Los militantes socialistas debían elegir este domingo entre una apparatchik del fallido régimen socialista andaluz y un candidato multifracasado, sin principios y en abierta podemización. Han optado por lo segundo, lo cual constituye a su vez una enmienda a la totalidad contra su pasado, contra la estructura de su partido y contra sus más visibles modelos de gestión política.
Susana Díaz era el paradigma del aparato de poder socialista: ascenso gradual y tutelado en las jerarquías de mando internas, presidenta de la Junta de Andalucía y apoyo de todos los secretarios generales históricos y de la inmensa mayoría de barones regionales. Sólo le faltaba coronarse secretaria general del PSOE y, de ahí, dar el salto a La Moncloa. El tradicional cursus honorum que había definido hasta anteayer la vida del socialismo patrio. Su propuesta política estaba, además, muy bien definida: el erial de Andalucía. Altos impuestos, regulaciones omnipresentes, subsidios generalizados y transferencias interterritoriales: a saber, consolidar el subdesarrollo interno para ulteriormente subvencionarlo.
Pedro Sánchez no guarda, en realidad, orígenes muy distintos con respecto a Susana Díaz: no en vano, también fue escalando orgánicamente agachando la cabeza, hasta el punto de que su primera secretaría general la consiguió convirtiéndose en el ahijado de Díaz cuando ésta lo necesitó (sin resistencia conocida por parte de Sánchez). Sin embargo, cuando el aparato quiso cortarle la cabeza, comenzó a construir su relato de outsider inmaculado e incorrupto, decidido a capitanear una cruzada sin cuartel contra el gobierno del PP y contra los poderes fácticos. En verdad, Sánchez tan sólo fue tejiendo sus alianzas políticas, electorales e ideológicas en función de sus necesidades para mantenerse encaramado en el poder: su rebeldía era una simple impostación táctica para esconder la completa maleabilidad de sus principios y valores. De ahí que su última propuesta política conocida fue la de adoptar el mismo programa económico del populismo que él se había caracterizado tanto tiempo por rechazar.
Pero precisamente por este relato que Sánchez se ha visto incentivado a construir frente a sus militantes, su victoria en estas primarias es también una rotunda derrota del pasado del PSOE (pierde Felipe González, pierde José Luis Rodríguez Zapatero y pierde Alfredo Pérez Rubalcaba), una derrota de las principales estructuras de poder en el partido (pierde Susana Díaz, pierde Javier Fernández, pierde Ximo Puig, pierde Emiliano García-Page, pierde Guillermo Fernández Vara y pierde Javier Lambán) y una derrota del más visible y característico modelo de gestión que puede ofrecer el PSOE al resto de España (pierde la Junta de Andalucía). Contra todo eso votó inevitablemente ayer la mayor parte de la militancia socialista, la cual se encomienda ahora a un líder oportunista que necesariamente habrá de refundar el proyecto político de su partido pasando por encima de la otra parte de la militancia y de sus contrapoderes internos.
Y si atendemos a su discurso de anteayer, los ejes de esa refundación sanchista serán la oposición frontal a Rajoy (¿moción a Rajoy?), la denuncia de los poderes fácticos (¿la trama?) y el giro a la radicalidad en busca de una alianza gubernamental con Podemos (¿unidad de la izquierda?). No por casualidad, y como ya hemos expuesto, Sánchez fabuló con un frente anti-PP supuestamente frustrado por el Ibex 35 y que, a su vez, construyó sus promesas electorales tratando de desbancar a los de Pablo Iglesias en estatismo e intervencionismo. Él mismo es ahora rehén de sus demagogas estrategias de supervivencia, aunque de un personaje tan voluble y con tanta ambición de poder cabe esperar cualquier conducta en función de cómo evolucione su entorno.
En suma, el castuzo establishment socialista, responsable del infradesarrollo de media España, pierde ante otro ex castuzo socialista que había salido siempre derrotado hasta que supo engañar a una mayoría de militantes vistiéndose con los ropajes de insubordinación, populismo y radicalismo. Inquietante lección para el futuro del PSOE y, de rebote, para el futuro de nuestro país. Corrupción, propaganda, oportunismo y sed irrefrenable de poder: las características fundamentales de los grandes partidos que aspiran a gobernar España.