España entró en crisis hace una década como consecuencia, primero, del sobreendeudamiento de su sector privado (alentado por los bajísimos tipos de interés del Banco Central Europeo) y, segundo, de la hipertrofia de su sector ladrillístico y financiero. En realidad, ambos fenómenos estaban relacionados: la orgía de crédito barato a la que accedieron familias y empresas fue la responsable de escorar nuestro modelo productivo hacia la construcción y sus sectores adyacentes. La burbuja inmobiliaria fue generada por la previa burbuja financiera.
Así las cosas, ¿qué debía hacer España para superar la crisis? Pues, por un lado, reducir la enorme losa de deuda privada que pesaba sobre ella y, por otro, modificar su modelo productivo alejándolo de la construcción y de las finanzas. Por fortuna, ambos cambios están teniendo lugar dentro de nuestra economía desde hace varios años.
En primer lugar, el sector privado español se ha desapalancado extraordinariamente desde 2008. A finales de ese ejercicio, la deuda de las familias ascendía a 0,908 billones de euros y la de las empresas, a 1,26 billones de euros: en total, casi 2,2 billones de euros que equivalían al 195% del PIB de aquel año. A cierre de 2017, en cambio, la deuda familiar se había reducido hasta los 0,704 billones de euros y la empresarial hasta los 0,888 billones, esto es, se había reducido por debajo de los 1,6 billones de euros, equivalentes al 138% del PIB actual. A diferencia del sector público —cuyo sobreendeudamiento durante la crisis a punto estuvo de llevarnos a la bancarrota—, el sector privado sí ha hecho los deberes para restablecer la solvencia que había perdido previamente.
En segundo lugar, el modelo productivo de España ha cambiado muy notablemente durante los últimos diez años. Nuestra economía ya no pivota sobre el ladrillo y la banca, sino sobre la producción de otros bienes y servicios. En concreto, frente al peso del 10,8% del PIB (a coste de los factores) que exhibía la construcción en el cuarto trimestre de 2008, hoy apenas supone el 5,8%; a su vez, las actividades financieras también han visto reducida su importancia desde el 5,6% del PIB al 4,1%. Dicho de otra forma, construcción y finanzas han dejado un agujero equivalente a 6,5 puntos del PIB a coste de los factores (unos 60.000 millones de euros). ¿Qué otros sectores se han encargado de rellenar tal boquete? Comercio y hostelería ha incrementado su peso en el PIB en 1,8 puntos; la industria en 0,5 puntos; las actividades profesionales en 1,2 puntos; servicios sociales en 0,8 puntos; y otros sectores (agricultura, comunicaciones o actividades recreativas) en 2,3 puntos. Ese ha sido nuestro cambio de modelo productivo: menos ladrillo y menos bancos a cambio de más comercios, más hoteles, más fábricas, más despachos de asesoría y más servicios públicos.
Por supuesto, todavía estamos lejos de habernos repuesto de todas las secuelas que nos legó crisis. Por el lado de la economía financiera, nuestro sector público ha aumentado su deuda en 700.000 millones de euros desde 2008, volviendo sus pasivos equivalentes a casi el 100% de nuestro PIB. Por el lado de la economía real, sigue habiendo 2,5 millones de parados más que antes de la crisis y que sólo podrán encontrar ocupación en nuevo tejido productivo que todavía no ha sido creado. Por tanto, es evidente que subsisten amenazas y retos directamente vinculados con la definitiva superación de la crisis (amén de todos los otros problemas que no guardan relación causal con la crisis, como la insostenibilidad de las pensiones públicas, las dificultades para aumentar sostenidamente productividad y salarios, las deficiencias del sistema educativo nacional, etc.), pero al menos la evolución seguida hasta la fecha, a pesar de las muchas acciones impudentes y omisiones irresponsables de las Administraciones Públicas, sí está siendo la de una clara y continuada corrección de los desequilibrios macroeconómicos acumulados hasta 2008.
En definitiva, si entramos en la crisis debido a un exceso de deuda privada y de ladrillismo-financiero, ahora estamos saliendo de ella con menos deuda privada y menos ladrillismo-financiero. En contra de lo que sostiene cierto discurso alarmista, nuestro reajuste económico podrá haberse visto acelerado por los “vientos de cola” de un petróleo barato y de unos tipos de interés históricamente bajos, pero en ningún caso cabe sostener que se trate de un ajuste insostenible y en la mala dirección. La economía española se halla mucho más saneada hoy que hace una década y continúa progresando en la buena dirección: sólo falta que, por un lado, los políticos nacionales —o extranjeros— no hagan estallar el actual clima de recuperación y que, por otro, los banqueros centrales comunitarios —o extranjeros— no perpetúen una política monetaria excesivamente expansiva que bien podría inducirnos a repetir de manera suicida los mismo errores del pasado.