Irlanda es el segundo país más rico de la Eurozona (después de Luxemburgo): en 1980, sin embargo, era más pobre que España. El crecimiento económico del país no sólo se ha comportado extraordinariamente durante las últimas cuatro décadas, sino también durante los duros años de la crisis económica. A pesar de que el Estado irlandés tuvo que ser auxiliado por la Troika tras empeñarse en rescatar in toto a su sobredimensionado sistema financiero, su evolución desde que tocara fondo en 2012 ha sido espectacular: su PIB real en 2016 fue un 45% superior al de cuatro años antes y su tasa de paro se redujo a casi la mitad (desde el 14,7% al 7,9%).
Gran parte de este aceleradísimo crecimiento económico es imputable al año 2015. En ese ejercicio, el PIB irlandés se expandió un 26,3%: un ritmo ni remotamente rozado por economías en vías de desarrollo como China o India. Ciertamente, algo olía a chamusquina contable: y, sin ir más lejos, el propio gobierno de Enda Kelly tuvo que salir a la palestra para reconocer que el PIB de 2015 se hallaba distorsionado por la relocalización de compañías multinacionales que buscaban aprovechar las nuevas ventajas fiscales del país.
Desde aquel momento se encargó a la Central Statistics Office (al INE irlandés) que elaborara un nuevo indicador que reflejara más fielmente la realidad del país, de modo que el gobierno dispusiera de una herramienta más realista para elaborar sus presupuestos y para conocer el peso real de la deuda pública. Pues bien, hace unas semanas la CSO concluyó este trabajo y presentó ese nuevo indicador: una Renta Nacional Bruta modificada.
Mientras que el Producto Interior Bruto mide las rentas (y la producción) que se han generado dentro de un país (las hayan generado nacionales o extranjeros radicados en el país), la Renta Nacional Bruta mide las rentas recibidas por los nacionales de un país (las hayan generado dentro o fuera del país). Por tanto, para pasar del PIB a la RNB hay que restar las rentas generadas por los extranjeros en suelo nacional y sumar las rentas generadas por los nacionales en suelo extranjero, y a su vez hay que añadir los impuestos y subsidios netos sobre la producción recibidos desde el extranjero. Al pasar del PIB a la RNB, Irlanda se asegura estar midiendo exclusivamente los ingresos finales que reciben sus ciudadanos, y no las rentas que están de paso por sociedades globales con filiales en Irlanda.
Pero la Renta Nacional Bruta sigue sin ofrecer, a juicio de la CSO, una imagen fidedigna del país, dado que hay empresas muy intensivas en capital (arrendamiento de aviones, tecnológicas con patentes y otras multinacionales) que se han domiciliado en Irlanda y que, en consecuencia, computan como nacionales. De ahí que también haya optado por restar la influencia que todas esas compañías tienen sobre la RNB. De este modo ha llegado a una Renta Nacional Bruta modificada (RNB*), limpia de los desajustes inducidos por el rol globalizado de la economía celta.
Pues bien, este nuevo indicador —la RNB*— es un 31,3% inferior al PIB oficial de Irlanda. Vaya fiasco. Inmediatamente, los medios nacionales y extranjeros cantaron victoria: el milagro económico irlandés era un espejismo estadístico y, una vez corregidas las distorsiones no productivas derivadas de la repatriación fiscal de empresas, su descomunal crecimiento desaparece. Adiós al tigre celta.
Pero no tan rápido. El CSO no sólo ha recalculado el dato de RNB* de Irlanda para 2016, sino que ha hecho lo mismo con todos los datos desde 1995. Logramos así una nueva serie estadística homogénea que nos permite comparar el comportamiento de la economía irlandesa con la del resto de la Eurozona durante las últimas dos décadas. Y, al hacerlo, los resultados de Irlanda continúan siendo sobresalientes.
Contrastemos la evolución de su economía con la de España y la de Finlandia (para muchos, el paradigma de socialdemocracia dentro de la Eurozona). Si tomamos como base 100 el PIB real de España y Finlandia así como la RNB* real de Irlanda en 1995, comprobaremos que Irlanda ha incrementado su actividad económica un 127% durante las últimas dos décadas, mientras que España y Finlandia apenas lo han hecho un 55%. Tal vez se alegue que Irlanda ha crecido mucho porque es un país diminuto, pero Finlandia tiene una población muy similar (5,5 millones de personas en el país nórdico y 4,8 en el país celta).
Fuente: CSO y FMI
Mas no nos fijemos solamente en la evolución a largo plazo de Irlanda: su formidable reacción durante la crisis también es harto relevante. A día de hoy, Irlanda ya disfruta de una RNB* un 27% superior a la de su máximo pre-crisis; el PIB español, en cambio, sigue siendo un 1,6% inferior, y el finés un 4,2% menor. Aún más significativo: desde que la economía irlandesa tocó fondo (año 2012), se ha expandido un 30,5% (una media del 6,9% anual). España, por mucho que nos creamos el faro de la recuperación mundial, lo ha hecho sólo un 8% con respecto al mínimo de 2013 (un 2,6% anual); y la socialdemocracia finesa lleva siete años estancada con un crecimiento plano.
Irlanda continúa siendo un ejemplo de desarrollo acelerado. ¿La clave de su éxito? Menores impuestos y mayor liberalización que en el resto de la Eurozona. No busquemos excusas e imitemos su envidiable milagro económico.