Los bancos europeos han llevado a cabo en la última década un importante ajuste de balance y tamaño del sector.
Se han reforzado en capital y con mayores niveles de liquidez, bajo unas condiciones complicadas de financiación en los mercados financieros.
Sometidos a una compleja regulación y estricta supervisión.
Con unas condiciones financieras excepcionalmente laxas, que el BCE se resiste a normalizar.
Bajo una creciente competencia no bancaria, con la estrategia explícita oficial de propiciar la diversificación en las fuentes de financiación, en un contexto de digitalización de la estructura y productos financieros que exigen los clientes.
¿El resultado? En parte lo pueden ver en el siguiente gráfico:
Los préstamos siguen siendo la principal fuente de financiación de las empresas europeas (el 52 % del PIB), correspondiendo más del 70 % a la financiación bancaria.
Pero los bancos también cubren más del 20 % de la financiación a través de deuda (la financiación a través de este instrumento supone el 10 % del PIB) y algo menos del 10 % en el caso de la emisión de acciones (para las empresas esta financiación supone algo más del 15 % del PIB).
La economía europea está creciendo por encima de lo previsto.
La semana pasada el propio BCE revisó al alza las previsiones de crecimiento para este año y el próximo, incluso también las perspectivas de crecimiento para 2019.
Un ritmo de crecimiento más fuerte, desempleo a la baja, incluso el BCE elevó también su previsión de inflación a medio plazo.
Sin duda, buena parte de la mejora económica corresponde a los bancos. Es importante y justo reconocerlo.