Cada vez son más los expertos que aseguran estar viviendo los últimos coletazos del mercado alcista norteamericano. Las señales son evidentes e indiscutibles. La curva de tipos parece definitivamente aplanada, la política proteccionista de Trump ha reducido el crecimiento económico global -ya de por sí debilitado-, el riesgo a un Brexit duro aumenta, la deuda pública y bonos andan cotizando en mínimos artificialmente asistidos por los bancos centrales, Jerome Powell al frente de la Fed se ve obligado a suspender el proceso de normalización monetaria y las tensiones geoestratégicas en Irán no han hecho más que empezar -sin olvidar Venezuela, Ucrania y Corea del Norte-. Por tanto, no es de extrañar que las advertencias lleguen al mercado como cantos de profetas aventajados. Self Bank advierte que las bolsas se asemejan al nifty fifty de los 70, el Shiller PE Ratio alcanza la segunda marca más elevada del registro y Goldman Sachs ve agotado el potencial de Wall Street.
No somos nosotros quienes para llevar la contraria a ninguno de dichos argumentos. Pero como inversores privados, nuestra actitud no puede ser otra que atenernos a la realidad. Y esta nos dice que nos hallamos en el periodo alcista más prolongado en la historia de EE.UU., y que, siendo conscientes que algún día el proceso desembocará en una necesaria corrección, hoy por hoy, los principales índices norteamericanos establecen nuevos máximos históricos.
Como gestores en la perenne búsqueda de rentabilidad, sin limitación respecto a la dirección de nuestra operativa, no somos contrarios a mantener determinada visión del mercado. Cambiaremos nuestro enfoque cuando, siguiendo las enseñanzas de Dow, tengamos constancia fehaciente de que la tendencia ha cambiado. En consecuencia, ahora que acumulamos enseres, aparejo y víveres para tan larga travesía, oteamos el horizonte y contemplamos el océano al tiempo que nos repetimos: la realidad manda.