El multimillonario George Soros alerta de que la sociedad abierta se halla en peligro por culpa de las redes sociales. Su argumento es esencialmente el siguiente: primero, las redes sociales están siendo monopolizadas por unas pocas grandes empresas, como Google o Facebook; segundo, a estas plataformas monopolísticas les resulta muy sencillo utilizar sus enormes volúmenes de información para manipular a sus usuarios; tercero, los usuarios pueden ser manipulados por las redes no sólo en relación con sus preferencias comerciales, sino también en relación a sus preferencias políticas; cuarto, esta capacidad de manipulación política podría resultar especialmente dañina en caso de que tales monopolios privados se alíen con Estados autoritarios para socavar los valores de las sociedades abiertas occidentales; y quinto, justamente por todo lo anterior, los Estados democráticos deben destrozar a las plataformas de redes sociales mediante impuestos y regulaciones sangrantes.
El diagnóstico de Soros es en gran medida acertado: las redes sociales tienen la capacidad de influir políticamente sobre sus usuarios y, en consecuencia, cabe el riesgo de que sean instrumentadas por aquellos Estados autoritarios que deseen insuflar su propaganda dentro de nuestras sociedades con el propósito de destruir las bases ideológicas de nuestra convivencia. De ahí que sería infantil y deshonesto obviar la existencia de tales peligros. Pero, del mismo modo, también lo sería creer —como cree Soros— que esos peligros se solventan de un plumazo otorgándoles a los Estados democráticos la competencia de controlar a las plataformas de redes sociales. De hecho, no sólo sería infantil y deshonesto, sino a su vez enormemente amenazante.
No en vano, Soros dice temer la alianza entre los Estados autoritarios y los grandes monopolios de las redes sociales pero, al mismo tiempo, ¡aboga por otorgar el control de las redes sociales a los Estados democráticos! Los habrá que no vean contradicción y contraindicación alguna en sus prescripciones: a la postre, pensarán, si las redes sociales fueran manejadas gubernamentalmente para manipular en favor de la democracia, la sociedad abierta podría incluso salir reforzada. O en otras palabras: si nosotros somos los buenos, no hemos de temer utilizar nuestro poder para imponer el Bien frente al Mal. Semejante tesis, empero, es problemática por dos razones elementales.
Primero: ¿qué sucede si, tras tomar el control de las redes sociales, los Estados democráticos devienen Estados autoritarios? En tal caso, la principal propuesta de Soros para combatir el Mal se convertirá en su principal impulsor: queriendo vetar la influencia de los Estados autoritarios sobre las redes sociales se las habrá entregado en bandeja de plata. ¿Cuán probable es que un Estado democrático mute en uno autoritario o cuasi-autoritario? Desde la perspectiva de Soros, bastante probable: si, siguiendo al magnate húngaro, catalogamos como autoritarios (o cuasi-autoritarios) a gobiernos como el de Trump o el de Orbán, entonces tal giro ya se ha dado en varias democracias occidentales (y ha estado a punto de darse en otras, como en Francia con Marine Le Pen). ¿Acaso le entusiasmaría a Soros que Trump, Orbán o Le Pen controlaran Facebook o Google? A buen seguro no: pero colocando a tales empresas bajo la bota del Estado, es lo que tarde o temprano conseguirá.
Segundo: ¿cómo determinar qué ideologías no debe tolerar el Estado democrático en su control de las redes sociales por considerarlas incompatibles con la sociedad abierta? No perdamos de vista que, si el Estado utiliza las plataformas de redes sociales para imponer los “valores correctos” a la ciudadanía, será el propio Estado quien establezca la frontera entre los valores correctos y los valores incorrectos. A buen seguro que Soros —socialdemócrata empedernido— tendrá su opinión acerca de cuáles son esos valores correctos; incluso es posible que la tenga sobre cuánto puede desviarse la opinión pública de esos valores correctos sin que la sociedad abierta se desmorone. Pero vetar —o marginar— de todas las redes sociales aquellos valores que el Estado considere disfuncionales es tanto como instaurar una censura digital. Incluso obviando los muchos peligros derivados de otorgar a un gobierno democrático el poder de censurar aquellas ideas que le resulten incómodas, ¿cómo posibilitar un pensamiento verdaderamente crítico cuando ciertos valores son decretados como intocables e incuestionables?
Por ejemplo, si Soros hubiese controlado las redes sociales en EEUU, ¿habría dado algún tipo de cancha mediática a Trump o habría sesgado exageradamente las redes en favor de Clinton? ¿Y por qué motivo deberíamos asumir que todas las ideas y propuestas de Clinton eran preferibles a todas las ideas o propuestas de Trump? ¿No ha de caber el espacio para preferir honestamente a alguien como Trump sobre alguien como Clinton? ¿En qué medida un Estado democrático que vetara informativamente numerosas opciones políticas no se convertiría en un Estado autoritario?
En definitiva, en el mejor de los casos, George Soros mete bienintencionadamente la pata cuando propugna un mayor control gubernamental sobre las plataformas de redes sociales; en el peor, busca alimentar el alarmismo antirredes sociales para legitimar comunitariamente que el Estado las domestique y las utilice para extender su agenda socialdemócrata. Es cierto que las redes sociales, al ser medios de comunicación de masas, son en potencia medios de manipulación de masas: pero lo son como en su momento ya lo fueron los periódicos escritos, la radio o las televisiones. A diferencia de lo que sucedió con esas otras tecnologías, sin embargo, el coste para el usuario de una red social de cambiar de medio de comunicación, o de recurrir simultáneamente a varios medios de comunicación, o incluso de convertirse él mismo en un medio de comunicación resulta enormemente más bajo. Siendo susceptibles de manipulación, las redes sociales proporcionan actualmente muchas más armas para contrarrestar ese riesgo de manipulación de las que jamás proporcionaron la prensa escrita, la radio o las televisiones.
Pero entonces, ¿a qué viene este pánico antirredes sociales? Si no vivimos un momento excepcional de la historia, si el votante siempre se ha hallado a merced de la manipulación de los medios de masas, si incluso internet nos proporciona más armas que otros medios de masas para contrarrestar esa manipulación, ¿por qué tantas voces autorizadas como la de Soros colocan el grito en el cielo? Pues porque los medios de comunicación tradicionales eran mucho más fácilmente controlables y manipulables por el Estado: no es que fueran medios de una exquisita imparcialidad y ponderación donde las fake news jamás tuvieran cabida; pero sí eran medios mucho más alineados con los intereses del poder político de turno. El quejicoso lamento de Soros contra las redes sociales busca revertir precisamente eso: es decir, busca colocar a las descentralizadas redes sociales bajo las órdenes del Estado para así restablecer su control político sobre los medios de comunicación y apuntalar el statu quo socialdemócrata.