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La dificultad de reconocer el colapso

por The Oil Crash Hace 7 años
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Hace algunos años leí un artículo muy bueno que describía con gran precisión cuáles eran los problemas que sufría Yemen y cuáles eran los terribles riesgos a los que podría enfrentarse en un futuro cercano. Quien lo escribía era un yemenita formado en alguna universidad extranjera, con buen conocimiento de la situación de su país y de la escena internacional. Lo curioso del análisis de esta persona es que, a pesar de percibir el riesgo inminente de una guerra civil en Yemen, no era capaz de integrar correctamente el problema que representaba la caída de la producción nacional de petróleo. Para él, era un problema de dejadez y de falta de inversión, sin comprender que, además de esos problemas, había un factor bastante determinante, que era la llegada de Yemen al peak oil, con el agravante de que la bajada por el lado derecho de la curva de Hubbert fue especialmente abrupta para ese país. Desgraciadamente para Yemen, los peores augurios que podíamos hacer para ese país se cumplieron y ahora Yemen, dividido en seis partes, se desangra en una inacabable guerra civil en la que una coalición de países árabes, liderada por Arabia Saudí, también está participando.

Cuando uno habla del colapso de la civilización, o más específicamente del colapso de un país, existe una cierta tendencia a hablar de manera bastante abstracta y con cierta noción de cosa remota, distante en el tiempo. Un colapso, sobre todo si se verifica de manera rápida y descontrolada, es algo bastante desagradable, con respecto a lo cual uno necesita, por higiene mental, poner una cierta distancia para poder hablar de ello. A pesar de que generalmente un colapso es más un proceso que un momento puntual, y que es una situación a la que las más de las veces es posible irse adaptando progresivamente, las graves implicaciones de ese amargo declinar para nosotros y para las personas que queremos hacen que prefiramos hablar de ello de manera teórica, cuando no hipotética. El mayor riesgo de este discreto escapismo intelectual es que, al no concretarlo y sustanciarlo a nuestra situación real y subjetiva, no seamos capaces de reconocer la forma concreta que tomará el colapso en el contexto de nuestras vidas, y que toda la discusión teórica previa se quede en un mero ejercicio de salón.

Viene esta reflexión a cuenta de la lluvia de comentarios que han recibido mis dos últimos posts. En el primero de ellos analizaba cómo una hipotética secesión de Cataluña provocaría un colapso rápido y temprano tanto del nuevo país como de lo que quedase de España, y que tal colapso prematuro sería una oportunidad para "colapsar mejor", algo que debería parecer deseable si uno está convencido que el colapso es, al final, inevitable en algún momento de nuestra historia no tan futura. En el segundo post analizaba el escenario que me parece más probable, en el que Europa se ve abocada al uso de la fuerza militar de manera sistemática para garantizarse el flujo de recursos considerados esenciales para el mantenimiento de la actual sociedad industrial, y que tal cosa implica un creciente autoritarismo interior con fuerte represión de la disidencia. En tal escenario, España sería un país más de ese conglomerado belicista y autoritario, y seguir tal camino nos llevaría a un colapso más tardío pero más anárquico y probablemente finalizando en situaciones mucho menos deseables; en suma, que nos llevaría a "colapsar peor".

Por desgracia, al bajar del terreno de las consideraciones meramente especulativas acerca del colapso a otras no menos teóricas, pero al menos más concretas y cercanas a nuestro paisaje humano y político, el hilo de las numerosas discusiones que he podido observar en diversos foros de internet se ha dispersado por completo del foco de la discusión, que no era otro que intentar imaginar posibles escenarios de colapso un poco (sólo un poco, lo admito) más realistas y menos hipotéticos que los habituales. Así pues, después de la publicación del primer post, muchos lectores independentistas catalanes se sintieron ofendidos porque en el texto se califica la situación política actual (incluyendo ambos bandos) de "vodevil" y ciertas actitudes de los próceres catalanes de "patochada"; muchos se sintieron contrariados porque no hice una vez más la glosa de todos los agravios contra Cataluña (la mayoría reales, algunos imaginados), y alguno llegó a decir que mi post es el típico discurso unionista (!!), haciendo apelación al miedo (lo de "unionista" podría entenderlo, pero lo de "típico" me sorprende y sobresalta). En cuanto publiqué el segundo post (cosa que tenía planeada desde el principio), pude constatar un aluvión de comentarios que se quejaron de que pasara por alto la corrupción de la política catalana (tema que he comentado miles de veces y del cual hablaba en el post anterior), denostaron mi presunta adscripción al independentismo catalán (de nuevo, ignorando mi post anterior), e incluso alguno llegó a decir que había escrito el post para hacerme perdonar, entre mis amistades catalanas, por el anterior. Lo interesante del asunto es que, a pesar de que ambos posts de lo que van es sobre las formas concretas que puede tomar nuestro colapso concreto, las personas que comentaron sobre el fondo del asunto son una franja muy minoritaria.

Los lectores que leen este blog desde allende nuestras fronteras pueden encontrar tal desparrame dialéctico como mínimo pintoresco, pero creo que podrán sacar lecciones interesantes para ellos mismos, ya que tal ejercicio de concreción de los escenarios de colapso a su propio territorio, tomando elementos concretos de la tensión política actual allá donde vivan, probablemente suscitaría una dispersión discursiva semejante a la que hemos vivido al tratar el caso de España.

