La pobreza extrema en el conjunto del planeta se ha reducido desde 1.894 millones de personas en 1990 (el 35,8% de la población mundial de la época) hasta 735 millones en 2015 (el 10% de la población mundial). No se trata solo, pues, de que en términos absolutos haya 1.159 millones de pobres extremos menos en el mundo: es que, si a día de hoy mantuviéramos la ratio de pobreza extrema de 1990, el planeta exhibiría unas cifras de pobres de 2.633 millones (1.900 más de los que hay en la actualidad).
El periodo 1990-2015, pues, ha sido el de mayor descenso de la miseria en la historia de la humanidad: cada año, una media de 46,36 millones de personas han salido de la pobreza (más de 125.000 personas al día o casi 5.300 personas cada hora); alternativamente, podríamos decir que una media de 105,3 millones de personas salieron o evitaron entrar en la pobreza cada año durante el último cuarto de siglo (casi 290.000 personas por día o 12.000 personas por hora).
Aunque las cifras son relativamente conocidas, en más de una ocasión tendemos a olvidarlas cuando nos forjamos una visión excesivamente pesimista del estado del planeta, motivo por el cual los denominados ‘nuevos optimistas’ —Steven Pinker, Bill Gates o Max Roser— tratan de recordarnos insistentemente cuál es la auténtica entidad de estas cifras.
En los últimos días, sin embargo, el antropólogo Jason Hickel ha sugerido que tamaño optimismo está del todo injustificado dado que nuestros estándares de pobreza son demasiado parvos: tomar como referencia de pobreza 1,9 dólares diarios (apenas 700 dólares anuales) supone convalidar como aceptables situaciones misérrimas por el mero hecho de ubicarse ligeramente por encima de este umbral. De hecho, y de acuerdo con Hickel, si tomáramos líneas de pobreza más elevadas —por ejemplo, 7,4 dólares diarios, esto es, 2.700 dólares anuales—, llegaríamos a la descorazonadora conclusión de que el número de pobres en 1990 era de 3.783 millones de personas, mientras que en 2015 había ascendido a 4.113 millones: es decir, adoptando líneas de pobreza más razonables, el número global de pobres no se ha reducido sino que incluso ha aumentado durante los últimos 25 años.
El reproche de Hickel tiene parte de razón: es cierto que no deberíamos caer en el triunfalismo y en la autocomplacencia por el mero hecho de que las cifras de pobreza extrema se hayan reducido enormemente si, entre tanto, los guarismos de pobreza no tan extrema apenas muestran signos de mejoría. Sin embargo, el juicio de Hickel resulta innecesariamente negativo: es verdad que queda mucho por hacer, pero también lo es que se ha avanzado muchísimo.
A la postre, la reducción de la pobreza alrededor del globo no depende de que la definamos de un modo excesivamente restrictivo: definamos como definamos pobreza, esta se reduce entre 1990 y 2015. Por supuesto, cuanto más bajo coloquemos el umbral, mayor es la caída, por cuanto muchos de los individuos que han escapado de las cotas más paupérrimas durante los últimos 25 año no han llegado a escalar todavía a cotas mucho más altas de prosperidad: pero eso no significa que la reducción no sea generalizada.
Por ejemplo, si establecemos la línea de pobreza en 3,2 dólares diarios (1.168 dólares anuales), la tasa de pobreza cae desde el 55,1% en 1990 al 26,2% en 2015; si la colocamos en 5,5 dólares diarios (2.007 dólares anuales), esta desciende desde el 67% al 46%, y si la colocamos en 15 dólares diarios (5.475 dólares anuales), minora desde el 80,8% al 74,6%.
Como digo, es obvio que a muchos de quienes se encontraban por debajo de 1,9 dólares diarios en 1990 todavía les queda bastante trecho para rebasar los 7,4, los 10 o los 15 dólares diarios. Imaginemos un país con 100 habitantes y una renta per cápita de un dólar diario: su PIB sería de 36.500 dólares; para que ese país pase a tener una renta per cápita media de 15 dólares diarios en 25 años (PIB de 547.500 dólares), la economía debería multiplicarse por 15, esto es, debería experimentar un crecimiento medio anual del 11,4%. Y ello suponiendo que la población no aumente en ese periodo: si en lugar de 100 habitantes, pasáramos a tener 150, el PIB debería ascender a 821.250 dólares para alcanzar una renta per cápita de 15 dólares diarios; esto es, se necesitaría un crecimiento anual medio del 13,2%. Establecer estándares tan desproporcionados de crecimiento no resulta realista: la minoración de la pobreza es un proceso acumulativo y a largo plazo, y lo importante es que estamos yendo en la buena dirección.
Tomemos, de hecho, el exitosísimo caso de Vietnam: en 1992, el 52,9% de su población vivía con menos de 1,9 dólares diarios; en 2016, solo lo hacía el 1,96%… a pesar de que su población había crecido un 33%. A su vez, en 1992, el 94,4% de sus ciudadanos vivía con menos de 5,5 dólares diarios; en 2016, el 28,7%. Y finalmente, en 1992, el 99,6% vivía con menos de 15 dólares diarios y, en 2016, tal porcentaje seguía ubicándose en un alto 86,2%. ¿Del hecho de que prácticamente no se haya reducido la pobreza si la medimos con un umbral de 15 dólares diarios hay que concluir que los últimos 25 años no han supuesto un cambio extraordinario y sin parangón histórico en la calidad de vida de los vietnamitas? Evidentemente no: queda mucho por hacer, pero lo que se ha conseguido en tan poco tiempo es espectacular.
En definitiva, aunque es verdad que el mundo continúa lleno de ‘pobres’ (de personas que viven en unas condiciones que juzgaríamos absolutamente inaceptables en Occidente), no debemos soslayar que, lo definamos como lo definamos, hemos experimentado en 25 años un titánico proceso de reducción de la pobreza a escala global. Ni caigamos en el vano triunfalismo ni en el pesimismo martirizador.