Nos hemos enfrentado, y aún lo seguimos haciendo, a la recesión más intensa de la historia española...y la más corta. Si tomamos los datos de crecimiento ya conocidos, la recesión ha durado apenas mes y medio, desde mediados de marzo hasta principios de mayo. "Los indicadores de mayo y junio muestran una recuperación intensa aunque todavía lejos de los niveles previos a la crisis. Las ventas minoristas en junio fueron un 4% inferiores a las de hace un año. En abril fueron más de un 30% inferiores", afirmaba recientemente Nicolás López de M&G A.V.
Vemos también recuperación en la producción industrial en junio. Recuperación frente al mes anterior. Frente al mismo periodo del año 2019 la caída se sitúa por encima del 14%. ¡Una barbaridad!
Pero esto no es lo más preocupante. Lo que más me inquieta es comprobar como la confianza de consumidores e inversores en nuestro país está muy por debajo de lo compatible con crecimiento económico, y también por debajo de nuestros homólogos europeos. Es decir, los españoles desconfían del futuro cercano, y por tanto, reducirán sesiblemente sus decisiones de compra.
"Lo importante ahora, es recuperar la mayor parte de la actividad económmica previa a la crisis", añadía López, "Quedarnos simplemente con estas cifras de contracción de la economía en uno o dos trimestres, no refleja del todo la realidad de la situación. Una particularidad de esta crisis es que inicialmente ha sido inducida de forma voluntaria por los Gobiernos para intentar frenar la pandemia. Esto implica que, una vez eliminadas muchas de las restricciones, una parte de la economía está volviendo rápidamente a una cierta normalidad. Por ejemplo, el gasto medio semanal con tarjeta, según esta medida elaborada por el BBVA, llegó a car un 60% por debajo de su nivel de hace un año, y ahora se ha recuperado al nivel previo a la crisis en lo que se refiere al gasto de los españoles. El gasto en tarjetas de los extranjeros (turismo en su mayoría) sigue muy deprimido.
Otros indicadores constatan la obviedad de que todavía estamos lejos de una recuperación total. Por ejemplo, el número de personas que pasan cada día por las estaciones de transporte público llegó a caer un 90% respecto a su nivel medio de enerofebrero y actualmente, aunque se ha recuperado bastante, todavía está un 30% por debajo de su nivel normal (el retroceso de las últimas semanas probablemente es un efecto estacional del verano).
La recuperación que se está produciendo en la economía desde mayo es indudable, y es la lógica consecuencia de volver a permitir la movilidad de las personas y la reapertura de muchas actividades que se habían cerrado durante el confinamiento. El problema es que esta reapertura no implica una vuelta automática a los niveles de actividad previos al cierre de la economía. La persistente presencia del virus entre nosotros implica el mantenimiento de unas medidas de distanciamiento social que tienen un impacto negativo sobre una parte significativa de la economía: turismo, hostelería, ocio, educación, etc. La economía española está particularmente expuesta a estos sectores lo que explica en parte la mayor caída del PIB en la crisis y, lo que es peor, puede implicar una recuperación más lenta en los próximos trimestres.
Uno de los grandes temores para el mes de septiembre sería la posibilidad de una segunda oleada del virus que obligara de nuevo a medidas extremas de confinamiento. Actualmente estamos atravesando a nivel global un nuevo repunte del número de casos, pero en general se trata de zonas donde no se había producido un fuerte contagio en la primavera. Además, la tasa de mortalidad está siendo mucho más baja que entonces. En el caso de Europa, donde la pandemia fue muy severa en primavera, se observa un ligero repunte de casos en las últimas semanas, pero nada que ver con lo de marzo-abril. Tan sólo España, entre los grandes países europeos, muestra un repunte significativo, pero con una gravedad de los casos muy inferior a la de la primavera. Es indudable que está habiendo un repunte de casos confirmados en España y otras zonas del mundo.
Pero aún en ausencia de una segunda oleada grave, la economía española se va a enfrentar en los próximos meses a importantes desafíos para la recuperación, derivados de los efectos colaterales que ha dejado el parón de la economía durante unos meses y la persistencia del mismo en una parte significativa de nuestra actividad económica. Los datos del empleo a finales de julio muestran que en los meses de marzo-abril se destruyeron en España cerca de 800.000 empleos, de los que se han recuperado posteriormente unos 350.000 mil, para una pérdida neta relativamente modesta de 450.000 empleos. El problema es que todavía tenemos 1,2 millones de personas en ERTE y cerca de 1,4 millones de autónomos en situación de cese temporal o parcial de actividad recibiendo una prestación extraordinaria. Casi tres millones de personas que a partir del mes de septiembre tendrán que ir definiendo su situación hacia el desempleo o a la vuelta a la actividad. Será entonces cuando podamos ver la auténtica dimensión de la crisis, que no es tanto el récord de caída del PIB en un trimestre, como la pérdida "permanente" de actividad que quede una vez se estabilice la "nueva normalidad", se recupere la actividad cerrada artificialmente, y se vea qué parte de los negocios ahora sostenidos por ERTEs y otras ayudas tiene que cerrar definitivamente.