¿Es una cuestión cultural o económica? Esa pregunta enmarca gran parte del debate sobre el populismo actual. ¿Son la presidencia de Donald Trump, el Brexit, y el auge de los partidos políticos de ultraderecha en la Europa continental, la consecuencia de una división cada vez más profunda en los valores? ¿O reflejan la ansiedad y la inseguridad económica de muchos votantes, alimentadas por crisis financieras, austeridad y globalización? ¿Cuál es el remedio? Depende. Si el populismo autoritario se debe a la economía, entonces el remedio apropiado es un populismo de otro tipo, dirigido a eliminar la injusticia y apoyar la inclusión económica, pero pluralista en su política y no necesariamente perjudicial para la democracia. Si está enraizado en la cultura y los valores, hay menos opciones. La democracia liberal puede estar condenada por sus propias dinámicas internas y contradicciones.
Algunas versiones del argumento cultural pueden ser descartadas. Por ejemplo, muchos en los Estados Unidos se han centrado en las apelaciones de Trump al racismo. Pero el racismo de una forma u otra ha sido un rasgo duradero de la sociedad estadounidense y no puede decirnos, por sí solo, por qué la manipulación de Trump ha demostrado ser tan popular. Una constante no puede explicar un cambio.
Otras razones son más sofisticadas. A medida que las generaciones más jóvenes se han hecho más ricas, más educadas y más seguras, han adoptado valores "post-materialistas" que enfatizan el secularismo, la autonomía personal y la diversidad a expensas de la religiosidad, las estructuras familiares tradicionales y la conformidad. Las generaciones mayores se han alienado, convirtiéndose efectivamente en "extraños en su propia tierra". Mientras que los tradicionalistas ahora son numéricamente el grupo más pequeño, votan en mayor número y son más activos políticamente.
En el otro lado del argumento, los economistas han realizado una serie de estudios que vinculan el apoyo político de los populistas a las crisis económicas. En lo que quizás sea el más famoso de estos, David Autor, David Dorn, Gordon Hanson y Kaveh Majlesi, del MIT, la Universidad de Zurich, la Universidad de California en San Diego y la Universidad de Lund, respectivamente, han demostrado que los votos para Trump en las elecciones presidenciales de 2016 en todas las comunidades de EE.UU. tuvo una fuerte correlación con la magnitud de los shocks comerciales adversos de China. En igualdad de condiciones, cuanto mayor es la pérdida de puestos de trabajo debido al aumento de las importaciones de China, mayor es el apoyo a Trump.
De hecho, el shock comercial de China puede haber sido directamente responsable de la victoria electoral de Trump en 2016. Sus estimaciones implican que si la penetración de las importaciones hubiera sido de un 50% más baja que la tasa real durante el período 2002-14, un candidato presidencial demócrata habría ganado los estados críticos de Michigan, Wisconsin y
Pennsylvania, haciendo de Hillary Clinton la ganadora de las elecciones. Otros estudios empíricos han producido resultados similares para Europa Occidental. Se ha encontrado que una mayor penetración de las importaciones chinas está relacionada con el apoyo al Brexit en Gran Bretaña y en el auge de los partidos nacionalistas de extrema derecha en Europa continental. Se ha demostrado que la austeridad y medidas más amplias de inseguridad económica también han jugado un papel estadísticamente significativo. Y en Suecia, el aumento de la inseguridad laboral se ha relacionado empíricamente con el auge de los demócratas suecos de extrema derecha.
Los argumentos culturales y económicos pueden parecer contradictorios. Pero, leyendo entre líneas, uno puede discernir un tipo de convergencia. Debido a que las tendencias culturales, como el post-materialismo y los valores promovidos por la urbanización, son de naturaleza a largo plazo, no tienen en cuenta el momento de la reacción populista.
Y los que abogan por la primacía de las explicaciones culturales no descartan, de hecho, el papel de las crisis económicas. Estas conmociones mantienen, agravan y exacerban las divisiones culturales, dando a los populistas autoritarios el impulso adicional que necesitan.
Norris e Inglehart, por ejemplo, sostienen que “las condiciones económicas a mediano plazo y el crecimiento en la diversidad social” aceleraron la reacción cultural, y muestran en su trabajo empírico que los factores económicos desempeñaron un papel en el apoyo a los partidos populistas.
De manera similar, Wilkinson enfatiza que la “ansiedad racial” y la “ansiedad económica” no son hipótesis alternativas, porque los choques económicos han intensificado enormemente la clasificación cultural dirigida por la urbanización. Por su parte, los deterministas económicos deberían reconocer que factores como el shock comercial de China no ocurren en un vacío, sino en el contexto de divisiones sociales preexistentes.
En última instancia, el análisis preciso de las causas del aumento del populismo autoritario puede ser menos importante que las lecciones de política que se pueden extraer de él. Hay poco debate aquí. Los remedios económicos a la desigualdad y la inseguridad son primordiales.
fuentes, Dani Rodrik