Si ha habido en 2013 una protagonista revelación en la nueva Economía, esa ha sido la moneda denominada “bitcoin”, que ha arrasado en términos de volatilidad y valoración teórica, haciendo ricos a algunos apostantes y provocando pérdidas a otros muchos. Los ortodoxos de la Economía Monetaria nos hemos estado preguntando cómo era posible que una moneda virtual creada por no se sabe quién, y sin ningún tipo de regulación haya sido capaz de provocar tanto revuelo. Y la verdad, es que no se encuentra una respuesta clara, salvo que probablemente llevamos ya décadas haciendo lo mismo que han hecho unos “vivos” en internet.
Y es que el concepto de dinero es probablemente el más complejo de los conceptos económicos, y el gran público ni ha tenido ni tiene acceso a él. Y sin embargo, pocos conceptos tienen más influencia en la vida de los seres humanos que aquello que se considera “dinero” por parte de la generalidad de los sujetos de una comunidad. Los chinos inventaron el papel moneda, pero no supieron sacarle partido. Fueron los anglosajones, los que en los siglos XIX y XX descubrieron el inmenso potencial de emitir papeles y que la gente tuviera confianza en ellos. No obstante, en aquella época los gobernantes eran lo suficientemente responsables como para saber que había que poner limitación a los papeles que se emitían, y sujetaron su emisión con el “patrón oro”, de forma que no se podían emitir más papeles que aquellos que representaban el oro almacenado en las arcas de los bancos centrales. Todo estalló por los aires en 1971 cuando De Gaulle mandó a los americanos tres barcos llenos de dólares pidiendo que se le cambiasen por oro, y la negativa americana desencadenó el mundo de riesgo e incertidumbre en el que vivimos desde entonces.
La verdad es que es muy difícil explicarle a un ciudadano de a pie que cuando exhibe un billete de veinte euros, no nos está enseñando otra cosa que un trozo de papel, cuyo único valor es debido a que el resto de las personas de su entorno está dispuesto a quedarse con él a cambio de bienes y servicios, porque tienen a su vez confianza en que los otros harán lo mismo. Los Gobiernos de los países que tienen soberanía monetaria llevan cuarenta años sin parar de dar a la máquina de hacer billetes (físicos y contables), y parece como si a nadie le importara. Mario Draghi “solucionó” la crisis del euro hace dos años, dando toda la liquidez que quisieran los bancos, y Ben Bernanke hizo lo propio (aunque con un poco más de fundamento) con los problemas de la crisis americana. Y los ciudadanos siguen pensando que no hay problema, porque los dólares y los euros los respalda la FED y el BCE. Ilusos.
Todo el modelo económico actual en el que hay una Economía financiera que supera en siete veces a la Economía real, se basa en la confianza del colectivo en unas monedas virtuales, entre ellas el dólar y el euro, cuyo valor intrínseco es nulo. Cuando los “yankees” vencieron a los rebeldes en la Guerra de Secesión americana, lo primero que hicieron fue decretar que la moneda y la Deuda Pública del Sur no tenía ningún valor y todos los billetes y bonos confederados sólo se pudieron usar para calentar los fogones de las vacías cocinas sureñas. Lo mismo ocurrió cuando los “nacionales” entraron en Madrid en el año 1939.
No nos engañemos, no podemos vivir considerando riqueza a una montaña de billetes que no son otra cosa que papel. Lo importante es que funcione el sistema, y los billetes serán un simple medio de intercambio entre los sujetos. Si el sistema no funciona, y no lo está haciendo precisamente bien, todo se vendrá abajo como un castillo de naipes, y nos dará lo mismo tener billetes de veinte euros que bitcoins. El dinero que se usaba en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial no era otra cosa que los cigarrillos, porque era aquello en lo que los sujetos veían valor. Ningún billete valía nada en esa economía cerrada. Lo mismo ocurrió con la hiperinflación alemana de los años veinte. El dinero perdía valor cada minuto y comprar un simple sello de correos llegó a valer mil millones de marcos.
Económicamente hablando estamos viviendo en un mundo virtual, una especie de “historia interminable” que puede devenir en lo que ocurría al final de la famosa película. Es preciso un nuevo Bretton Woods en el que se ponga freno a la expansión monetaria sin límite, a la creación de productos financieros difícilmente entendibles, a la utilización de productos derivados y estructurados con fines meramente especulativos que pueden hacer quebrar a las entidades más importantes del mundo, y a la codicia sin límite de la especulación de los banqueros. Porque si no se hace, todo estallará y se generará un tsunami de consecuencias imprevisibles, incluida la del retorno a economías de trueque, porque la gente habrá perdido la confianza en el sistema, y eso es muy difícil de recuperar.