La economía española está demostrando una extraordinaria capacidad para crear empleo: en los últimos tres años, ha generado 1,46 millones de nuevos puestos de trabajo, lo que equivale a recuperar prácticamente la mitad de todos los destruidos a lo largo de la crisis. De hecho, la caída de la tasa de paro durante el segundo trimestre de 2017 ha sido la mayor de los últimos quince años, dejándola en su nivel más bajo desde 2008.
Las cifras son esperanzadoras porque indican que la recuperación continúa su curso y que, poco a poco, la crisis va quedando cada vez más atrás. Sin embargo, tras estos tres años de bonanza ininterrumpida se está instalando un excesivo triunfalismo sobre la situación de nuestro mercado laboral que tampoco es rigurosa: pareciera que éste se halla exento de problemas o que la inercia del crecimiento económico se encargará de solventarlos. Y no es así: durante los últimos tres años, se ha corregido —y sólo en parte— la mayor de las lacras del mercado de trabajo, a saber, el paro; pero subsisten otros problemas graves que no tienen visos de arreglarse por sí solos. Me refiero, muy especialmente, a la baja tasa de actividad, a la alta tasa de temporalidad y a la caída del número de horas trabajadas.
Actividad
El número de parados en el segundo trimestre de 2009 superó en 225.000 personas al número de parados en el segundo trimestre de 2017: por el contrario, el número de ocupados fue 341.000 individuos mayor. Tenemos menos paro pero también menor ocupación ahora que entonces: ¿por qué? Pues, en esencia, porque hay 566.000 trabajadores menos en activo. De hecho, desde que arrancó la recuperación hace tres años, los trabajadores en activo se han reducido en más de 250.000. Más crecimiento y más dinamismo laboral no equivale necesariamente a una población más deseosa de trabajar.
La pasividad laboral ha sido una de las constantes de nuestra economía durante las últimas décadas. Algo poco deseable: para multiplicar las oportunidades de inserción social, no sólo es importante minimizar el porcentaje de personas que, buscando empleo, no lo encuentran (tasa de paro), sino también incrementar el porcentaje de personas que o tienen o están dispuestas a buscar un empleo (tasa de actividad). Una alta tasa de actividad y una baja tasa de paro se traducen en una alta tasa de empleo, esto es, en un elevado porcentaje de personas en edad de trabajar que cuentan con una ocupación (y que, por tanto, están generando riqueza dentro de la economía).
En el caso de España, nuestra tasa de empleo apenas alcanza el 60%, cuando las economías más avanzadas de nuestro entorno superan cómodamente el 70% (Suiza tiene el 79,3%; Suecia el 75,7%; Holanda el 75,1%; Alemania el 74,6%; Reino Unido el 73,7%, etc.).
Parte de este sustancial diferencial se explica por nuestra superior tasa de paro: pero no todo él. Aun cuando nuestra tasa de paro cayera hasta el 7%, nuestra tasa de empleo se ubicaría en el 70%. Para alcanzar los porcentajes cercanos al 75% que exhiben las economías ricas de nuestro entorno, por necesidad deberíamos conseguir que entre uno y dos millones de personas hoy inactivas pasen a buscar y a encontrar una ocupación. Y esa mejoría de la tasa de actividad no la estamos viviendo con la recuperación: por ende, hacen falta otro tipo de reformas que eliminen los incentivos perversos a la inactividad.
¿Cuáles son hoy las tres grandes bolsas de inactividad entre los 16 y los 64 años? Más de siete millones de personas entre estudiantes, amas de casa y pensionistas (en especial, jubilados anticipados e incapacitados). En general, estos tres colectivos requieren de fórmulas más flexibles de participación en el mercado laboral: fórmulas que les permitan compatibilizar sus otras actividades o ingresos con algún empleo discontinuo o a tiempo parcial. A su vez, también necesitan verse recompensados con un mayor salario por hora (de modo que les compense compatibilizar sus otras actividades con la laboral), lo que a corto plazo sólo puede conseguirse con tributos más reducidos.
Temporalidad
El problema clásico de nuestra economía es su elevadísima temporalidad. Sin ir más lejos, de los 375.000 nuevos empleos creados durante este segundo trimestre, casi el 70% han tenido un carácter temporal. Acaso cupiera pensar que se trata de un mal estacional (el arranque de la temporada veraniega), pero sólo en una pequeña porción: el 53% de todos los empleos generados durante los últimos tres años ha sido temporal.
