"El enfrentamiento entre EE.UU. y China no se limita a una cuestión comercial. De hecho, este sería el factor menos importante. Se está disputando quien ostentará el liderazgo mundial en las próximas décadas. Hasta hace no mucho no había contestación posible al dominio de EE.UU. Ni Rusia en su mejores momentos tenía la capacidad económica para disputárselo. Con China es diferente, y EE.UU. lo sabe. Independientemente de que ambos lleguen a un acuerdo comercial, el escenario más probable, la disputa entre los dos países se mantendrán en los próximos años. Es inevitable", me comentaba recientemente un amigo experto en política exterior en una animada cena con otros analistas.
"Desde hace ya algunos años, China le está disputando a Estados Unidos el liderazgo económico y global, pues el ascenso del dragón asiático ha sido en un periodo relativamente corto de tiempo", incide el especialista Guillermo Barba, en un interesante artículo que reproduciremos entre hoy y mañana. Veamos la primera parte:
Después de fracasadas políticas de colectivización y las hambrunas que estas causaron, el Partido Comunista Chino dio un giro a finales del Siglo XX y comenzó a atraer compañías e inversiones con fuerza laboral tan barata (y en situación de casi esclavitud) que la producción industrial resultaba ultra competitiva.
Pero en realidad, fue la paulatina apertura al exterior, y el abrazar también poco a poco el capitalismo, la economía de mercado, la verdadera causa del “milagro” chino. Claro está que China no es todavía el paradigma del capitalismo ni de sus columnas vertebrales: la libertad individual y la propiedad privada, pero lo cierto es que sin su transformación hacia una economía capitalista, su progreso habría sido imposible.
Claro, en el camino, la manipulación del yuan también hizo más baratas las exportaciones chinas, al grado de que los demás países no pudieran competir con precios tan bajos.
Como sabemos, esto provocó el cierre de fábricas y el empobrecimiento de los cinturones industriales en Estados Unidos y otras economías occidentales en beneficio del florecimiento de una pujante economía en Asia.
Es por eso que ahora el presidente Donald Trump pretende “equilibrar” la balanza y ha emprendido una “guerra comercial” contra China desde marzo de 2018.
Esta serie de aranceles a productos provenientes de Oriente no resuelven nada en el fondo, pues las compañías y consumidores son los que terminan pagando el aumento, pero es una buena consigna para su campaña de reelección en 2020.
Beijing ha estado respondiendo con medidas de represalia sobre productos estadounidenses, pero, como China le vende mucho más a la Unión Americana (la balanza comercial es deficitaria para EU) de lo que le compra, cuenta con un menor margen de maniobra para aplicar tarifas. Sin embargo, esta “guerra” va mucho más allá del comercio: se trata de la tecnología.
La mejor muestra quizás es la serie de restricciones que Washington le ha impuesto a Huawei, compañía líder en el despliegue de la quinta generación de redes móviles (5G).
Por años se ha acusado a esta compañía de robo de propiedad intelectual, pero esto solo era una fase del plan chino en general. Ahora que entienden el “know how”, producen conocimiento y tecnología propia. Esto se puede ver en las 5,405 solicitudes de patentes que introdujo Huawei en 2018, muy por encima de las estadounidenses Intel (2,404) y Qualcomm (2,404), de acuerdo con información de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (WIPO).
“China se está armando, acumula materias estratégicas (rare earths o tierras raras) vitales para la evolución tecnología del siglo XXI y aluniza con la sonda “Chang’e-4” en la cara oculta de la luna rica en helio-3. Mientras tanto, el occidente democrático tiene élites que juegan, en clubes privados, a crear gobiernos en la sombra mientras que China se adelanta, discretamente, entronizando al presidente del Partido Comunista chino, a modo de emperador a perpetuidad”, dice el diario español Cinco Días en una editorial.