Cuando se formó el I Reich en el siglo X, por parte del emperador germano Otón I, el Islam había separado Europa en dos, la del Norte bajo la batuta, primero de Carlomagno y después de sus herederos, y la del Sur luchando por sobrevivir en un Mediterráneo dominado por los piratas sarracenos. La Europa del Norte nunca estuvo romanizada y los invasores germánicos mantuvieron su idiosincrasia sin apenas modificaciones, mientras que los pueblos mediterráneos trataban de mantener sus raíces y su cultura romana luchando como podían para evitar ser devorados por las razias musulmanas.
Los godos invadieron el Imperio Romano, pero se “romanizaron” y entraron en simbiosis con la cultura greco-romana, y nosotros somos sus descendientes. Pero los germanos no, se establecieron en la Europa Continental, aceptaron la evangelización cristiana, pero mantuvieron muchas de sus costumbres, que finalmente se pusieron de manifiesto con las Guerras de Religión, los modelos luterano y calvinista y el espíritu belicista prusiano, que llevó al establecimiento del II Reich en el siglo XIX con el Kaiser, y la posterior Primera Guerra Mundial, y después al III Reich, de penoso recuerdo, con la Segunda Guerra Mundial.
Todo parecía haberse superado en las décadas posteriores a la última gran guerra europea, pero las diferencias culturales, éticas y morales subsisten. Lo que ocurre es que ahora las guerras no son cruentas, sino económicas, y sin que nos diéramos mucha cuenta se ha formado un IV Reich con una luterana a la cabeza, que exhibe su espíritu prusiano incluso en la forma de vestir, y que ha conseguido en poco tiempo dominar completamente Europa, y no solo la de influencia prusiana, sino también la otrora romanizada.
¿Cómo ha conseguido Frau Merkel su objetivo? Muy sencillo, privándonos de la moneda, y siendo capaz ella de manejar el euro. Sin el euro, Merkel no hubiera podido conseguir lo que se proponía, esto es, la hegemonía alemana, el pleno empleo, el superávit comercial, y no tener que pagar casi nada por emitir Deuda Pública. Antes, cuando un país europeo tenía su moneda, podía devaluarla y así sus empresas podían ser competitivas internacionalmente. Ahora sin moneda, se nos dice que sólo tenemos la “devaluación interna” para poder ser competitivos, y ello sólo nos trae miseria, paro y desesperanza.
Konrad Adenauer o Helmut Kohl, dos de los principales impulsores de la Unión Europea procedían de la Alemania Occidental y eran católicos. Sin embargo, Angela Merkel procede de la Alemania Oriental, y es luterana. Y no es lo mismo. De Adenauer o de Kohl podíamos esperar un poco de cariño y de generosidad para los países denominados entonces “periféricos”, pero de Merkel no podemos esperar nada más que sufrimiento, mientras mantiene un férreo control sobre el euro, la moneda del IV Reich.
Y sin embargo, no podemos criticar a esta mujer adusta e inteligente, ya que hace lo que hace por mejorar el bienestar y la grandeza de los alemanes, y se supone que eso es lo que tiene que hacer un gobernante. Sin embargo, en España, por ejemplo, se asume el pago de unos intereses que no podemos permitirnos por la Deuda Pública, debido a una “prima de riesgo”, que manejan intereses espurios, y que ha hecho que nos financiemos en media a un coste casi tres puntos superior al de Alemania. Aunque es difícil hacer una comparativa en el período de crisis, ya que habría que ir emisión a emisión, el coste aproximado para España en intereses respecto a lo que habríamos pagado por nuestra deuda si fuéramos alemanes, lo podemos ver en el siguiente cuadro:
Vemos que la prima de riesgo nos ha costado más de 87.000 millones de euros, mientras que Alemania se ha estado financiando incluso a tipos de interés negativos en algunos momentos. Ahí radica una de las claves de la competitividad y productividad alemanas. Y nosotros lo aceptamos como si nada.
Prusia fue el germen del II y III Reich, y el espíritu prusiano no es algo que pueda desaparecer de la noche a la mañana, y a lo mejor no les interesa que desaparezca. Los países mediterráneos de espíritu “romanizado” deberíamos pararnos un momento y pensar con qué compañero de viaje nos interesa viajar. Me viene a la cabeza una buena película de Fernando Fernán Gómez, “El Viaje a Ninguna Parte”, y sinceramente, no me apetece acabar como le ocurre al protagonista de la película.
El euro no es ninguna religión, o al menos no debería ser de religión luterana o calvinista. Si el euro sólo nos va a servir para generar endeudamiento y paro, y para sacrificar una generación de españoles, al menos habría que estudiar qué otras alternativas tenemos, cosa que me parece que nadie hace, al menos dentro del Gobierno.