El grupo italiano Atlantia ha lanzado una oferta de compra “amistosa” sobre la compañía española Abertis. De salir adelante, se crearía todo un gigante del sector de las infraestructuras, con 13.300 kilómetros de autopistas bajo su administración. Atendiendo a los favorables titulares que han acompañado a la operación, acaso sorprenda la escasa reacción que ha exhibido el mercado bursátil: las acciones de Abertis descendieron ligeramente al cierre de la sesión de ayer, mientras que las de Atlantia ni siquiera se incrementaron un 2,5%. Cuando una integración empresarial es claramente beneficiosa para ambas partes, lo previsible es que estos beneficios conjuntos se reflejen con contundencia en las cotizaciones bursátiles. Pero no ayer no sucedió nada de esto y no lo hizo, en esencia, por dos motivos. Primero, no está ni mucho menos claro que la operación vaya a salir adelante: Atlantia no ha ofrecido por las acciones de Abertis un precio superior al de mercado (ayer cerraron en 16,3 euros, sólo 20 céntimos por debajo del ofrecido en la OPA de Atlantia), de manera que bien podría suceder que los actuales accionistas se negaran a vender.
Además, y por si la anterior incertidumbre fuera escasa, la adquisición debe someterse al dictamen de los tribunales europeos de defensa de la competencia: auténticas burocracias obsesionadas con diseccionar a las compañías de gran tamaño por eficientes y beneficiosas que puedan ser para los consumidores. Por consiguiente, existen auténticos obstáculos económicos y jurídicos para que la operación termine prosperando en sus condiciones actuales. Y, además, existe un segundo foco de incertidumbre: aun cuando la transacción acabe saliendo adelante en sus condiciones actuales, tampoco queda claro hasta qué punto es verdaderamente positiva. En contra de los apocalípticos pronósticos marxistas, las economías de mercado no tienden hacia ningún “monopolio único” por la simple razón de que no todo incremento del tamaño de una empresa resulta rentable. Las compañías de mayor tamaño disfrutan de ciertas ventajas (economías de escala, poder negociador, menor riesgo a la hora de efectuar orgánicamente inversiones muy específicas y de largo plazo, etc.), pero también están expuestas a gravosos inconvenientes (mayor burocratización, pérdida de flexibilidad, costes de control y coordinación más elevados, anquilosamiento de la cultura empresarial, etc.). Sólo cuando las sinergias de la integración superan a sus desventajas, la adquisición genera auténtico valor empresarial: y aquí no está claro que vaya a hacerlo. De ahí la escasa euforia vivida tras el anuncio de ayer.