Difícilmente podía haber sido más acertado el titular de nuestro anterior comentario, que aludía a unas Bolsas al dictado de la política, ya que efectivamente la primera semana de abril hemos visto a los índices bursátiles moviéndose al son de los sucesivos anuncios y contra-anuncios de los gobiernos chino y americano en relación con su incipiente guerra comercial.
Los giros en una y otra dirección han sido continuos e intensos, y hemos visto sesiones de subidas espectaculares, como la del miércoles, junto a otras de fuertes bajadas como la del lunes en las Bolsas americanas (las únicas que estaban abiertas) o la del pasado viernes de cierre semanal. El Dow Jones en la sesión del miércoles empezó bajando más de quinientos puntos y acabó subiendo más de doscientos, tras los rumores de que China y EE.UU. podrían llegar a un acuerdo sobre los aranceles, algo que luego se demostró falso. Son datos que muestran la dependencia enorme que en este momento tienen las Bolsas de la política, en sus movimientos a corto plazo, lo cual indica desconcierto y falta de criterios claros a medio plazo.
Al final las Bolsas europeas han logrado cerrar la semana con ganancias (Eurostoxx +2,3% en la semana, Dax +2,5% Ibex +1,3%) y también lo ha logrado el Nikkei (+0,5%) pero las fuertes caídas del pasado viernes, en la sesión de cierre semanal han llevado al Dow y al S&P a pérdidas semanales del -0,7% y del -1,3% respectivamente, tras caer el viernes el 2,3% y el 2,2%.
Se confirma así un cierto distanciamiento entre los mercados y las decisiones del nuevo presidente americano, hasta hace poco tan aplaudidas por los inversores. Hace un año y medio, cuando en noviembre de 2016 Trump ganó contra pronóstico las elecciones americanas, Wall Street le recibió con gran entusiasmo, un entusiasmo que fue creciendo y que alcanzó su máximo nivel a finales de 2017, tras la aprobación de la rebaja fiscal prometida por el nuevo presidente. En cierto modo ese entusiasmo era comprensible, ya que la promesa de bajar los impuestos, de aliviar regulación financiera, y de invertir en infraestructuras suena a música celestial a unos inversores fascinados por los cantos de sirena del "America first".
Pero no hacía falta mucha imaginación para ver otros ángulos menos amables de esas propuestas. Los estímulos fiscales llevan inevitablemente a mayor deuda pública, en una economía que arrastra ya elevadísimos niveles de endeudamiento, y el "America first" suena muy bien pero a poco que se manipule acaba convirtiéndose, como de hecho está pasando, en un proteccionismo puro y duro, incompatible con el mundo global del siglo XXI. Además, estimular fiscalmente una economía como la norteamericana que roza el pleno empleo es correr el riesgo de que la inflación vaya más arriba de lo deseable, complicando las cosas a la Fed, al obligarla a subir los tipos de interés más allá de lo que una economía tan endeudada puede razonablemente soportar.
Ninguno de estos temas fue tenido en cuenta por los mercados el pasado año 2017, pero estaban ahí, y, como es lógico y era inevitable, han ido aflorando. Primero afloró, a principios de febrero, el riesgo de inflación y de una subida de tipos más acelerada de la prevista. Luego, ya en marzo, estalló la guerra comercial vía aranceles, y finalmente, a caballo entre marzo y abril, ha asomado la faceta más intervencionista del nuevo presidente americano, con su violento ataque a Amazon.