Una opinión sobre la reunión del fin de semana pasado del G7, me llamó especialmente la atención ayer lunes. Un analista resumía dicho encuentro así: “Trump ha declarado la guerra comercial al mundo”. Y así ha sido.
Ya no solo por los desplantes que realizó en el G7, fruto de un neófito y maleducado líder que desconoce los códigos de la alta política, sino por las declaraciones y tweets posteriores en los que se despachaba a gusto con los que son los representantes de sus principales socios mundiales. Al primer ministro de Canadá el principal asesor comercial de Trump le deseó un sitio preferente en el infierno. Poco más que señalar.
Pero llegados a este punto ¿qué es lo que la comunidad internacional debería hacer? Parece que la respuesta más extendida es la confrontación. Canadá, México, Japón, China, la Unión Europea, han anunciado medidas comerciales de represalia por los aranceles impuestos por Trump. ¿Es la respuesta correcta? Según algunos especialistas no.
El economista mexicano Guillermo Barba, al que periódicamente citamos en estas páginas, señalaba al respecto:
Aunque la reacción natural es que nos desquitemos de los impuestos de Trump a nuestras exportaciones, una óptica más objetiva nos permite ver que esa respuesta visceral no es la mejor. Y es que cuando hay una ‘guerra comercial’, que es como se le conoce a esta carrera por imponerse aranceles mutuamente, los que quedan en medio (y los más afectados) somos los consumidores de los países, que sin deberla ni temerla tenemos que pagar un sobreprecio por lo que importemos.
Quien se queda con ese impuesto es el fisco, razón por la cual los gobiernos no tienen prisa alguna por quitarlos.
Hay quien dice que esto sirve para impulsar a las empresas instaladas en el país, pero, para empezar, no siempre se produce aquí todo ni en cantidades suficientes, por lo que si esa caída en la oferta no se compensa, es de esperar que los precios suban, algo que a nadie le gusta, y menos cuando lo que queremos es que la inflación siga a la baja.
Además, y esto es lo más importante, las autoridades de todos los países deben ser las primeras en respetar el derecho que tenemos los consumidores, personas y empresas, de comprar lo que queramos, cuando queramos, en las cantidades que necesitemos y con el proveedor de nuestra preferencia, sin importar que sea nacional o extranjero.
Entonces, ¿cuál sería la mejor forma de contestarle a Trump? Dando de manera focalizada beneficios fiscales, económicos y de apoyo en la búsqueda de nuevos mercados y clientes, a las empresas afectadas por los aranceles.
De igual forma, no sólo no imponer gravámenes, sino reducir los que ya se tengan a la importación desde otras latitudes sobre todo tipo de productos, para que aumente la oferta de bienes en el país, y así la competencia contribuya a tener precios más bajos, no más altos.
Para el libre comercio auténtico no se necesitan tratados, sino voluntad de eliminar barreras. La alternativa de la guerra comercial es un juego de perder-perder, y por eso deberíamos evitarla.