Hombres y mujeres son distintos. No porque lo pontifique una determinada ideología, sino porque es lo que señala la evidencia biológica: en términos medios, las mujeres prefieren trabajar con personas y los hombres con cosas; en términos medios, las mujeres son más cooperativas y los hombres son más competitivos; en términos medios, las mujeres poseen una mayor inteligencia verbal que los hombres. Evidentemente, que en términos medios hombres y mujeres sean diferentes en algunos rasgos no equivale a decir que todo hombre sea distinto a toda mujer en cada uno de esos rasgos. Que, en términos medios, los ciudadanos españoles conozcan más palabras del idioma castellano que los franceses no significa que cualquier español posea un vocabulario castellano más amplio que cualquier francés: únicamente estamos ante estereotipos con una raíz científica pero sin validez absoluta. Los estereotipos son útiles, pues nos proporcionan una guía simplificada para aproximarnos al muy complejo entorno que nos rodea; pero también son peligrosos, pues imponen generalizadamente ciertas expectativas ("los hombres" normalmente son de este modo; "las mujeres" habitualmente se comportan de esta forma) que pueden degenerar en presión social o incluso en normas legales liberticidas ("los hombres" han de ser de este modo; "las mujeres" tienen que comportarse de esta forma).
En parte, pues, resulta comprensible que algunos colectivos combatan aquellos estereotipos que puedan degenerar en coacción legal o en una asfixiante presión social, pero la lucha contra los estereotipos no debería convertirse en una negación frontal de la evidencia y en una censura del debate honesto, esto es, no debería abocarnos al oscurantismo científico. Al contrario, la lucha contra los estereotipos debería ser, en esencia, una lucha a favor de la tolerancia: una campaña para recordar que los estereotipos no son fuente de derechos (los derechos corresponden a cada persona, al margen de identidad específica) y que debemos respetar a quien no encaje en un determinado estereotipo (pues no existe un único camino para vivir una buena vida). Por desgracia, la batalla que está librando el feminismo contemporáneo contra la estereotipación sexual tiene poco que ver con la defensa de la libertad o con la aceptación de la diversidad y demasiado que ver con silenciar la realidad que le incomoda. La caza de brujas emprendida contra James Damore, empleado de Google despedido por firmar una manifiesto falsamente machista que únicamente recopilaba ciertas diferencias biológicas entre hombres y mujeres, sólo nos recuerda cómo algunos desean convertir su ideología en un tribunal inquisitorial contra la verdad.