El euro fue una buena idea: una divisa común concebida para facilitar los intercambios entre todos los ciudadanos europeos y para proporcionar un depósito de valor de mayor calidad que muchas de las antiguas monedas nacionales (peseta, lira, dracma, etc.). El dinero es un instrumento que tiende a la universalidad (todo el mundo desea intercambiar con todo el mundo a través de un patrón común y estable) y, por consiguiente, tiene pleno sentido que se evolucione hacia divisas que abarquen espacios territoriales mayores. Sin embargo, el euro no sólo tenía ventajas, sino también inconvenientes de corte genético: no es una moneda fruto del libre mercado, sino de la planificación política. Así, como moneda politizada que es, nuestros gobernantes aspiran a utilizarla de pretexto para expandir su poder. No por casualidad, desde hace años ya veníamos escuchando el mantra de que la unión monetaria era un “proyecto incompleto”: un paso previo para avanzar hacia, primero, la unión económica y, después, la unión política. Tales cantos de sirena se reavivaron con la crisis (“el euro no funciona sin unión bancaria y unión fiscal”) y están revigorizándose ahora con el pretexto del Brexit y de los desplantes de Trump (“los europeos tenemos que pelear por nuestro propio destino”).
Este mismo miércoles, la propia Comisión Europea presentó un informe donde defendía la necesidad de crear un Tesoro europeo, un FMI europeo y, como colofón, los eurobonos: esto es, la Comisión defendía la institucionalización de una megaburocracia bruselense con capacidad para decidir centralizadamente sobre las libertades y las haciendas de todos los ciudadanos europeos. No olvidemos que un Tesoro europeo plenamente desarrollado implicaría que el gasto en pensiones, educación y sanidad o los niveles tributarios de IRPF y de IVA de los ciudadanos españoles serían determinados desde Bruselas. Por consiguiente, si una mayoría de votantes alemanes, austriacos y holandeses votaran a favor de que los países del Sur de Europa vieran rebajadas sus pensiones un 20% o incrementados los gravámenes del IVA hasta el 25%, con un Tesoro único no nos quedaría más remedio que agachar la cabeza y acatarlo. La unificación político-económica de Europa que los eurócratas están ahora mismo promoviendo no es ni necesaria para el buen funcionamiento del euro (a este respecto, bastaría con cumplir estrictamente con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento) ni conveniente para el bienestar y la libertad de los europeos. Es sólo la última huida hacia adelante del Leviatán de Bruselas.