Javier Pérez me ha enviado este ensayo corto sobre el sentido económico de las subvenciones a colectivos desfavorecidos y cómo se tendrían que realizar para tuvieran efectividad real. Como verán, la respuesta correcta no va en el sentido de la intuición.
¿Es buena idea subvencionar los combustibles?
El concepto de pobreza energética ha pasado en poco tiempo de ser un absoluto desconocido a figurar en la primera línea de todas las discusiones sobra acción social y redistribución de renta. Como idea, la pobreza energética se acuñó en Gran Bretaña a finales de los años ochenta y se considera pobres energéticos a los consumidores que destinan más del 10% de sus ingresos a pagar las facturas de energía o que no logran mantener sus viviendas a 20ºC en invierno o 25ºC en verano.
La pobreza energética implica varios impactos sociales, sanitarios y medioambientales. En una casa mal climatizada, las personas están más expuestos a problemas de salud relacionados con el frío y la humedad. Los enfermos crónicos, niños y ancianos son los más afectados.
Una de las causas principales de la pobreza energética es la mala calidad de las viviendas, pero la principal es la que venimos revisando en este blog desde hace años: la creciente escasez de energía y su encarecimiento progresivo, por vía de precios o por vía de reducción de salarios.
Según la Asociación de Ciencias Ambientales, la pobreza energética puede estar causando en España entre 2500 y 9000 muertes prematuras al año, una cifra muy superior a la que causan los accidentes de tráfico y que no deja de incrementarse año tras año debido al raro vodevil de nuestras tarifas eléctricas.
El mapa de pobreza energética de España que copiamos aquí abajo, es bastante revelador:
Ante esta situación, se alzan ya muchas voces solicitando que los combustibles reciban algún tipo de ayuda o subvención, y no sólo la electricidad, que supone apenas una quinta parte de toda la energía consumida, sino muy especialmente los derivados del petróleo.
¿Se deben plantear estas subvenciones en un momento en el que muchas actividades dejan de ser rentables por sus costes energéticos?
Vamos a echarle un vistazo al asunto, aunque ya se ha hablado de ello en otras ocasiones
España, a pesar de la gravedad del problema, es un país con clima benigno, salvo unas cuantas zonas en el interior, pero en otros países europeos la pobreza energética puede llegar a verdaderas catástrofes humanas, aunque nadie hable de ellas. Tim Hardford, por ejemplo, habla de unas 25.000 muertes al año en Gran Bretaña por calefacción insuficiente, y la situación puede ser aún peor algunos años particularmente fríos, pero ningún noticiario parece dedicarle a este fenómeno el tiempo que se le dedicó, por ejemplo, a la última plaga de gripe, aunque causara muchas menos víctimas..
El Gobierno británico, en 2009, y para paliar esta desgracia, bajó los impuestos a los combustibles domésticos. Pero esto resultó ser una política equivocada que debemos tener en cuenta a la hora de solicitar por nuestra parte subvenciones a los combustibles. ¿Y por qué digo esto? ¿Por qué detesto a los viejos? En absoluto.
Lo que detesto son las soluciones facilonas, en las que nadie parece querer reconciliarse con la lógica. Vamos a verlo:
El combustible hay que usarlo obligatoriamente, sin que de momento existan otras alternativas (aunque no falten los cornucopianos que digan que ya inventaremos algo). Como el combustible es de uso forzoso, la mejor solución es SUBIR los impuestos al combustible y SUBIR las subvenciones o ayudas a las personas que por sus necesidades específicas requieran condiciones especiales.
Y lo que es aplicable para los ancianos es aplicable para las empresas. No se puede pedir NUNCA la subvención de un producto, sino la subvención de una actividad o un grupo de personas en condiciones peculiares. En caso contrario, lograremos solamente que se aumente el consumo de combustibles, puesto que serán accesibles para los que no podían comprarlos (positivo) pero serán también mucho más accesibles para los que tenían renta de sobra y ahora lo compran más barato (no tan buena idea).
Lo que hay que tener claro es que cuando se subvenciona un producto, en lugar de un colectivo de personas, se abarata artificialmente el bien, subiendo su demanda, se da una subvención a los que más consumen (vía reducción tributaria) y se permite a las grandes empresas que reduzcan sus costes a costa del bolsillo de todos, pues son las grandes las que mayor cantidad (en volumen) consumen.
En el caso que pusimos como ejemplo, hay que mantener la fiscalidad a los combustibles y darles ese dinero a los ancianos. Una vez recibido el dinero, los jubilados encontrarán su propio modo de emplearlo para vivir un poco mejor, ya sea encendiendo más la calefacción o largándose a Canarias los meses más duros. Con esto, se evitará el despilfarro de combustible (porque es más caro), se incentivará la instalación de aislantes y buenos cierres (porque el combustible es caro) y se evitará que quienes no tengan el problema se sumen al carro de los apesadumbrados para sacar tajada.
Sobre las corrupciones y corruptelas que cualquier subvención entraña ya hablamos otro día… Porque ya sé que tiene tela…
Javier Pérez