La temporalidad es otro de los problemas que lleva perjudicando a la economía española desde hace décadas —no es un fenómeno relacionado con la reforma laboral— y que tampoco parece estar encontrando remedio en la actual etapa de bonanza. Durante los últimos tres años, nuestra tasa de temporalidad ha pasado del 23,9% al 26,8%. Si continuáramos creando empleo temporal al ritmo actual, la tasa de temporalidad acabará superando el 30%, como sucedía antes de la crisis.
Tales tasas de temporalidad son una anormalidad en los países más desarrollados, donde ni siquiera superan el 15%. Las razones de este uso tan intensivo del empleo temporal no cabe buscarlas en nuestra estructura productiva, sino en nuestra tipología contractual: contratos indefinidos muchísimo más caros de rescindir que los temporales, lo que sesga la demanda empresarial hacia la temporalidad. Nuevamente, se hacen necesarias reformas que acaben con la dualidad regulatoria tanto ex ante (contrato único o, mejor, libertad contractual), como ex post (mochila austriaca).
Horas trabajadas
A pesar de que, a finales del segundo trimestre de 2017, había 510.000 personas más con empleo que un año antes, el número de horas efectivamente trabajadas ha sido menor: en concreto, en el segundo trimestre de 2016 se trabajaron 620 millones de horas semanales, frente a los 613 millones del segundo trimestre de 2017. Si efectuamos la comparativa con el segundo trimestre de 2009, la diferencia sigue siendo notable: a pesar de que entonces sólo había un 1,8% más de ocupados, las horas trabajadas eran un 6,5% superiores.
No se trata de que, como en ocasiones se afirma, durante los últimos años no se haya creado nada de empleo neto y toda nueva ocupación haya surgido a costa de restar horas de trabajo a otros empleos existentes (en los últimos tres años, las horas trabajadas han aumentado más de un 6%), pero sí es cierto que una parte de la creación de empleo ha procedido del reparto de horas de trabajo.
La reducción del número de horas trabajadas tampoco está remediándose con la recuperación: mientras que en el segundo trimestre de 2009, cada ocupado trabajaba de media 34,4 horas por semana, en el segundo de 2017 lo está haciendo 32,9… una cifra inferior a la de 2015 (33,6) y a la de 2016 (34,1). De hecho, pese a la intensa creación de empleo de los últimos años, la cifra de personas con contrato a tiempo parcial involuntario (trabajadores que desearían trabajar a jornada completa pero no encuentran dónde) apenas se ha reducido desde sus máximos desde hace una década.
En gran medida, este fenómeno sí tenderá a solucionarse conforme se siga creando más empleo (cuando no queden parados que contratar, la única forma de aumentar las horas trabajadas será alargando la jornada de los ocupados), pero la lentitud de su corrección ilustra que, en realidad, al mercado laboral español todavía le queda muchísimo camino por delante para superar toda la devastación vivida durante la crisis: para regresar al número de horas trabajadas pre-crisis, hemos de incrementarlas en cerca de un 20%, tres veces más de lo que lo hemos hecho en el último trienio. Sin una economía y un mercado laboral mucho más dinámicos —esto es, sin mayores dosis de libertad—, necesitaremos más de un lustro para recuperar el empleo previo a la depresión.
Conclusión
Sería tramposo e injusto negar la buena salud que exhibe el mercado laboral español: en tres años ha creado millón y medio de nuevos empleos y su dinamismo está lejos de mostrar signos de fatiga. Sin embargo, tampoco sería acertado que, en medio de este éxtasis triunfal, ocultáramos los muchos problemas que continúa padeciendo —en materia de actividad, temporalidad y parcialidad involuntaria— y que no van a solucionarse a medio plazo merced a la inercia de la recuperación. Para crear un mercado de trabajo mucho más inclusivo y generador de riqueza, necesitamos de mucha más libertad laboral: poner el piloto automático y quedarse de brazos cruzados en medio de la dulce coyuntura actual sólo constituiría una enorme irresponsabilidad política. Pero, ¿alguien verdaderamente confía en que un Gobierno que está capitalizando electoralmente los frutos de la recuperación vaya a iniciar una nueva ronda de imprescindibles reformas estructurales con el frontal rechazo de la Oposición? Los intereses políticos seguirán prevaleciendo sobre los intereses de los ciudadanos.