Susana Díaz no era una buena candidata ni para el PSOE ni, sobre todo, para España. La región en la que gobierna desde hace casi cuatro décadas la federación socialista andaluza es una de las zonas con menor renta per cápita y con mayor desempleo de toda Europa: su modelo de impuestos altos, regulaciones asfixiantes, burocratización masiva y subsidiación de la pobreza ha castrado el potencial de desarrollo de esta autonomía… y habría sido verdaderamente desastroso extenderlo al resto del país.
El problema, claro, es que la alternativa que planteaba Pedro Sánchez a Susana Díaz no era mejor. Las últimas propuestas políticas que ha expuesto el ya secretario general del PSOE han sido la elevación de salarios por ley, el establecimiento de una jornada laboral de 35 horas, el aumento de la sindicación laboral, la creación de una banca pública e incluso la institucionalización de una renta básica universal. Un listado de políticas a cada cual más disparatada.
Por un lado, la combinación de subidas salariales, con la reducción de la jornada laboral y con el incremento de la sindicación provocaría un muy notable encarecimiento del coste por hora trabajada. Por ejemplo, actualmente el salario mínimo por una jornada laboral de 40 horas semanales es de 825 euros mensuales (en doce pagas); este salario mínimo equivale a un coste por hora trabajada de 5,15 euros. Pedro Sánchez propone aumentar el salario mínimo hasta los 1.000 euros mensuales al tiempo que rebaja la jornada laboral hasta las 35 horas semanales, lo que incrementaría el coste laboral por hora trabajada hasta los 7,1 euros, esto es, un aumento de casi el 40% con respecto a la situación actual. Aquellas empresas que no sean capaces de generar un 40% más de valor añadido por hora trabajada simplemente optarán por recortar en mano de obra, con las negativas consecuencias encadenadas que ello conlleva.
Por otro, el restablecimiento de la banca pública únicamente traería de vuelta los mismos vicios que fueron gestándose con las cajas de ahorros (a todos los efectos, bancos públicos): a saber, uso imprudente del crédito, pérdidas milmillonarias, sobreendeudamiento de familias y empresas, y rescates estructurales a costa del contribuyente.
Por último, la renta básica es el paradigma de programa presupuestario que supone un desparrame gigantesco de gasto (el BBVA estimó recientemente su coste en 190.000 millones de euros, casi el doble que las pensiones públicas), lo que requeriría de subidas masivas de impuestos para alimentar tal brutalidad de gasto.
En suma, Sánchez propone exactamente lo mismo que aquello que nos condujo hasta la devastadora burbuja primero y hasta la prolongada crisis después: endeudamiento laxo e imprudente, rigideces regulatorias en los mercados y aumentos superlativos de impuestos para alimentar un gasto público sobredimensionado. Un auténtico despropósito que, sin embargo, apenas se ha dejado sentir todavía en los mercados: el Ibex sólo ha caído un 0,4% y la prima de riesgo se ha mantenido intacta. ¿Por qué?
Pues fundamentalmente por dos razones. La primera es que las opciones electorales de Sánchez son cuando menos inciertas: que el socialista haya alcanzado la secretaría general del PSOE no garantiza, ni mucho menos, que también alcance la presidencia del Gobierno con una mayoría suficiente como para aplicar sus “recetas milagrosas”. No en vano, Sánchez ya ha tenido dos ocasiones para lograrlo y en ambas ha fracasado sonadamente. La segunda, mucho más relevante, es que ni siquiera si Sánchez alcanzara la presidencia del Gobierno queda claro que aplicara finalmente ese dislate de programa. A la postre, si algo ha caracterizado la militancia del madrileño hasta la fecha ha sido su continuo cambio de opiniones y de estrategias: desde la oposición frontal a cualquier entendimiento con Podemos hasta su sumisión absoluta a la estrategia frentista y anti-trama de los de Iglesias, pasando por el acuerdo con Ciudadanos. ¿Qué garantiza que en un futuro Sánchez no vuelva a cambiar de opinión?
Por eso, mientras se dilucidan tales cuestiones y la economía continúa recuperándose con fuerza, los mercados nos conceden una tregua. De momento, el nuevo PSOE es una preocupación menor y secundaria. Pero evidentemente no debe desdeñarse su enorme potencial de hacer daño en algún momento venidero.