Que una cosa se esté poniendo de moda no quiere decir ni mucho menos que sea interesante para el inversor, para el que compra, aunque para el vendedor sea atractivo.
Esta semana hemos conocido por los periódicos norteamericanos que Estados Unidos estaba pensando seriamente la posibilidad de emitir deuda a 50 años, algo que supone toda una novedad, puesto que habría que remontarse nada más y nada menos que al año 1911 cuando se emitió deuda con ese vencimiento con la finalidad de poder hacer frente a la financiación de las obras del Canal de Panamá. Posteriormente, en la década de los 50 y de los 60 emitió siete bonos con vencimiento de 30 años.
También existen multitud de casos y ejemplos en otros países, en parte debido a los tipos de interés en mínimos debido a las medidas adoptadas por los Bancos Centrales. Y es que los países ven una oportunidad para intentar garantizarse una financiación a muy largo plazo con unos tipos de interés que históricamente hablando están muy bajos.
¿Ejemplos? En el 2015 hubo emisiones de bonos a 100 años por México y Filipinas, En 2016 tenemos a Irlanda, Bélgica, Italia, España, Francia y Austria. Un año en el que se han colocado 50.000 millones de euros en títulos a plazos que superan el umbral de los 30 años. Austria vendió títulos con vencimiento hasta el año 2086, Irlanda y Bélgica colocaron bonos a 100 años. El bono español a 50 años se vendió a un tipo de interés medio del 2,68%, por su parte el de Austria al 1,5% (70 años) cuando el bono a 10 años tenía el 0,26%.
Todo esto nos lleva a dos preguntas importantes
1º) Una pregunta clásica a través de los tiempos: ¿cuál es la mejor manera de financiar los gastos públicos? ¿Es mejor optar por un incremento de los impuestos? ¿O acaso es preferible una emisión de deuda?
Es decir, el Gobierno de un país, de cara a financiar sus gastos, puede elegir subir los tributos a los ciudadanos o bien emitir deuda pública. La cuestión es que optar por la emisión de deuda pública supone un “aplazamiento técnico”, ya que esa deuda se tendrá que pagar el día de mañana subiendo igualmente los impuestos, es más, subiéndolos por encima del nivel en el que se encontrarían si se hubiese optado en su momento por la primera opción. Así pues, la cosa es “sencilla”: pagar impuestos hoy o pagar impuestos mañana.
Una parte de la doctrina lo tiene muy claro. Imaginemos que un Gobierno decide financiar un gasto adicional a través del déficit, es decir, cobrando impuestos mañana. Aunque bien es cierto que sus ciudadanos tendrían más dinero hoy, serían plenamente conscientes de que tendrían que pagar más impuestos en el futuro, de manera que tenderían a ahorrar el dinero necesario para poder hacer frente el día de mañana a dichos impuestos. Por tanto, la idea que se podría extraer es que ese incremento del ahorro por parte de los ciudadanos compensaría el gasto adicional del Gobierno, permaneciendo la demanda agregada tal cual.
El hecho es que parece que, si el Tesoro estadounidense necesita dinero, un bono a 50 años y sin cupón no tiene mucho sentido.
2º) ¿Es buena idea invertir en ello? La realidad es que es una opción ventajosa e interesante para el que vende, pero para el que compra supone un elevado riesgo.
Una cosa es que la deuda pública a corto plazo no sea muy atractiva e incluso presente interés negativo, aparte de que los bancos no retribuyen mucho los depósitos, pero otra cosa es que no suponga un riesgo para el inversor, más que nada porque el hecho de depositar dinero a tan largo plazo implica estar al arbitrio de sucesos del todo imprevisibles a día de hoy, sucesos a 50 años vista, ya ni les cuento a 100 años. La ecuación a mayor plazo temporal mayor riesgo es la piedra angular en lo que se refiere a invertir en deuda. Hay que tener en cuenta que a mayor plazo existe más probabilidades de que la solvencia del emisor se resienta, por no hablar de la incidencia que ocasiona la fluctuación de la inflación sobre el rendimiento del bono, es decir, si la inflación es mayor que la rentabilidad del bono, mal asunto para el inversor.