Un argumento frecuentemente repetido entre los políticos y pensadores socialdemócratas es que España debe ejecutar con urgencia una reforma fiscal que incremente de manera muy notable sus impuestos para, de esa manera, “parecernos a Europa”. Sin ir más lejos, los economistas de Izquierda Unida Eduardo Garzón y Carlo Sánchez Mato publicaron el pasado lunes en este mismo periódico una crítica al proyecto de presupuestos de 2018 que, al mismo tiempo, constituía un alegato a favor de emular la tributación europea.
Y es que, en efecto, la presión fiscal en el Viejo Continente se ubica siete puntos del PIB por encima de la española: en 2017, el Estado español amasó una recaudación equivalente al 37,9% de nuestro PIB, mientras que la media de la Unión Europea fue del 44,9% (45,2% en Alemania y 46,6% en Italia). Siete puntos del PIB equivalen a unos 80.000 millones de euros: ¡imagínense cuántos votos adicionales podrían comprar nuestros gobernantes con 80.000 millones de euros más en sus bolsillos!
El relato europeo es mediáticamente atractivo, por aquello de que nuestros vecinos parecen sociedades más prósperas a las que, en consecuencia, deberíamos imitar. Pero el llamamiento a copiar a Europa esconde algunos detalles diabólicos que la inmensa mayoría de los partidarios de importar la fiscalidad europea suelen convenientemente olvidar. Repasémoslos.
Habría que subir el IVA y otros indirectos
En 2016 (últimos datos desagregados disponibles), España recaudó por IVA una suma equivalente a 6,4 puntos del PIB; a su vez, los ingresos fruto de otros tributos indirectos (impuestos especiales) ascendieron al 3,3% del PIB. En total, pues, 9,7 puntos por gravar el gasto en consumo. Frente al caso español, la UE recaudó el 10,8% del PIB (7% por IVA y 3,8% por especiales); Alemania el 9,3% (7% de IVA y 2,3% de Especiales) e Italia el 11,6% (6,1% de IVA y 5,5% de Especiales).
En definitiva, parecernos fiscalmente más a Europa supondría no sólo consolidar el sablazo en forma de mayores impuestos indirectos que hemos experimentado durante los últimos años, sino incrementarlo todavía más: en particular, para asimilarnos con la media de la UE tendríamos que aumentar la recaudación por IVA y Especiales en 1,1 puntos del PIB (y para parecernos a Italia, en 1,9 puntos del PIB).
No habría que subir apreciablemente la tributación sobre los beneficios empresariales y el capital
En 2016, España recaudó por el Impuesto sobre Sociedades el 2,3% del PIB. A su vez, la recaudación por gravar el capital fue del 0,6% del PIB. En total, 2,9 puntos de PIB. Son muchos quienes piensan que nuestro diferencial de presión fiscal con respecto a Europa se explica por estos dos tributos, pero no: la media de la UE recaudó 2,9 puntos del PIB por estas dos partidas fiscales (2,6 puntos por Sociedades y 0,3 por el capital); Alemania, también 2,9 puntos (2,7 por Sociedades y 0,2 por capital) e Italia, otros 2,9 (2,6 por Sociedades y 0,3 por capital).
O dicho de otro modo, parecernos a Europa no implica perseguir significativamente más a empresas y ahorradores de lo que ya lo estamos haciendo. No hay demasiado que rascar en este campo.
Habría que subir impuestos directos también a pensionistas, desempleados, dependientes y rentas bajas
Si la gran brecha de recaudación entre España y el resto de Europa no reside ni en la tributación del capital ni, en su totalidad, en la fiscalidad indirecta, ¿dónde se halla? Pues especialmente en la fiscalidad directa: la recaudación por IRPF y cotizaciones sociales en España ascendió al 19,5% del PIB en 2016; en la media de la UE fue del 22,6%; en Alemania del 25,9%; en Italia del 25,2%. Aparentemente, pues, en España no debemos subir masivamente los impuestos sobre la renta y las cotizaciones sociales: especialmente —suele pensarse— para las rentas más altas. Pero no tan rápido.
Primero, el IRPF y las cotizaciones sociales devoran el 35,9% de los salarios que se ubican por debajo de la media en España, frente al 37,7% en la Unión Europea, al 45,3% en Alemania y al 40,8% en Italia. A su vez, devoran el 39,5% de los salarios medios en España, frente al 41,7% en la Unión Europea, el 49,4% en Alemania o el 47,8% en Italia. Y, finalmente, devoran el 43,7% de los salarios por encima de la media en España, frente al 46,2% en la Unión Europea, el 51,7% en Alemania o el 54,1% en Italia. Es decir, para equipararnos con Europa, los impuestos sobre la renta y las cotizaciones sociales deberían incrementarse sobre todos los ciudadanos, no sólo sobre las rentas más altas: los ingresos más modestos deberían abonar entre un 5% y 26% más de impuestos (mientras que las rentas más altas los verían aumentar entre un 5,5% y un 23%).
Segundo, uno de los colectivos que resultaría más perjudicado por la equiparación fiscal con Europa serían los receptores de transferencias sociales (pensiones, prestaciones de desempleo, discapacitados, becarios, etc.). El tipo impositivo medio soportado por estos colectivos asciende en España al 5,68% sobre sus transferencias, frente al 8,17% en la Unión Europea, el 8,62% en Alemania o el 12,7% en España. En otras palabras, los impuestos sobre las transferencias sociales deberían incrementarse entre un 44% y un 123% para equipararnos con Europa.
Conclusión
En definitiva, los llamamientos políticos a equipararnos fiscalmente con Europa son, en realidad, llamamientos a sablear tributariamente a todos los contribuyentes, incluyendo a las rentas más bajas: mayores impuestos indirectos sobre los consumidores, mayores impuestos directos sobre el conjunto de los trabajadores y análogos impuestos sobre el capital. Personalmente, también apuesto por acercarnos a Europa, pero a dos de los países europeos más ricos que existen: Suiza, con una presión fiscal cuatro puntos inferiores a la española, e Irlanda, once puntos inferior. Mejor no esquilmar tributariamente más a nuestros conciudadanos.