La arrogancia del ser humano es tal que hasta pensamos que somos únicos a la hora de inventar estafas. La picaresca española está muy desarrollada.... Tanto que somos capaces de dejar en un lado al mismísimo Bernard Madoff y su estafa piramidal. Y es que todo está inventado, o casi todo. La primera estafa piramidal de la que se tiene constancia se produjo en España a finales del siglo XIX y la protagonizó la hija del escritor Mariano José de Larra.
Baldomera Larra tuvo su oficina -si es que podemos denominarla así- en la zona de la actual madrileña calle de Los Madrazo, entonces llamada calle de La Greda. Allí, en un pequeño local con un armario y una mesa como único mobiliario, Baldomera inició el negocio de la estafa piramidal. Nacida después del suicido de su padre y casada con un médico del entorno de la Casa Real, la mujer se quedó sola cuando su marido decidió irse a Cuba a probar fortuna. Ahí arranca esta historia en la que se demuestra que la avaricia humana es un instinto tan poderoso que nos hace ver oro allí donde únicamente hay plomo.
Baldomera montó su "Caja de Imposiciones" asegurando altas rentabilidades a aquellos inversores que confiaran la custodia de su oro en el lugar, y resultó ser verdad... Pagaba un 30% de interés mensual a sus inversores lo que le facilitó una fama rápida y la llegada de multitud de interesados. La estafadora pagaba los intereses con los bienes de los nuevos clientes, un juego piramidal que funciona hasta que deja de hacerlo. Mujer altiva y chulesca, preguntada por la garantía de esa inversión, solía contestar "El Viaducto". Para quienes no lo conozcan es un puente metálico que cruza la calle Segovia a 27 metros de altura y que une dos desniveles de la ciudad. Era el lugar al que acudían buena parte de los suicidas para quitarse la vida.
Así las cosas la pirámide funcionó hasta que ya no hubo suficiente número de inversiones nuevas como para seguir pagando los intereses de los ya clientes, el 4 de diciembre de 1876 un carboneró que fue a pedir sus intereses se encontró con una negativa por parte de los empleados y con Baldomera Larra en paradero desconocido. Se encendió la alarma y el tumultó que se organizó en la Caja de Imposiciones fue tal que hasta las autoridades acudieron para solventarlo. Durante dos años la estafadora estuvo desaparecida hasta que, según explicó a las autoridades, el remordimiento le hizo entregarse a la Justicia.
Fue condenada por alzamiento de bienes si bien aduciendo enfermedad, consiguió el favor de aquellos a quienes había estafado con la pena como argumento. Finalmente después de algunas vueltas el Tribunal Supremo la absolvió con lo que Baldomera cogió su petate y se fue a Cuba, con su marido. Al enviudar regresó a España bajo el nombre de Antonia para acomodarse con su familia y dejar el pasado allí, al otro lado del Atlántico.