Hace 7 años, bastante al principio de este blog, escribí un post que también fue bastante polémico en su momento: "El peor escenario posible". Un año más tarde publiqué su contraparte, "El mejor escenario posible". En ambos posts analizaba los dos escenarios más extremos en cuanto a pesimismo y optimismo, a una escala bastante global, sobre hacia qué podría evolucionar nuestro sistema económico y social. Unos meses más tarde publiqué otro ensayo, "La Gran Exclusión", al cual me refería como "el escenario más probable". Todos esos artículos fueron bastante polémicos por las posibilidades que planteaban, bastante discordes con el pensamiento imperante del momento, aunque si uno los mira ahora, pasados 7 años, no son más inverosímiles sino quizá menos (dejando al margen la datación precisa de eventos). Con todo, esos ejercicios de proyección de escenarios pecaban de ser demasiado vagos e inconcretos en nuestra realidad social particular, y en mi caso en concreto española. Con los dos nuevos posts, he pretendido reformular dos escenarios mínimamente verosímiles y más cercanos en el tiempo y en el espacio, y al igual que entonces con un mejor escenario y un peor escenario.

La intención de escribir sobre esos dos escenarios de colapso es la misma que entonces: analizar las posibilidades y dar a los lectores asideros conceptuales que puedan usar para reconocer eventos si se llegan a dar y saber reaccionar ante ellos. Cabe destacar que yo no hago predicciones, pues no soy adivino ni quiromante. A algunos lectores les ha sorprendido que el segundo escenario sea en cierto modo contradictorio con el primero, sin darse cuenta de que son eso, escenarios. No deja de ser peculiar que, a pesar de las numerosas salvedades que introduzco en el discurso, dejando clara la naturaleza hipotética y especulativa de lo discutido, se tomen como afirmaciones rotundas.

Si se ha producido un cambio en estos siete años de singladura de este blog es que a estas alturas veo el colapso, como mínimo un cierto grado de colapso, como algo inevitable. Habiendo una tal acumulación de evidencia de que hemos pasado el peak oil del petróleo crudo convencional, que probablemente habremos superado ya el peak oil de todos los hidrocarburos líquidos, que carbón y uranio también parecen haber tocado techo y que las compañías productoras de hidrocarburos se están arruinando y eso puede precipitar el descenso energético, parece mentira la absoluta falta de proactividad de las instancias políticas para anticipar los problemas. Queda claro que sólo se va a reaccionar, no a anticipar, y que por tanto un cierto grado de destrozo no sólo es inevitable sino necesario (al fin y al cabo, no hemos recuperado el nivel pre-2008 y sin embargo no ha habido una modificación sustancial de los discursos ni mucho menos estructural). El otro cambio importante en mi percepción es que el escenario que describo como el peor es al tiempo el que considero más probable.

Lo más interesante de este ejercicio de prospección, con todo, ha sido el tenor mayoritario de las reacciones de los lectores. Teniendo en cuenta que los foros donde se han comentado estos posts son muy minoritarios, donde pulula gente bastante concienciada con la problemática de sostenibilidad que se discute en estas páginas (filo-colapsistas, se les podría denominar) no deja de ser triste y decepcionante ver como la mayoría han caído en la trampa de la visión política actual. Se estaba hablando de colapso, pero la gran mayoría ha preferido hablar de los agravios de unos contra otros, y se han esgrimido los mismos argumentos pro y contra tantas veces escuchados en los medios. Es evocar determinados temas y la reacción es la estereotipada, la inculcada machaconamente a través de la propaganda camuflada de información, dominando cerebros, voluntades y deseos. En ese sentido, el experimento que he realizado de concretizar los escenarios del colapso ha sido un rotundo fracaso factual aunque sea un éxito conceptual.

Ha sido un fracaso, porque el ejercicio demuestra que, si finalmente el devenir de la Historia nos hiciera explorar uno u otro de los escenarios que yo exploraba, los protagonistas serían incapaces de reconocer que se trata de un escenario de colapso, ni tan siquiera aquellos que conocen toda la problemática y que han discutido teóricamente acerca del colapso. La cortedad de miras de la discusión política actual y la gran persistencia de las ideas-fuerza inculcadas con la propaganda hace que se nuble todo lo demás, que todo se pierda de vista. Se cae fácil y rápidamente en la descalificación personal, se personalizan los argumentos con una celeridad asombrosa y se pierde por completo cualquier perspectiva de qué es lo que está pasando realmente. En ese sentido, si no se lucha decididamente contra esos arquetipos intelectuales tóxicos con los que se dirige toda la discusión, discurriremos como borregos por el sendero trazado hasta nuestro colapso más absoluto, y ni siquiera reconoceremos el proceso sobre el que tanto hemos llegado a teorizar. Ahí está la mayor dificultad: ser capaces de reconocer el colapso, que es el primer paso para poder reaccionar ante él.

Sin embargo, creo que lo que ha pasado es un éxito conceptual. Y es que ha mostrado con un ejemplo contundente la fuerza que tienen esos arquetipos tóxicos y cómo pueden dificultar nuestra reacción en los tiempos de colapso. En particular, creo que lo que ha sucedido debería ser una invitación a la reflexión, a una reflexión profunda.

Por mi parte, si quieren un mensaje sencillo con el que resumir la lección aprendida, vayan ahora a desconectar su televisor.


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