En las últimas décadas se ha producido un curioso efecto que algunos han llamado “deslocalización”, pero que básicamente se trata de que se trasladan las industrias manufactureras a países donde la mano de obra es muy barata, y así las multinacionales obtienen pingües beneficios sobre la base de que pagan a sus trabajadores con un cuenco de arroz.
Los países receptores del negocio manufacturero o incluso de servicios no muy sofisticados consiguen dar trabajo “cieneurista” a su población, en condiciones extremadamente precarias, y además equilibran su déficit comercial, y pueden alardear de que crecen sus exportaciones.
Este modelo de proletariado geográfico se había situado hasta hace años en la zona de Asia-Pacífico, en China y en la India, y suponía una especie de “entente cordiale” entre los países del Norte y los países del Sur. Los primeros tenían contentas a sus empresas y a los accionistas de estas, vía jugosos dividendos; y los segundos, conseguían que la gente dejara de competir con los orangutanes por la recolecta de plátanos en la jungla.
Sin embargo, el Estado del Bienestar es algo que atrae poderosamente a los seres humanos, y esos países han visto que a lo mejor podrían recibir por su trabajo tres cuencos de arroz en vez de uno, que podían crear cooperativas o empresas que tuvieran delegaciones en Estados Unidos o en Gran Bretaña, y así distribuir sus propios productos, y conseguir un mejor nivel de vida. Y a eso se le está llamando “globalización”. Y los que se subían a los árboles a coger los plátanos, ahora estudian en las Universidades, y compiten con los ciudadanos de los países del Norte para cobrar buenos sueldos.
Y en estas llegamos a la España actual, en la que nuestros gobernantes se sienten orgullosos de su proceso de devaluación interna, según el cual, el déficit comercial se ha equilibrado, las empresas ganan mucho dinero, los empleados apenas tienen un sueldo que les permita sobrevivir, y hasta las empresas textiles están pensando en volver a abrir establecimientos en España, ya que con lo que cobran los españoles, empiezan a ser competitivas con las fábricas de Asia-Pacífico. Y la conclusión del Gobierno es que “España va bien”, y que así las cosas, podemos crecer en los próximos años.
Les desconcierta sin embargo que el consumo interno esté hundido, que la tasa de morosidad llegue a máximos históricos del 13%, desconocido en los últimos cincuenta años, que los bancos no den crédito a familias y empresas, y que haya seis millones de parados, muchos de ellos de duración “infinita”. ¿Por qué será?, se preguntan los prebostes sabidillos. A lo mejor es que España es una economía de servicios y no de manufacturas, y que hay mucha gente que no está dispuesta a trabajar por quinientos euros al mes, o a ser becario longevo. A lo mejor es que España ha probado las mieles del Estado del Bienestar y no está dispuesta a renunciar a ellas. A lo mejor es que España no puede mantener una estructura política mastodóntica como la que tiene, y los cientos de miles de políticos que viven de ella no están dispuestos a renunciar a su cómoda forma de vida.
Lo que de verdad ocurre es que si la gente no tiene renta disponible debido a que cobra una miseria, no puede consumir, ni casarse, ni tener hijos, ni comprarse una casa, ni hacer inversiones. Si los bancos se ven impelidos por el Gobierno a invertir toda su liquidez en Deuda Pública, el sistema económico se seca. Si a las empresas se les corta el crédito, tienen que cerrar. Si a los ciudadanos no se para de subirles los impuestos o la luz, nunca tendrán dinero para gastar o para ahorrar. Y al final, acabaremos todos tratando de recolectar plátanos para poder vivir, pero resulta que al menos en la Península no tenemos jungla, y ya sólo nos quedará el cuenco de arroz, que a este paso será transgénico, ya que le saldrá más barato a Frau Merkel.
En suma, estamos hablando de modelo económico, de modelo de sociedad, de modelo de convivencia, de política económica; y no sólo de recaudación y de cómo seguir en el “machito”. Estamos hablando de cuál debe ser el nivel de bienestar al que se han hecho acreedores los españoles, de cuáles son las prestaciones que podemos permitirnos, de porqué pagamos la electricidad más cara de Europa, y que además nos quieren subir un 11%, etc. Repito, estamos hablando de modelo, y aunque no se enteren los políticos de lo que les estoy hablando, estamos hablando de tener “código”, algo que no tiene pinta de aparecer en ocho mil e-mails que están dando vueltas ahora por la prensa.