crisis, algo totalmente lógico habida cuenta de que sigue habiendo 2,3 millones de ocupados menos que entonces. Pero al menos sí comprobamos nuevamente que el más poderoso mecanismo para sacar a los españoles de la pobreza es el crecimiento económico y la consecuente creación de empleo: por eso, deberíamos esforzarnos por promover políticas que alimenten este crecimiento y olvidarnos de la demagogia política que, a través de salvajes subidas de impuestos y de regulaciones esclerotizadoras, amenaza con socavar las bases de ese saludable crecimiento.