Este tipo de tarjetas eran el supuesto paraíso soñado por parte de quienes quieren poder comprar cualquier cosa y aplazar el pago lo máximo posible. De hecho, mediante las tarjetas revolving se animaba a los clientes a fraccionar sus pagos de semejante manera que parecía que la carga económica era muy reducida. El problema era que la deuda se iba acumulando hasta límites absurdos.
La presencia de estas tarjetas en el mercado se ha reducido mucho como consecuencia de la crisis, así como algunas sentencias judiciales condenando a los bancos a cancelar la deuda contraída y devolver los correspondientes intereses cobrados, al entender que las condiciones del contrato eran abusivas.
No obstante, aún hay entidades que, de vez en cuando, intentan dar salida a sus tarjetas revolving. Incluso las denominan de cualquier otra manera, para confundir a los clientes más incautos.
En primer lugar, este tipo de tarjetas aplican unos elevados intereses sobre las compras aplazadas o fraccionadas. A todas luces, se trata de intereses mucho más elevados que los propios de cualquier préstamo personal convencional, de manera que no resulta rentable operar de manera sistemática con ellas. Convertir la compra a plazos en un hábito puede suponer un lento proceso de pérdida de poder adquisitivo que te conducirá a la ruina.
Debido al funcionamiento de las tarjetas revolving, es posible fijar el cobro en cuenta de cantidades mensuales extraordinariamente bajas. Tal y como decíamos al principio de este artículo, esto puede generar la falsa impresión de que se tiene una situación económica desahogada. Sin embargo, lo cierto es que la cuota pagada cada mes puede no ser suficiente ni para pagar los intereses generados si quiera. El resultado es que la deuda no para de crecer, sin que el titular se percate del problema, hasta pasado un tiempo.
Lo más habitual es que los titulares de estas tarjetas continúen pagando cuotas durante una larga temporada y, en un determinado momento, decidan comprobar cuánto dinero les queda por pagar. Es entonces cuando llega la sorpresa y descubren que prácticamente sólo han estado amortizando intereses y la deuda acumulada es exorbitada.
Imagina, por ejemplo, que acuerdas una cuota mínima de 20 euros mensuales, pero tan sólo los intereses generados por el aplazamiento de tus compras ya suponen esa cantidad o incluso un importe superior.
Durante los primeros meses, pagarás religiosamente tu cuota de 20 euros mensuales. En un momento dado, es probable que tu banco te informe de que el mínimo que debes pagar ha ascendido a 25 euros mensuales.
Esto se habrá debido a que la deuda acumulada habrá crecido y el contrato establece un porcentaje mínimo a liquidar.
Si en ese momento no te molestas en comprobar el problema o continúas pagando el importe mínimo posible, ten por seguro que tiempo después descubrirás que tu deuda no ha parado de crecer.
Por otra parte, las tarjetas revolving son emitidas por defecto en la modalidad de pago aplazado, por lo que, si el titular no lo cambia, todas sus compras serán fraccionadas y aplazadas para la liquidación en meses posteriores.
Es más, determinadas tarjetas revolving sólo admiten la modalidad de pago aplazado, lo que constituye una aberración crediticia, dado que supone que vamos a terminar pagando intereses, incluso por aquellas compras que podíamos haber pagado sin problema el mismo mes de su realización.
Para colmo, también es frecuente que estas tarjetas no permitan liquidar la totalidad de la deuda en un momento dado.
Para ello, se establece un porcentaje máximo de la deuda que puede ser liquidado en un mismo mes.
Se trata de la versión inversa a los casos que hemos visto y que tiene el mismo peligro. En las anteriores ocasiones, poníamos de manifiesto cómo se incentivaba al cliente a liquidar el importe más pequeño posible y lograr así que su deuda se acumulara.
Con la medida del porcentaje máximo, lo que se está haciendo es impedir al titular de la tarjeta librarse de la deuda de una vez por todas, por lo que está se perpetúa quiera o no.
Se trata de una estrategia perversa que, como ya decíamos al comienzo, dio lugar a sentencias condenatorias por parte de los tribunales de justicia.
Un recurso muy utilizado por estas tarjetas es el hecho de ofrecer un descuento en todas las compras que se realicen a plazos.
Obviamente, se trata de un discurso atractivo: “si vas a comprar a plazos, mejor consigue un descuento”.
La cuestión es que la diferencia entre el interés aplicado en las compras a plazos y el descuento que se consigue, siempre supone que el cliente va a pagar sus compras con intereses. Sencillamente, tendrá la falsa sensación de haber conseguido un descuento.
El concepto de tarjeta “revolving” es un perfecto ejemplo del marketing aplicado a la industria de las tarjetas de crédito.
La idea era emular el concepto de un revolver que se recarga de manera constante. Así, el crédito de estas tarjetas se recargaría cada vez que el cliente pagase una parte de la cuota pendiente.
Lo cierto es que esto no tiene nada de especial, dado que todas las tarjetas de crédito funcionan de la misma manera. El titular puede utilizarlas hasta llegar al límite de crédito. Conforme va amortizando o liquidando el crédito utilizado, éste vuelve estar disponible.
Sin embargo, se utilizó esta denominación para convertir esta característica en una especie de “ventaja” no frente a otras tarjetas, sino frente al préstamo personal tradicional, el cual supone recibir un importe específico que, una vez devuelto, no puede volverse a utilizar –salvo solicitando un nuevo préstamo, por supuesto-.
En definitiva, mantente lo más alejado posible de este tipo de tarjetas y presta atención a las características que te hemos indicado. Son las claras señales de peligro de las tarjetas revolving.