Tengo propensión al autoengaño. Sobre todo en temas profesionales. La frialdad emocional con la que he encarado gran parte de mi labor profesional se diluye misteriosamente cuando se trata de asuntos más íntimos, más cercanos, más confusos sentimentalmente. Esto no debería extrañarme pues uno mismo es la persona que “mejor compra” nuestras mentiras, o las mentiras de otros cuando nos interesa creérnoslas. Y aunque como decía, en mi labor financiera de más de tres décadas he podido mantener una visión clara de la realidad, los inversores tienen un enorme sesgo de autoengaño que dificulta enormemente su trabajo en los mercados. El famoso analista Barnick dijo en una ocasión que de todos los ámbitos de la vida, la inversión es el que encabeza el ranking de los autoengaños.
Hace ya algunos años la revista Money realizó el siguiente estudio:
Más de 500 inversionistas informaron si sus acciones o fondos de acciones habían superado el mercado (medido por el Dow Jones Industrial Average) en los últimos doce meses. En total, cerca del 40%, dijeron que sus carteras habían superado al Dow Jones.
Luego se les pidió a estos que estimaran su tasa de retorno. Aproximadamente una décima parte informó que su cartera había subido un 12% o menos, alrededor de un tercio afirmó haber ganado entre un 13% y 20%, otro tercio dijo que había ganado entre un 21% y 28%, y alrededor de un cuarto que su rendimiento había superado el 29%. Sin embargo, durante los doce meses en los que se desarrolló el estudio, el Dow Jones subió un 46,1%, superando al menos tres cuartas partes de los inversores que habían afirmado haberlo hecho mejor.
Es decir, mientras que la percepción de dichos inversores era en gran parte que su gestión había superado los resultados de su índice de referencia, muy pocos realmente lo habían conseguido.
La percepción de los inversores era real. No estaban mintiendo deliberadamente, simplemente sobrevaloraban su capacidad inversora.
He hablado con miles de inversores, profesionales y particulares, a lo largo de mi vida dedicada a los mercados. Muy pocos de ellos, tengo que hacer memoria para identificarlos, reconocían su incapacidad para superar a los índices de referencia. Algunos “alardeaban” de presentar unos resultados que superaban a los mercados de forma consistente. Muchos señalaban que, aunque reconociendo lo difícil que es la labor inversora, en promedio sus rentabilidades superaban a los índices de referencia. Otros pocos sí me reconocían que aunque estaban seguros que sacarían más rentabilidad si compraban un fondo indexado, preferían hacerlo por sí mismos porque les gustaba operar, y porque no perdían la ilusión de dar algún día un “pelotazo”. “Pelotazo” que muy raramente se produce, porque aunque la mayoría de ellos han invertido en valores que a la larga se ha multiplicado por muchas veces respecto de su precio de compra, no han podido aprovechar estas estratosféricas subidas porque han vendido mucho antes.
Batir al mercado de forma recurrente es extremadamente difícil, y batirlo por un elevado porcentaje aún mucho más. Por eso son tan famosos aquellos inversores que han demostrado poder hacerlo. Porque son muy pocos.