Una frívola anécdota nos ayudará a sintetizar el colapso económico y monetario que está experimentando Venezuela: durante los últimos días, el valor de un bolívar cayó por debajo del valor de la unidad monetaria de un popular videojuego de internet, el World of Warcraft. Es decir, el dinero imaginario de un juego —un dinero que puede llegar a producirse en cantidades ilimitadas—, se intercambiaba por más dólares que el dinero “real” de Venezuela. ¿Cómo es posible que el país haya llegado a tan ridícula situación?
El valor de toda moneda emitida por un gobierno depende en última instancia de la credibilidad de ese gobierno. Los medios de intercambio que empleamos en nuestro día a día para efectuar las transacciones económicas más corrientes (sea el dólar, el euro, la libra, el yen, etc.) son, en el fondo, un tipo de deuda pública: y el valor de toda deuda pública está condicionada a la solvencia del Estado para afrontar su pago.
¿De qué depende esa capacidad estatal de afrontar el pago de su deuda? Por un lado, del volumen total de pasivos públicos en circulación (a mayor cantidad de deuda, más difícil resulta su pago); por otro, de la facultad del Estado para amasar ingresos (a menores ingresos públicos, más complicado es amortizar un determinado volumen de deuda).
Apenas estas sencillas consideraciones nos bastan para comprender por qué el valor de la moneda venezolana, el sarcásticamente denominado “bolívar fuerte”, no sólo lleva cinco años en caída libre, sino que ha ahondado su desplome desde el reciente golpe de estado de Maduro camuflado bajo el rito de las elecciones constituyentes. Más en concreto: a comienzos de 2012, un bolívar fuerte equivalía a unos 0,12 dólares; cinco años después, en los albores de 2017, su cotización ya se había derrumbado hasta los 0,0003 dólares (esto es, una depreciación del 99,75%). Pero es que en la actualidad ya se ha abaratado hasta los 0,0000467 dólares: es decir, desde principios de 2017 (y muy especialmente a partir de los comicios constituyentes), se ha depreciado un 84% adicional. En total, pues, el bolívar fuerte ha perdido el 99,96% de su valor frente al dólar desde 2012.
El desplome del bolívar es la consecuencia de una doble circunstancia. Por un lado, las gigantescas ineficiencias de la compañía pública PDVSA y el hundimiento del precio internacional del petróleo han sumido a Venezuela en profundísima depresión económica (contracción del PIB en un 33%), lo que ha provocado un colapso de la capacidad recaudatoria del Estado. Por otro, esta merma de ingresos fiscales, y la frontal oposición del chavismo a recortar el gasto público, ha llevado al Ejecutivo de Maduro a financiar sus excesivos desembolsos públicos mediante la emisión de más bolívares: la creación de activos monetarios (y equivalentes) por parte del banco central venezolano se ha multiplicado por más de diez desde comienzos de 2012.
El estallido de la economía y la brutal expansión monetaria son los dos vectores que han alimentado la hiperinflación que está recorriendo al país. De ahí que durante los últimos meses, y sobre todo a partir del golpe del chavismo, el bolívar se haya depreciado aún más hasta marcar su mínimo histórico. Los venezolanos y los inversores internacionales prevén un muy notable empeoramiento de la situación económica del país —como consecuencia de la fuerte inestabilidad que provocará la transición hacia una dictadura socialista—, lo que los está llevando a huir en desbandada del bolívar y buscar refugio en cualquier otro activo real o financiero que sí sea capaz de conservar su valor.