“La lección que nos han dado los mercados durante los últimos 30 años es que: nunca estuvo mal comprar acciones, y nunca fue correcto venderlas”, afirmaba recientemente el analista John Rekenthaler. Como afirmación general estaría de acuerdo, al fin y al cabo, a muy largo plazo los mercados de valores han demostrado ser el activo de mayor rentabilidad. Ahora bien, esto presenta una trampa peligrosa. Los índices generales no permanecen inamovibles. De ellos salen las empresas de peor desempeño, y entran las de mejor evolución. Es decir, los forman las compañías elegidas de las elegidas. Hay miles de compañías, que han perdido gran parte de su valor en bolsa después de haber tenido una historia exitosa. No es necesario poner ejemplos que todos tenemos en mente.
Pero volviendo a la afirmación de Rekenthaler. Aunque “nunca estuvo mal comprar acciones”, el hecho es que hay momentos en que estuvo menos mal que otros. El análisis financiero nos proporciona unas maravillosas herramientas que nos permiten establecer los retornos esperados para un indicador según como coticen sus ratios de valoración. En el largo plazo esos retornos suelen ajustarse a la realidad asombrosamente. Una de estas herramientas es el análisis del CAPE, ratio desarrollado por el premio Nobel Robert Shiller. La relación CAPE evalúa el costo promedio que pagan los inversores de capital por mantener las ganancias corporativas (con el promedio de los 10 años anteriores de una empresa). Un ratio de 20 significa que la inversión de 10.000 dólares en un índice del mercado de valores, rentabilizará 500 dólares de ganancia al año.
Bien, pues la historia nos indica que los retornos esperados de nuestras inversiones en bolsa son inversamente proporcionales al ratio CAPE –cuanto más alto el CAPE, menor rentabilidad esperada.
El hecho es que ahora, a pesar de las fuertes caídas de diciembre, el CAPE del S&P 500, el selectivo de bolsa más representativo del mundo, sigue en niveles altísimos, concretamente de 28. Esto es casi el 90% más alto que los CAPEs del indicador en los anteriores techos de mercados mayores desde 1900.
“Esto puede explicarse parcialmente por cambios en los estándares contables que han mejorado la calidad de las ganancias de las empresas, y en parte por una mayor estabilidad financiera general. Los ciclos económicos modernos son más largos que en el pasado. Junto con la inflación inactiva, eso justifica una mayor valoración del mercado de valores”, afirma Rekenthaler.
“Pero la valoración actual parece sobrepasar la justificación anterior. Un índice de CAPE de 28 implica un "rendimiento esperado" en el S&P 500 de 3.5%. Si bien está por encima del rendimiento del Tesoro a 10 años, que se sitúa en el 2,7%, esa cantidad no es reconfortante. Las acciones no solo son más arriesgadas que los bonos del gobierno, y sus pagos son en su mayoría teóricos en lugar de reales (aparte de los pagos de dividendos), sino que las ganancias utilizadas para calcular el índice de CAPE de hoy ocurrieron casi en su totalidad durante una expansión económica. Es probable que disminuyan a corto plazo”, añade.
En resumen, no se dejen llevar por cantos de sirenas financieras. Se necesitan caídas mucho mayores a las actuales para que las bolsas resulten una “oportunidad única” como predican algunos.