La Unión Europea es una unión comercial y monetaria, pero aspira a convertirse en una unión fiscal. Los recientes ataques de la eurocracia bruselense contra Apple y Amazon por acogerse a tipos impositivos bajos en Irlanda y en Luxemburgo son tan sólo movimientos en esa dirección centralizadora: Bruselas se rebela contra los oasis tributarios que todavía subsisten dentro de su territorio y exige que las empresas abonen mordidas muy superiores a las que hasta ahora venían abonando dentro de tales oasis. Más en concreto, la UE reclama a Amazon 250 millones de euros adicionales en impuestos y a Apple, atención, 13.000 millones de euros (una cantidad totalmente desaforada que incluso la administración beneficiaria, la irlandesa, se niega a cobrar por entenderla no procedente). Ambos casos no sólo ponen de manifiesto la insaciable rapiña fiscal de Bruselas, sino que revelan, sobre todo, cuál sería la consecuencia última de una unión fiscal, esto es, de una cartelización de los Estados miembros de la Unión Europea para fusionar sus legislaciones tributarias: impuestos mucho más elevados para todos los ciudadanos y para todas las empresas.
El objetivo real de todas las armonizaciones fiscales es el de acabar con aquellos Estados que, de manera inteligente y respetuosa con la propiedad privada de sus ciudadanos, han colocado sus tasas impositivas a niveles muy bajos para así atraer capital y talento: son esas jurisdicciones díscolas y competitivas las que se busca arrinconar para que su mera existencia deje de afear al resto de jurisdicciones nacionales su extraordinaria voracidad fiscal. O dicho de otro modo, lo que detestan los partidarios de la armonización fiscal europea es precisamente la competencia fiscal entre Estados: la rivalidad entre los distintos niveles administrativos para captar inversiones y trabajadores cualificados por la vía de ofrecerles un trato fiscal más favorable. Y precisamente porque los confiscadores burócratas de Bruselas detestan la competencia fiscal intraeuropea —esto es, precisamente porque detestan que haya Estados más cabales que rechacen desangrar tanto a sus ciudadanos— es por lo que todos los demás esforzarnos por protegerla y defenderla frente a sus cada vez más frecuentes invectivas: si ellos piden armonización para sablearnos, nosotros reclamemos competencia para escapar a sus garras. A la postre, la competencia fiscal intraeuropea es uno de los pocos diques de contención contra el sueño húmedo de muchos de nuestros gobernantes: a saber, convertir a Europa en un infierno fiscal incluso mayor del que ya es actualmente.