Como si la bolsa o la prima de riesgo fueran oráculos que leyeran infaliblemente nuestro futuro, los medios de comunicación viven estos días una situación de renovado optimismo a cuenta de las recientes subidas de la bolsa española y de la notable reducción de nuestra prima de riesgo. Parecería que, esta vez sí, la economía avanza hacia una saludable recuperación que nos permitirá dejar atrás el amargo trago de una crisis económica que comienza su ya octavo año. ¿Realmente podemos cantar victoria o sería prudente no dejarse llevar por un infundado optimismo que nos conduzca más adelante a la frustración?
Aquí ya hemos estado
“El Ibex 35 sube hasta los 10.800 y la prima de riesgo baja de los 180 puntos básicos”. Éste es un titular que acaso podamos leer en los próximos días pero que, en todo caso, sí leímos en abril de 2011, momento en el que la bolsa y la prima alcanzaron cotas muy similares a las actuales. El recordatorio no busca despertar nostalgias de tiempos pretéritos, sino constatar algo muy sencillo: ya hemos estado en una situación casi calcada a la actual y no salimos bien parados de ella. A la postre, después de abril de 2011 llegó julio de 2012, momento de máxima tensión en el que nuestra economía estuvo a punto de quebrar.
Justamente, lo que sucedió entre mediados de 2011 y mediados de 2012 fue que la supervivencia del euro se puso seriamente en cuestión incluso por la propia Alemania debido a los intensísimos desequilibrios y agujeros financieros presentes en la periferia (comenzando por Grecia y terminando por Francia, pasando por España e Italia). Dado que España no era viable por sí sola y habría sido una clarísima perdedora neta en caso de ruptura del euro, la incertidumbre sobre la Eurozona espoleó la masiva salida de capitales del país con destino Alemania y otras sólidas economías europeas que pudieran actuar como refugio.
Dicho de otra manera, entre mediados de 2011 y mediados de 2012 España —y el resto de la periferia europea— se halló en una situación de pre-quiebra. Lo que cambió en julio de 2012 no fue el buen hacer de Rajoy y Montoro (quienes siguieron en sus trece de machacar a los españoles con más gasto público y más impuestos), sino la mística intervención de Mario Draghi prometiendo, con el plácet alemán, que haría todo lo necesario para salvar el euro. Palabras que, desde entonces, el italiano ha reiterado siempre que ha tenido ocasión, hasta el punto de crear a tal efecto una nueva ventanilla dentro del BCE (la famosa OMT).
Gracias a ello, Draghi ha conseguido estabilizar financieramente a la periferia europea: desde julio de 2012, la prima de riesgo española se ha reducido en 450 puntos (un 71%) y el Ibex 35 ha aumentado un 65%, la prima de Italia ha caído en 330 puntos (un 62%) y su FTSE MIB se ha revalorizado un 55%, la prima de Portugal ha disminuido en 650 puntos (un 65%) y su PSI 20 ha crecido un 61%, y la prima griega se ha recortado en 2.075 puntos (un 77%) y su ASE se ha disparado un 120%.
Actualmente, todas las primas de riesgo de la periferia —no solo la de España— se hallan en unos niveles muy cercanos a los que exhibían en la primera mitad de 2011. Hemos hecho retroceder tres años el reloj. ¿Por qué ahora deberíamos seguir un destino diferente al que seguimos entonces?
¿Ha cambiado algo?
A pesar de las consideraciones anteriores, sería engañoso afirmar de manera taxativa que España se encuentra en una situación exactamente calcada a la de comienzos de 2011. No lo estamos. Algunos de nuestros problemas han mejorado y otros han empeorado.
Entre los primeros —como ya apunté hace año y reiteré posteriormente hace varios meses— cabe destacar la situación del sector exterior (que ha seguido creciendo y reforzando su competitividad, hasta el punto de dar un vuelco en nuestro saldo corriente con el exterior), el desapalancamiento de familias y empresas, la mejor salud financiera de los bancos (lograda, desgraciadamente, a costa de los contribuyentes) y la algo mayor flexibilidad laboral. Entre los segundos, sobresale una mucho peor situación de las finanzas públicas (el endeudamiento público ha aumentado 30 puntos desde principios de 2011, a pesar de que hayamos logrado el pírrico resultado de recortar en 2 puntos el déficit anual), una fiscalidad muchísimo más agresiva contra familias y empresas, una electricidad encarecida debido al mantenimiento de un no-mercado disfuncional y un millón de parados más que, aun con perspectivas tal vez mejores, habrá que recolocar.
En conjunto, pues, no estamos peor que a comienzos de 2011, pero tampoco claramente mejor. La única diferencia es que ahora pareceque sí tenemos el respaldo de Alemania para completar nuestro proceso de reestructuración económica y financiera: transitar hacia un nuevo modelo productivo y reducir nuestro endeudamiento total. Es decir, la sustancial diferencia con 2011 es que ahora tenemos más tiempo. Pero, ¿más tiempo para qué?
Tres escenarios posibles
El tiempo que nos proporciona Alemania —en forma de crédito— puede aprovecharse con dos finalidades: ahondar en las reformas y ajustes necesarios (liberalizar la economía y reducir el gasto público y los impuestos) o no hacer nada y aguantar tal como estamos ahora mismo. La primera de las vías es la que defiendo en mi libro Una alternativa liberal para salir de la crisis: pinchar y sanear las tres burbujas que han azotado a España (la financiera, la productiva y la estatal). La segunda vía es la que ha venido implementando el Gobierno desde que alcanzó el poder y en la que parece que ha decidido enrocarse con mayor convencimiento en los últimos meses: aguantar sin reformas esperando que la ansiada recuperación internacional y la dificultosa reestructuración del sector privado nacional consigan generar suficiente riqueza como para tapar los agujeros de las tres burbujas anteriores.
La primera es la vía de la responsabilidad; la segunda es la vía del broteverdismo. Con la primera maximizamos nuestras probabilidades de éxito, con la segunda nuestras probabilidades de fracaso. ¿Que, aun siguiendo la vía de la responsabilidad, podríamos fracasar? Sin duda: el éxito no es inexorable nunca. ¿Qué, aun siguiendo la vía del broteverdismo, podríamos salir adelante? Sin duda: el fracaso tampoco es nunca inexorable. La cuestión es que el Gobierno está poniendo baches a la recuperación en lugar de facilitándola. Su objetivo no es solventar los desequilibrios de la economía española, sino llegar vivo a las siguientes elecciones.
Así las cosas, la vía broteverdista nos abre tres posibles escenarios futuros: uno, el más improbable a mi juicio, que completemos nuestro saneamiento económico a pesar del Gobierno y salgamos adelante; otro, que no lo completemos y Alemania nos vuelva a quitar los soportes, regresando a una situación casi calcada a la de la primera mitad de 2012; y el último, que a pesar de no hacer las reformas y de no completar nuestra saneamiento, Alemania nos siga refinanciando sine die, en cuyo caso entraríamos en un proceso de japonización.
Lejos de celebrar las alzas bursátiles y la reducción de la prima de riesgo, deberíamos preocuparnos de que el Gobierno se duerma otro año más en los laureles salvo cuando se trata de subir impuestos. Está bien no haber quebrado gracias a Mario Draghi; no está tan bien que, merced a ese crédito barato, caigamos en una suicida autocomplacencia.