Hace unos días cené con un gran amigo alto directivo de una multinacional francesa. Parte de la conversación se derivó a los problemas que estaba pasando en su empresa, y en cómo la “política corporativa” estaba dañando su carrera. Por “política corporativa” entendía las luchas de poder que se producían dentro de su compañía entre distintos bandos, y como los ganadores de esos bancos eran los que promocionaban en detrimento del otro. “No importa demasiado el desempeño profesional. Es una cuestión de quién me apoya y a quién apoyo”, afirmaba.
Esta conversación me hizo recordar el artículo que publicó hace tiempo el prestigioso profesor de la Universidad de Wharton, Adam Grant, especializado en la psicología de las organizaciones, en el que concluía que a diferencia de lo que se cree mayoritariamente, las personas con más probabilidades de éxito en las organizaciones no son aquellas con menos escrúpulos y más egoístas, sino las más generosas y desinteresadas.
Grant divide el lugar de trabajo en tres tipos de personas: Los que toman, los que ni toman ni dan, y los que dan. Los que toman son esas personas egoístas que siempre ponen sus intereses personales por encima de los de todos los demás. Los que ni toman ni dan (la mayoría), son las personas que ven el mundo en términos de equidad y equilibrio. Mientras los que dan realizan toda clase de actos desinteresados con ninguna expectativa de reciprocidad. Incansablemente arriman el hombro por sus colegas, y priorizan periódicamente las necesidades de los demás por encima de las suyas.
Se podría pensar que las personas que dan, aunque encantadoras, no tienen los dientes suficientemente afilados como para salir adelante en el mundo empresarial. Y hasta cierto punto es así. Grant reconoce que los estudios revelan que muchos “dadores” (personas que dan) tienden a permanecer en la parte inferior de la cadena alimentaria, con una baja promoción y escasa tasa de productividad. No son capaces de sobresalir porque están demasiado ocupados ayudando a otras personas.
Pero a pesar de que están excesivamente representadas en la parte inferior de una organización empresarial, el hallazgo más interesante de Gran es que los “dadores” también suben a la cima. Se encontrarán “dadores” en los dos extremos del espectro, con los “tomadores” y los que ni toman ni dan, en el centro.
¿Por qué pasa esto? Grant sugiere que los tomadores pueden tener éxito temporal, pero una vez que se descubre su personalidad egoísta pagan un alto precio. La mayoría de las personas tienen ganas de castigar a personas que perciben como tomadores. Los estudios demuestran que somos capaces de sacrificar nuestro propio beneficio en pos de hacer justicia y sacar a alguien que consideramos no se lo merece.
Los que ni toman ni dan no sufren de esta manera, pero tampoco se benefician. Como afirma Grant, a menudo los “equilibrados” dejan una impresión transaccional, como si siempre estuvieran llevando la cuenta. Sabemos dónde se sitúan los “equilibrados”, y en su mayor parte respetamos su código moral, pero no les concedemos ningún crédito en particular por su comportamiento.
Mientras tanto los “dadores” construyen redes de valor de todos los colegas agradecidos que correctamente les perciben como desinteresados. Su generosidad les gana el respeto profundo y duradero de sus compañeros, que se traduce en un potencial de mejora en la organización importante.
Cuando un “tomador” sugiere una idea levanta mucho escepticismo por naturaleza, mientras que cuando la sugiere un “dador”, muchas personas están dispuestas a subir a bordo porque consideran que es por buena voluntad.
La conclusión del estudio de Grant es obvia, a diferencia de la idea general, la mejor forma para subir en el escalafón empresarial hasta la cima, es ser una persona generosa y desinteresada.