El presidente del Banco Central Europeo ha pasado fugazmente por Madrid y ha aprovechado para enjuiciar la situación de la banca española. Si bien ha valorado la solidez general de su posición financiera —con alguna notable y grave excepción como la del Banco Popular—, sí ha afeado a nuestras entidades el que no hayan aprovechado la crisis para mejorar su eficiencia desde el año 2010. Más en concreto, Mario Draghi ha recalcado que nuestros bancos tienen bastante margen para incrementar su rentabilidad por la vía de reducir sus costes operativos: es decir, cerrando oficinas y despidiendo personal.
El sector financiero está inmerso en un proceso de profunda reestructuración por mero cambio tecnológico: los servicios que proporcionaba la banca minorista hace 10 o 20 años no tienen absolutamente nada que ver con los que ha de proporcionar hoy o con los que deberá proporcionar a lo largo de la próxima década. La cercanía y el trato directo con el cliente son hoy mucho menos relevantes que cuando no existía internet y que cuando el dinero metálico era un medio mucho más habitual de pago y de cobro que, en consecuencia, tenía que ingresarse o retirarse a través de oficinas físicas.
Ahora mismo, en cambio, las oficinas virtuales de los bancos están reemplazando a las físicas y los pagos por transferencia —o incluso las llamadas criptodivisas, como el Bitcoin— están desplazando al dinero metálico: algunos Estados empiezan a barajar la opción de prohibir el efectivo para que todos los pagos sean electrónicos.
En este entorno disruptivo, es evidente que el modelo de negocio tradicional de la banca minorista ya no funciona y que, por consiguiente, toca reinventarse para volver a generarle valor al cliente. Eso, y no otra cosa, es lo que ha reclamado Mario Draghi en su paso por Madrid. Sin embargo, el presidente del BCE no cuenta toda la verdad.
La banca tradicional se ha convertido en un dinosaurio que se resiste a ser extinguido por culpa de las restricciones legales a la competencia que impone la propia regulación bancaria: la banca es hoy un oligopolio sectorial a causa de la existencia de barreras normativas de entrada, de manera que nadie externo a la misma puede disputarle su terreno de juego. Es el entramado regulatorio que defiende el BCE el que, en última instancia, ralentiza hasta el extremo cualquier transformación en profundidad del sector. Si de verdad aspiramos a que se produzca cambios de raíz, permitamos libremente la entrada de nuevos competidores.