Todos los días, escuchamos historias de muerte, destrucción y desastres naturales. Sin embargo, ¿proporciona la miseria una oportunidad para el crecimiento? ¿Acaso América, Japón y Corea del Sur no surgieron de las cenizas de la guerra, más fuertes que nunca?
La parábola de la ventana rota
En 1850, el economista y escritor francés Frédéric Bastiat nos presentó una lección escondida en un cuento.
El hijo descuidado de un tendero rompe una ventana. Las cosas buenas provienen de las cosas malas que suceden todos los días, como las ventanas rotas. Si no lo hicieran, entonces el negocio del vidrio no sobreviviría, ¿verdad? Gracias al hijo descuidado el dinero del tendero va al cristalero y entra en circulación.
Este argumento a menudo se aplica al coste de la guerra. Durante el siglo XX, Asia experimentó su propia historia de Ventana Rota.
La parábola de la ventana rota de Asia
Dos de las economías más grandes de Asia pasaron de la pobreza a naciones industrializadas en solo unas pocas décadas después de las guerras más brutales del continente.
Las economías de Japón y Corea crecieron en cifras de dos dígitos después de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea.
A pesar de la muerte y la destrucción, ¿fue realmente la guerra buena para estos países?
Podemos responder eso analizando Japón antes de la Segunda Guerra Mundial.
Japón era un país que estaba bien preparado para la guerra, mucho antes de la Segunda Guerra Mundial.
Desde la década de 1600, el país había desarrollado divisas, así como un mercado de crédito sofisticado basado en su comercio de arroz, esencial para apoyar una economía en tiempos de guerra.
En 1868, bajo el gobierno del Emperador Meiji, Japón estaba camino de la industrialización. En un esfuerzo por restaurar el gobierno imperial y fortalecer al país contra las potencias coloniales, el gobierno construyó una industria manufacturera sólida.
La fuerte industrialización del país llevó a su surgimiento como una potencia militar y con los medios para combatirla entró en guerras importantes del siglo XX y colonizó partes de Asia.
Mientras Japón estaba en guerra, los fabricantes, proveedores, distribuidores y bancos trabajaron en estrecha colaboración.
Para asegurarse de que había suficientes suministros y armas para las campañas militares, el gobierno convenció a los bancos del país y otras instituciones financieras para apoyar los esfuerzos de guerra cuando fuera necesario.
Cuando Japón finalmente se rindió, se vio obligado a desmantelar su ejército.
Luego, el gobierno comenzó a ordenar a los bancos a que invirtieran en la industria manufacturera por el bien de la economía. Las empresas japonesas finalmente comenzaron a producir bienes de consumo de alta calidad que podrían exportarse.
Las fábricas en todo el país fueron ocupadas por cientos de ingenieros, científicos y trabajadores que una vez fueron empleados por fábricas militares. Algunos incluso comenzaron a crear empresas que ahora son conocidas, como Sony.
No es sorprendente que algunos ex militares japoneses hayan fundado algunas de las empresas más conocidas del país. Por ejemplo, Masaru Ibuka y Akio Morita fueron los cofundadores de Sony. Ambos sirvieron como ingenieros en la marina japonesa.
Aunque tuvo éxito a la hora de cambiar su fuerza laboral en tiempos de guerra, Japón, como cualquier otro país después de la guerra, quedó devastado.
La exitosa transición de Japón desde una economía de tiempos de guerra al centro de fabricación no hubiera sido posible sin Estados Unidos.
Además, la Segunda Guerra Mundial no fue la única guerra que impulsó la economía de Japón.
Estados Unidos usó Japón como base y fabricante de suministros durante la Guerra de Corea, gastando más de 3.500 millones de dólares en compañías japonesas.
La inversión de Estados Unidos trajo consigo nuevas técnicas de fabricación y tecnología.
Entre marzo de 1950 y 1951, el sector manufacturero de Japón creció en un 50%. En 1952, los ciudadanos japoneses habían vuelto a vivir según las normas de antes de la guerra, con niveles de producción que duplicaban los de 1949.
Corea del Sur y Taiwán recibieron beneficios similares a los de Japón como resultado de la guerra, se beneficiaron de las economías en tiempos de guerra y más tarde, de la desmilitarización. También se agregó la inversión de Estados Unidos. Por lo que también tejieron sectores manufactureros sólidos.
Estos sectores manufactureros tenían consumidores, gracias nuevamente a los Estados Unidos, que se abrieron a la importación de productos asiáticos. Con Estados Unidos como socio comercial, las exportaciones asiáticas al país fueron elevadas durante la reconstrucción de la posguerra.
Durante este tiempo, se establecieron vínculos comerciales regionales que aún existen en la actualidad.
Entonces, ahora volvemos a nuestra pregunta del comienzo de este artículo. ¿Una ventana rota es una bendición disfrazada? ¿Es buena la guerra para la economía?
Depende.
Esta idea no tiene en cuenta "lo que no se ve". La moraleja de la historia es que, si la ventana no se hubiera roto, el tendero podría haber gastado su dinero (y probablemente lo hubiera gastado) en otra parte.
La guerra no garantiza el éxito económico. Mientras que Japón y Corea del Sur se convirtieron en líderes regionales, otro país, Filipinas, que estuvo en medio de batallas y fue un benefactor de Estados Unidos, se ha quedado muy atrasada.
Y la guerra es costosa. Mientras que el dinero entra en una industria (militar, armamento), los costos se desvían de otras industrias que pueden beneficiar mejor a la economía a largo plazo, como la atención médica o la educación.
Pero podemos estar seguros de una cosa: la inversión, y mucha de ella dirigida correctamente, ayuda a las economías a crecer.
Fuentes: Peter Pham, Forbes