Luis María Linde, gobernador del Banco de España, compareció la semana pasada en la comisión de investigación del Congreso a propósito de la reciente crisis económica. Sus palabras sorprendieron a muchos de los presentes, no tanto por los secretos que reveló, sino por el reconocimiento de la propia incapacidad de la institución para anticipar y prevenir la depresión: el Banco de España creyó erróneamente que los desequilibrios de la burbuja inmobiliaria serían absorbidos de manera gradual por la economía; no fue consciente de que las fusiones frías de las cajas de ahorros no iban a ser suficientes para reflotar el multiquebrado sistema financiero español; y tampoco vio venir la segunda recesión de la economía a partir de 2011. Linde, pues, se convirtió ayer en noticia más por lo que dijo desconocer que por la nueva información que nos aportó. Pero no creamos que la ignorancia es un problema exclusivo del actual gobernador del Banco de España. En el año 2008, el que había sido presidente de la Resera Federal entre 1987 y 2006, Alan Greenspan, también compareció ante una comisión de investigación en el Congreso estadounidense y reconoció que el marco teórico que había estado utilizando durante 4º años para analizar el mundo era parcialmente incorrecto. Pero, ¿acaso podemos culpar a Greenspan o a Linde (y a sus antecesores) de no haber sido infalibles? Difícilmente podríamos condonarlos por ser humanos y, por tanto, por ser seres falibles.
Nuestro problema, pues, no es haber colocado a Linde o a Greenspan al frente de unas instituciones tan importantes para el correcto funcionamiento de nuestras economías como son bancos centrales. El problema es otro: hacer que el correcto funcionamiento de nuestras economías dependa de que los bancos centrales nunca se equivoquen. Una absoluta quimera: los bancos centrales están dirigidos por seres humanos y éstos siempre terminarán errando. De ahí que necesitamos cambiar de enfoque: en lugar de confiar en un imposible regulador omnisciente, hemos de avanzar hacia un marco institucional que sea resiliente ante los errores que vayan a cometer algunos de sus participantes. Un sistema lo suficientemente solvente y líquido como para no sucumbir ante las inexorables equivocaciones del ser humano. Y, para conseguirlo, debemos empezar por eliminar uno de los principales promotores del generalizado deterioro de nuestros estándares de solvencia y de liquidez: las políticas monetarias expansivas de los bancos centrales. La crisis no llegó porque los bancos centrales no la vieran venir, sino porque alimentaron con sus tipos de interés artificialmente bajos el sobreendeudamiento de toda la sociedad.